CULTURA|OPINIÓN
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Kuykuytun, un puente desde el corazón del pueblo mapuche
La obra más sobresaliente de esta muestra se fue tejiendo durante la pandemia del Covid-19, donde 400 mujeres mapuches de todo Chile y Argentina, se pusieron de acuerdo en crear el tejido a telar más largo del mundo.
El corazón
A veces, tiene piernas y orejas como flores
Todo tipo de signos
Y tiene las preguntas
Y tiene las dudas
Y tiene las cicatrices
Omar Lara.
Más allá del dolor y su respectiva cicatriz, un corazón es el símbolo inequívoco del sentir de un pueblo nunca sometido, y capaz de tender un puente (kuykuytun). Una estructura construida para unir dos extremos que están separados, pero que en esta muestra a logrado conciliar estos dos mundos que en muchas ocasiones coexisten sin tocarse. Un hecho que se palpa en lo expresado por un grupo de tejedoras que han dado vida a esta muestra:
“Para muchas de nosotras, la vida en la ciudad- con sus códigos, ritmos, y una cultura tan influenciada por las culturas extranjeras- convive con la vida en nuestro lof (comunidad), más pausada, más en sintonía con los ciclos naturales y centrada en el kelluwün (la ayuda mutua), el wenuywen (amistad) y la construcción del che (la persona mapuche)”.
Razón suficiente para que este kuykuytun se levante con el objetivo de poner en valor la tradición del arte textil realizado en comunidad, como una forma natural en el hacer de los pueblos originarios que usualmente se unen frente a un desafío común, el que hoy hace estación, luego de un largo periplo por la V región, en el Centex de Valparaíso, dando visibilidad a un trabajo que muchas veces está supeditado a un contexto exclusivamente local, en el cual se da por sentado que se trata de una labor que se restringe solo a ferias artesanales o costumbristas.
Ciertamente, un argumento que se esgrime desde el sesgo propio de quien ve el acervo de los pueblos originarios como un arte menor, que está históricamente socavado por cúmulo de prejuicios; desconociendo los saberes ancestrales que esta práctica conlleva, y que demanda un estado mental que trae consigo la meditación, que obra en favor de un quehacer sanador, que se evidencia en voz de una de sus protagonistas, Ivonne Aballay:
“Me aferré a lo único que tenía para salir de este trance tan difícil, fue en el witral, que encontré una conexión para soltar mi tristeza, frustración y culpa, y entender que si el telar te habla y está contigo en los momentos que necesitas conectarte”.
En esa conexión, la obra más sobresaliente de esta muestra se fue tejiendo durante la pandemia del Covid-19, donde 400 mujeres mapuches de todo Chile y Argentina, se pusieron de acuerdo en crear el tejido a telar más largo del mundo. Un proceso de creación que duró más de dos años (hasta mayo del 2022), cuando 426 tejedoras y tejedores se reunieron en Konün Traitraiko Leufu (Puerto Saavedra) para unir los tejidos, y formar así el Relmu, un arcoíris de color que se desplegó en la costanera de esa ciudad, abarcando casi un kilómetro de extensión de alegría y color. El que se pretende desplegar, luego de esta muestra también en los cerros de Valparaíso, concibiendo al territorio como un solo cuerpo.
Por lo mismo hay que saber entender que según la epistemología mapuche la conexión espiritual con la tierra y los seres vivos es primordial, y es la base de su esencia, dado que forma parte de un “desciframiento”, que debemos aprender desde esta otra vereda donde el colonialismo cultural nos ha ido alejando de esta visión ancestral que entiende el mundo a partir de la sabiduría y el conocimiento que, perfectamente puede expresarse a través de un telar que también es un kuykuytun o puente levadizo donde es la urdiembre permite estrechar los lazos de un territorio tan extenso como diverso, y en el cual la base de todo debiera ser la inclusión.
Finalmente Kuykuytun, da cuenta de un entramado en el cual podemos palpar la cosmovisión expresada por un paisaje visual creado con la calma de las ñañas o mujeres mapuches que se representa en esta extensa ofrenda expuesta en el Centex, que es el fiel reflejo de su comunidad, que vive feliz de hacer lo que hace, tal como lo cuenta la tejedora, Brenda Quidenao:
“En este Lof, hay compañerismo, alegría, lealtad, un sinfín de cosas positivas, unidas a un mismo sentir: nuestro deseo de revitalización del arte textil mapuche, el deseo de seguir aprendiendo y nuestro amor por las lanas”.
Un amor que trasciende al tiempo y el espacio, pero que sobrevive como un gran corazón.
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