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Ex Molinera de Antofagasta renace como sede de la Bienal Internacional SACO 1.2 CULTURA Crédito: Cedida

Ex Molinera de Antofagasta renace como sede de la Bienal Internacional SACO 1.2

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Elisa Montesinos Eissmann
Por : Elisa Montesinos Eissmann Periodista y escritora.
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No será un elefante blanco más. El imponente edificio de la ex Molinera de Antofagasta, en funcionamiento desde 1963, ha sido por décadas parte del paisaje visual de la ciudad. Ahora se alista para recibir a SACO, la bienal de arte más grande de Chile y comenzar una nueva vida.


Por décadas, la obra fue un coloso gris, testigo del auge y declive industrial del norte chileno. Inaugurado en los años 60 para albergar una de las plantas harineras más importantes de la región, su historia está tejida con el trigo que llegaba desde Argentina, los barcos que surcaban las costas y los obreros que, desde el Barrio Estación, daban vida a una faena que garantizaba el pan diario.

Pero la intensa actividad industrial, la polvareda, las palomas y el crecimiento urbano convirtieron esa mole de concreto en un problema para el medioambiente, hasta su cierre definitivo en 2016, tras una larga batalla legal liderada por la comunidad local.

Por estos días se prepara para una nueva etapa. Adquirido por el Gobierno Regional de Antofagasta en 2022, el edificio será rehabilitado para albergar el archivo y museo regional, que corrían riesgo de inundarse al estar ubicados en el borde costero. Antes de que comiencen las obras de remodelación, abrirá sus puertas este año como sede principal de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo SACO 1.2.

En 4.600 metros cuadrados –poco menos de la mitad de la extensión total–, más de 40 artistas de 17 países desplegarán una propuesta centrada en la resignificación del espacio posindustrial y harán de La Molinera un escenario cultural de escala internacional.

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Del auge harinero al abandono

La historia de La Molinera está profundamente entrelazada con la identidad industrial y social de Antofagasta. Diseñado por los arquitectos María Schurmann y Mario Reyes, el edificio fue inaugurado el 1 de septiembre de 1963 por iniciativa de Jorge Razmilic Vlahovic y Nicolás Eterovic. Su función: procesar trigo y proveer de harina a la región, resolviendo un problema de desabastecimiento crónico.

“El molino era donde trabajaban todos los del barrio”, recuerda Jaime Alvarado, profesor normalista y vecino del sector Estación. Toda su vida ha vivido a dos cuadras de La Molinera y le tocó ver la construcción de esa obra gigantesca.

“Yo era un cabro chico y mirábamos con asombro esa mole que se levantaba. Veíamos llegar los barcos con trigo y los camiones que lo traían hasta acá. En el trayecto, siempre se caían algunos granos, que recogían las palomas. Las señoras hacían un morrito para alimentar a sus gallinas, y cuando iban a buscar la pala, las palomas ya se habían comido la mitad”.

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Alvarado enfatiza el impacto de La Molinera a nivel regional y en el empleo local:

“Fue una de las grandes iniciativas que tuvo en Antofagasta el Centro para el progreso, un grupo de prohombres que tuvo la ciudad, como ya no los tendremos. Durante el gobierno de Frei y parte del de Allende, todo era miel sobre hojuelas. Pero luego a las industrias nacionales les pusieron el pie encima y el negocio se fue a las pailas. Además, hubo problemas ambientales en el sector”.

El polvillo del trigo y la proliferación de palomas generaron una serie de conflictos sanitarios, y finalmente la planta se cerró.

“Muchos tuvieron que irse a la pampa, a trabajar en las minas. La construcción se transformó en un elefante blanco. Era difícil entender cómo una obra que había costado tantos esfuerzos, diligencias y permisos, podía estar en completo abandono, paralizada y sin producir”, reflexiona.

Un renacer para el arte y la cultura

Con la creación del SERPAT en 2018, se identificó la necesidad urgente de contar con un archivo regional, un museo renovado y un espacio para oficinas culturales, y entonces el edificio en desuso apareció como una oportunidad única. Con cuatro pisos, subterráneo y terraza, construido en hormigón armado y con amplios espacios, fue considerado ideal para este proyecto. Su ubicación, estructura y dimensiones permiten proyectar una reconversión a gran escala que integre funciones institucionales y comunitarias.

Claudio Lagos, director regional del SERPAT en Antofagasta, explica:

“En el terremoto de 1872 el mar llegó hasta la plaza Colón, entonces había una referencia importante a partir de eso. El museo regional necesitaba salir de la cota de inundación, mientras el archivo regional debía crearse desde cero. Por lo tanto, se requería de un recinto grande. Aunque la ex Molinera no está declarada monumento, tiene características y atributos que la vinculan con el patrimonio industrial de nuestra región”.

Próximamente se llamará a concurso para integrar instalaciones modernas en el edificio antiguo.

Antes de que comiencen las obras de restauración, la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo SACO desplegará en la antigua Molinera su edición 1.2, titulada Ecosistemas Oscuros. Entre el 24 de junio y el 14 de septiembre, artistas de los cinco continentes ocuparán con instalaciones sonoras, audiovisuales y performances los rincones industriales convertidos en salas de exposición.

“La bienal tiene una trayectoria importante en la región de Antofagasta –señala Lagos–. Se está colocando a la par con las grandes bienales que existen en el mundo, con una calidad artística, técnica, operativa y administrativa de excepción. Vamos a tener un SACO 2025 de altísimo nivel, en una sede maravillosa. La idea es que mientras se desarrolla el gran proyecto del museo y del archivo, efectivamente se puedan ir llevando a cabo actividades artísticas y culturales en este espacio que tenemos en pleno centro de la ciudad”.

Territorio y comunidad: la apuesta de SACO

De origen polaco y con más de dos décadas viviendo en Antofagasta, la directora de SACO Dagmara Wyskiel se emocionó la primera vez que ingresó al edificio de la antigua Molinera hace poco más de un año. De inmediato reconoció el potencial para el arte de esos grandes galpones.

“Me parece de tremenda visión que el Gobierno Regional decidiera invertir en un espacio que se proyecta como un polo de desarrollo cultural. Es una deuda histórica con la escena artística de la macrozona norte”, dice.

Wyskiel agrega que esta bienal marcará un punto de inflexión al pasar de 15 sedes distribuidas por toda la ciudad, a una gran exhibición concentrada principalmente en un solo lugar.

“La cantidad de artistas que se presentarán en conjunto en esos 4.600 metros cuadrados nos permite asegurar que será la exposición de arte contemporáneo más grande de Chile en 2025. Y lo más importante: será fuera de Santiago. Eso tiene una carga simbólica y política muy potente. Queremos que el norte deje de ser una zona asociada únicamente con el extractivismo, para convertirse en un polo de creación”.

La bienal ocupará galpones y salas que llevarán nombres honoríficos: el galpón Juan Castillo para artes visuales, el galpón Gabriela Mistral para literatura y artes escénicas, y la sala Patricio Guzmán para videoarte chileno. Además, se habilitará un taller para la producción de obras site specific con materiales encontrados en el propio recinto, y un centro de mediación cultural llamado La Panadería, con infraestructura para trabajar con escuelas, vecinos y públicos diversos.

“No vamos a estar solamente en la Molinera –dice la directora del evento, aludiendo a la tradicional muestra en el muelle histórico de la ciudad y a una exhibición en el Liceo Experimental Artístico, entre otras locaciones–. Pero es transcendental el cambio. Estoy segura que la calidad de la mediación llegará a un nivel nunca antes visto, gracias a que los mediadores tendrán su propio espacio”.

Visitas guiadas, talleres y laboratorios creativos son parte de las metodologías participativas que distinguen a este evento, que ha venido creciendo desde Semana de Arte Contemporáneo en 2012, a festival internacional y actualmente bienal.

“En SACO no transportamos obras, transportamos artistas”, afirma Wyskiel respecto al sello del evento.

“Nuestra política de economía circular implica que las obras se construyan in situ, usando materiales locales. Es una forma de ser coherentes con el territorio y con la urgencia ecológica”.

La vinculación territorial es clave. El barrio Estación, donde se emplaza La Molinera, ha sido parte activa del proceso. SACO ha trabajado con juntas de vecinos, estudiantes y emprendedores del sector, promoviendo que los primeros beneficiados sean precisamente quienes conviven con el edificio a diario.

“Incluso uno de los artistas seleccionados es vecino del barrio Estación”, subraya Wyskiel. “También trabajamos con un liceo del barrio y con la cafetería local, que tendrá una extensión dentro del recinto”.

Mientras avanza la cuenta regresiva para la bienal, La Molinera vuelve a activarse. Su nueva vida no estará marcada por el ruido de las máquinas ni por la neblina del trigo molido, sino por el bullente encuentro entre la cultura y la comunidad. Su arquitectura moderna, su pasado industrial y su nueva vocación dialogan con una ciudad que busca reinventar su identidad más allá de la minería.

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