Gastronomía
Valle del Itata: el renacer del vino ancestral que hoy conquista al mundo
El Valle del Itata, en Ñuble, es uno de los territorios vitivinícolas más antiguos y con mayor identidad de Chile. En este rincón histórico, la cultura del vino no es solo una tradición, sino un legado profundamente arraigado en la vida rural, las costumbres campesinas y la agricultura familiar.
Con un Cinsault descrito por el jurado como “pura seda”, Lirta Fierro, viñatera de la comuna de Ránquil, volvió a poner al Valle del Itata en el centro del mapa vitivinícola internacional. Su vino Doña Elita Cinsault 2022 obtuvo medalla Gran Oro y el Trofeo al Mejor Vino Ancestral en los Catad’Or World Wine Awards 2025, confirmando que el corazón histórico del vino chileno vive hoy un potente renacer, impulsado por pequeñas viñas campesinas, identidad territorial y enoturismo de raíz.
El Valle del Itata, en la región de Ñuble, es uno de los territorios vitivinícolas más antiguos de Chile. Aquí, la cultura del vino no es una moda ni una estrategia de marketing: es parte de la vida cotidiana, del paisaje rural, de la agricultura familiar y de una memoria campesina que ha sobrevivido a crisis económicas, incendios, sequías y décadas de invisibilidad frente a los grandes valles productivos. Hoy, esa historia vuelve a contarse en voz alta.
De la uva a granel al vino con nombre propio
La historia de Lirta Fierro es también la historia de ese cambio. Hace poco más de diez años, con su marido Manuel Muñoz trabajando por temporadas en la minería del norte, Lirta se quedó sola a cargo de las cinco hectáreas familiares en Ñipas, observando parras centenarias y números que no cuadraban.
“Me aburrí, porque estábamos regalando la uva”, recuerda. La venta a intermediarios ya no tenía sentido. La decisión fue radical y rápida: dejar la uva a granel y comenzar a vinificar.
“Él se fue a Calama y yo me fui al SAG y a Impuestos Internos a sacar los permisos”, cuenta. Cuando le preguntaron el nombre de la empresa, no dudó: Doña Elita, marcando desde el inicio que esta nueva etapa llevaría su identidad personal.
Semanas después, cuando Manuel volvió de visita, el destino ya estaba sellado. “Lo sorprendí con el olorcito a chicha que sale cuando empezamos a preparar los vinos”, relata entre risas. Ese aroma fue el primer anuncio de una transformación que, con los años, convertiría a Lirta en una de las figuras más reconocidas de la nueva viticultura del Itata: una viticultura pequeña en escala, pero enorme en carácter.

El mejor vino ancestral de Catad’Or
Criada entre parras y toneles —siguiendo el oficio de padres y abuelos—, Lirta combinó saber heredado, aprendizaje autodidacta y el apoyo de Indap, que impulsa una estrategia clave para las viñas campesinas: asesoría técnica, asociatividad, promoción comercial y presencia en concursos internacionales que validan su calidad.
Así llegó el gran momento. En la 30ª versión de Catad’Or, realizada en noviembre en el Monticello Gran Casino, Doña Elita Cinsault 2022 alcanzó la máxima distinción del certamen.
El jurado fue categórico: un vino “con el inconfundible acento del Valle del Itata”, que en nariz “despliega un abanico de frutos rojos frescos con un sutil toque terroso”; en boca, “pura seda, de cuerpo medio y elegante, con una vibrante acidez”, y un final “persistente, que deja un eco afrutado e invita a otro sorbo”.
No era un debut. En 2019, Lirta ya había alcanzado la cima con su Doña Elita Brut Cinsault 2018, premiado como Mejor Espumante Ancestral. Pero este nuevo reconocimiento consolida su trayectoria y la del valle completo.
“Siento una alegría muy grande porque veo los resultados de mi esfuerzo. Me he aplicado mucho y hoy tengo estos resultados con una viña y una bodega tan chicas”, dice. “Yo misma hago el vino, lo reviso todos los días y después consulto a un enólogo solo para ajustar detalles”.

Itata: un valle que vuelve a brillar
El triunfo de Doña Elita no fue un caso aislado. En Catad’Or 2025, diez viñas familiares del Valle del Itata obtuvieron catorce medallas de oro, marcando un desempeño histórico para Ñuble. Entre ellas destacan Trifulca, Cortez, El Guindo, Guarilihue Familiar, Hermanos Díaz, La Kura, La Misión de Francisco, San Luis, Tres C y Viejo Encino, proyectos que encarnan la diversidad, autenticidad y profunda conexión territorial del valle.
Desde Indap Ñuble subrayan que estos resultados reflejan un crecimiento sostenido de la vitivinicultura campesina. El director nacional (s) del servicio, César Rodríguez, recuerda que “los productores y productoras eligieron el camino más exigente: el de la calidad, la diferenciación y el compromiso profundo con su territorio”.
El reconocimiento también se traduce en interés turístico. Cada vez más visitantes llegan a Ránquil buscando vinos con historia y rostro humano. En ese contexto, Doña Elita sumó un nuevo hito: su ruta guiada por el predio obtuvo el Sello R de Sernatur, certificando estándares formales y de calidad en servicios turísticos.

Un futuro con raíces
A nivel nacional, Catad’Or 2025 confirmó el buen momento de la agricultura familiar campesina: 37 viñas, destilerías y sidrerías apoyadas por INDAP obtuvieron 53 medallas en nueve regiones del país. Pero es en el Valle del Itata donde el fenómeno adquiere una dimensión especial: aquí, el vino no solo gana premios, sino que reactiva territorios, rescata saberes y abre nuevas rutas de enoturismo patrimonial.
La experiencia es coherente con el territorio: parras de País, Moscatel y Cinsault, muchas de ellas con hasta 100 años de vida, creciendo en secano costero, sin riego, desafiando el cambio climático y los incendios. A partir de ellas, Lirta elabora vinos dulces, rosé, late harvest, tintos y espumantes, además de pequeñas partidas de Malbec.
La cinsault, cepa emblemática de Ñuble —que concentra 857 de las 1.000 hectáreas existentes en Chile, introducida tras el terremoto de Chillán de 1939— es la base de sus vinos más premiados. Durante décadas relegada a un rol secundario, hoy revela todo su potencial como expresión fina, fresca y profundamente identitaria del Itata.