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Crítica de cine: “La voz en off”, un cuento de otoño y de lluvia

Crítica de cine: “La voz en off”, un cuento de otoño y de lluvia

Algo contradictorio sucede acá: El tercer largometraje de ficción del realizador chileno Cristián Jiménez -a pesar de su alta ambición artística-, concluye por convertirse en un ejercicio fílmico de escasa fuerza dramática, por lo menos en lo que a conseguir sus objetivos argumentales, se refiere: el relato nunca termina por cuajar en las variadas aristas que ofrece la narración, tanto en un plano literario, como de creación de personajes. Despuntan, eso sí, ciertos destellos fotográficos a cargo de Inti Briones, y la puesta en escena de una Valdivia con amplitud y espíritu propios.


“De vez en cuando, en los días de viento, bajaba hasta el lago, y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida”.

Alessandro Baricco, en Seda

La sensación y el impulso de un avión que jamás despega, pese a que su velocidad sobre la pista de vuelo es respetable y la potencia de sus motores, perfecta. Se cierran los 96 minutos de La voz en off (2014), y son más las interrogantes que las respuestas, luego de finalizar el ejercicio intelectivo y audiovisual de contemplarla. Quizás la idea es buena, pero la forma de expresarla cinematográficamente, aunque diste de ser “errónea”, se encuentra lejos de ser la más apropiada, entre las que pudo haber escogido –especulamos- el equipo de producción.

Gran parte de los problemas que pudiera presentar la obra del realizador Cristián Jiménez (Valdivia, 1975), en realidad se desprenden, en la perspectiva de esta crítica, de decisiones fundamentales y erráticas, que se manifiestan en la redacción del guión, y que se constatan principalmente en la estructura dramática de la historia fílmica expuesta, y por ende, en la elaboración identitaria y formal, de los personajes ficticios que la protagonizan.

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En contraposición, destacan la intuición narrativa del director de fotografía (Inti Briones), y la puesta en escena de una Valdivia, la capital de la Región de los Ríos, fascinante y reveladora, desde esa mirada cinética y vivencial, que se levanta como uno de los puntos altos, en la cartografía del presente crédito.

Sofía (encarnada por la intérprete nacional, Ingrid Isensee), tiene 35 años, dos hijos, y acaba de separarse: a sus quiebres amorosos, se le agregan la frustración vocacional de no poder trabajar y dedicarse a la disciplina que es su profesión, la actuación, y en menor medida, la locución publicitaria. Desde los inicios de la cinta, todo parece indicar que la encrucijada dramática en que se encuentra durante ese momento la mujer, estelarizará las alternativas argumentales de la obra. Sin embargo, la irrupción de otros roles (su padre, su hermana y su madre), y ciertos secretos sentimentales de éste, con respecto al resto del familión, bifurcan la acción de la historia, hacia otras señas y otros rumbos, a los cuales siempre les falta un empujón final, con el objetivo de transformarse en el eje claro y preciso (en la faceta literaria, nos referimos), del relato de La voz en off.

Y ahí es dónde surge esa división, que termina por escindir el resultado y el producto final de este filme: por un lado, su insatisfactoria categoría narrativa (columna creativa del libreto), y por otro, su acertada visualización cinematográfica de un espacio escénico propio y distintivo (una ciudad de Valdivia generosa en esquinas, postales y sus variaciones).

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Es por esa característica, que nos referimos a la estrategia de una “película no consumada”, para enjuiciar al tercer largometraje de ficción de Cristián Jiménez (autor de Ilusiones ópticas y de Bonsái): una buena cámara para una historia interesante en su gestación (la propuesta temática ha sido poco tratada en el cine chileno, salvo por Silvio Caiozzi), pero irresoluta en su desarrollo y en su desenlace.

Explicando mejor el punto, en torno a lo qué sucede con La voz en off: trazamos una ruta a fin de llegar a destino, en un camino largo y fatigoso, y nos saltamos y eludimos las paradas, los detalles, los giros, los suspiros, los instantes de descanso y de meditación, inherentes a una empresa y travesía de esas magnitudes. El núcleo inspirador de la cinta, emparenta a su director con títulos semejantes del cine francés (Rohmer y Olivier Assayas), y de la filmografía argentina (citamos a Daniel Burman), sin ir más lejos, aunque… las diferencias en la propuesta actoral y literarias, de uno y otro bando, resultan, finalmente, abismantes.

En efecto, la temática exhibida, a grandes rasgos, se perfila bellísima: dos hermanas, Sofía y Ana (María José Siebald), se enfrentan a la disyuntiva, imprevista e inesperada, se desvelar el enigma vital y oculto de su padre (Cristián Campos), luego de que éste se marcha de casa y abandona a su madre (personificada por la actriz Paulina García), en el acto estertor, de 30 años de matrimonio. Bajo ese nudo argumental, el escenario de una Valdivia melancólica, lluviosa, solitaria y de un color de cielo casi lúdico y expectante, propician los matices compositivos necesarios, con el propósito de unir esos chubascos afectivos, con la estética de una fotografía que apunta hacia la liberación y la plenitud de sus protagonistas; indicándoles la puerta de salida a esos baldones “internos”, cuyo peso se aprecia desmedido e incuantificable, a la luz de las situaciones que les afectan.

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Aquel aspecto deviene en el mejor elemento de juicio que podemos efectuar en torno a La voz en off: el trabajo del director de cámara (Briones), con la añadidura de un par de encuadres de calidad excepcional, debidos a él, y la incorporación de ese atribulado elenco, en el panorama de una provincia chilena nostálgica y, extrañamente, moderna, concepto y abstracción que es un rescatable logro, del equipo de Cristián Jiménez.

Así, la lluvia y la corriente del río Valdivia, se diluyen y extinguen en los motivos audiovisuales y marcadores dramáticos de ese estado de perplejidad que sacude a la protagonista (Sofía), y a sus parientes más próximos: el agua detiene sus pensamientos, los estimula, y por supuesto, le señalan la futura eclosión de los tormentos que la agobian. Lo hemos enunciado en otros escritos, y volvemos a insistir en esta alternativa de análisis para describir las falencias creativas del largometraje que comentamos: se echa de menos en los sensibles fotogramas de esta pieza, la profundidad literaria en su guión, que sí tenían créditos anteriores del realizador sureño.

La aparición de algunos roles resulta inentendible y sólo formulada con precariedad: las dos parejas sentimentales de Sofía, por ejemplo, su ex esposo (personificado por Cristóbal Palma), y su amante ocasional (de nombre Román, y representado por Lucas Miranda). De todas maneras, guardamos una escena inolvidable: Ingrid Isensee y su hija en esa realidad diegética y soñadora, están sentadas en una banca ubicada, si no me equivoco, en la Costanera Arturo Prat: juntas observan el movimiento tranquilo y sosegado de la corriente fluvial, y el lente del foco se estrella con la luz de un crepúsculo radiante y esperanzador. Por secuencias como la descrita, se debe buscar, insisto, el aporte para la posteridad, de La voz en off.

 

 

 

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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