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Casa Azul, una escuela básica diferente que lucha por su espacio El establecimiento familiar y comunitario, funciona en La Granja y se enfoca en niños vulnerables

Casa Azul, una escuela básica diferente que lucha por su espacio

Hoy habrá un foro donde expondrán el historiador Gabriel Salazar, y René Varas, director del Foro Nacional de Educación de la Unesco, junto a miembros del establecimiento, que es gestionado por los propios vecinos.


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Al principio, el objetivo era evitar que los niños de la población Yungay de La Granja fueran víctimas de la pasta base, como antes lo fueron del neoprén. Era 1990, y el profesor Carlos Mellado y otros vecinos comenzaron a reunirse en una casa azul, propiedad de una parroquia, para hacer un trabajo preventivo. Terminaron creando una escuela básica, que hoy aspira a dar el salto y ofrecer también enseñanza media.

Si bien formalmente es una escuela particular-subvencionada, sus sostenedores son los vecinos. Sin restricciones de ingreso, gratuita, de jornada completa, con cursos de un promedio de 20 alumnos y alimentación que incluye desayuno, almuerzo y onces, aspira a formar “buenas personas; actores sociales protagónicos, transformadores de su propia realidad, constructores de la sociedad justa y fraterna que soñamos”, según rezan sus principios.

En el marco de la celebración por los 23 años de su fundación, hoy a las 19.00 horas habrá un foro donde expondrán el historiador Gabriel Salazar y René Varas, director del Foro Nacional de Educación de la Unesco, junto a miembros del establecimiento (en Yungay 0641).

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Al rescate

Desde el comienzo, la Casa Azul trabajó con niños rechazados por las estructuras verticales y poco democráticas de la escuela tradicional, y se planteó como un espacio que tomara en cuenta el contexto social y cultural de los niños, cuenta Mellado, uno de los fundadores de la entidad, vecino del barrio que estudió en la escuela básica de la población y Educación en la Universidad de Chile.

Destaca que la escuela “es una prueba de que los pobres somos capaces de gestionar respuestas propias a nuestras necesidades, de administrar recursos, no los hemos robado”, en un esfuerzo donde entre muchos otros se destacó el cura Ronaldo Muñoz, seguidor de la Teología de la Liberación y fallecido en 2010.

La profesora Paulina Calderón, que lleva 15 años en el colegio, llegó al lugar en su época de la universidad gracias a su trabajo a nivel poblacional. Admite que es todo un desafío hacer clases en el lugar. “Los niños son complejos, tienen muchas dificultades, llegan expulsados de otras escuelas”, sufren “soledades y pobreza, tanto material como de otro tipo”, dice.

“A veces hemos tenido que ir a buscarlos a sus casas, donde no hay una familia que se preocupe si han pasado de curso o no”, dice, recordando que incluso hay niños que van solos a matricularse “porque esto es lo único con lo que cuentan”.

Que no todo es color de rosas lo demuestra que algunos alumnos se han perdido en la delincuencia. Aún así, Calderón rescata la capacidad de plantear ideas y de llevarlas a cabo, así como los vínculos que genera con los niños y sus pares.

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Una familia

Víctor Acevedo, de 24 años, es ex alumno de la Casa Azul, donde cursó toda su enseñanza básica. “Me ha marcado hasta el día de hoy en las cosas que hago, en mis proyectos y trabajos”, dice. La escuela es “muy familiar, muy inclusiva con los niños”.

El joven notó la diferencia cuando cursó la enseñanza media en un liceo municipal de La Florida en un curso de 45 alumnos, donde había “un trato más vertical. Acá todos los niños tratan a todos de tío, desde el director a la gente que trabaja haciendo aseo. No hay diferencia en los títulos”. “La Casa Azul es como una familia, una comunidad”, añade.

Bryan Herrera tiene 13 años, está desde kínder y actualmente cursa séptimo básico. Le gustan las matemáticas, y los talleres de deportes y batucada. “Los profesores son acogedores, me han sabido respetar y yo a ellos”, señala. “La escuela te hace sentir como si estuvieras en una segunda casa”, señala.

Nuevo proyecto

La entidad recibe niños desde kínder hasta octavo básico, incluidos inmigrantes de Perú y Ecuador. Incluso ha logrado que muchos apoderados obtengan su licencia básica y secundaria. Ahora apuntan a la educación media para brindar enseñanza técnico profesional. Para ello han comprado un terreno adyacente y ahora están reuniendo los fondos para materializar el proyecto.

Mellado cree que su trayectoria los avala: “la mayoría de nuestros niños han constituido familias estables, participan en la vida del barrio, y ahora varios están accediendo a la universidad”. En la actualidad muchos estudian derecho, ingeniería y otras carreras en diversas casas de educación superior.

“Cuando hay oportunidades para el desarrollo educativo y humano, se despliega el abanico de potencialidades de nuestros niños y crecen”, asegura Mellado, que critica a un sistema donde la escuela se ha perdido como lugar de encuentro de las clases sociales, y que abandona a miles de niños y jóvenes en una deuda social aún pendiente.

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