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El “lulismo” frente a la “bolsonarización” de la sociedad brasileña Opinión

El “lulismo” frente a la “bolsonarización” de la sociedad brasileña

Cristián Zamorano Guzmán
Por : Cristián Zamorano Guzmán Analista y doctor en Ciencias Políticas.
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La campaña de Lula ha mostrado sus debilidades estructurales: figuras de apoyo envejecidas, mucho desfase en el manejo de las redes sociales, dificultad y obligación de dirigirse a los evangélicos. La estrecha victoria de Lula suena como una advertencia para toda la izquierda, incluyendo la latinoamericana. Se debe iniciar un gran trabajo de reconstrucción. Si no, se corre el riesgo de ver a la extrema derecha volver al poder en cuatro años… en Brasil por lo menos. Y quizás, también, en otros países de América Latina.


Muchos estaban a la expectativa de saber qué iba a suceder en Brasil en las elecciones presidenciales… y la más grande democracia de América Latina, en términos de volumen, entregó su estrecho veredicto. El domingo 30 de octubre, una corta mayoría de ciudadanos brasileños optó por despedir al actual presidente Jair Bolsonaro después de un mandato de mucha confrontación, polémica y furia, ejemplificado esto por el pésimo manejo de la pandemia del COVID-19, el saqueo de la Amazonía, una cantidad impresionante de ataques a la democracia (ejemplificada por su relación, siempre tensa, con la Corte Suprema) y un flujo constante de declaraciones racistas, sexistas y homofóbicas. Posteriormente a los resultados, solo le quedaba al presidente-candidato ejecutar una última obligación con su país: reconocer públicamente su derrota y prepararse para una alternancia pacífica en la cúspide del Estado.

Este martes 1 de noviembre, finalmente, el presidente ultraconservador salió del silencio en el que se había refugiado desde su derrota en la segunda vuelta. En una breve declaración, realizada en el palacio presidencial en Brasilia, Bolsonaro no felicitó a su oponente ni mencionó claramente la victoria de este último. Pero se comprometió a «respetar la Constitución». La Corte Suprema, garante de esta, tomó nota rápidamente de este discurso en un escueto comunicado de prensa: “Al ordenar el inicio de la transición, [el presidente] reconoció el resultado final de la elección”. El alto tribunal, con el que el jefe del Estado mantiene una tormentosa relación desde el inicio de su mandato, también «subrayó la importancia de garantizar la libertad de tránsito en todo el país». Efectivamente, desde el anuncio de los resultados finales, muchos de sus militantes salieron a protestar para denunciar, según ellos, un fraude electoral. Durante la noche posterior al reconocimiento de la derrota por parte de Bolsonaro, la policía logró levantar 490 bloqueos de sus simpatizantes.

Esto último contrasta un poco con la simpatía con la cual se acogió mayoritariamente, en el mundo, la victoria de Lula. Pero a la luz de los resultados, es importante resaltar diferentes puntos. Si bien esta alternancia es sin duda fundamental, no ha impedido, sin embargo, el afianzamiento en Brasil de un populismo agresivo y la transición desde un “bolsonarismo militante” a un “bolsonarismo institucional”, que se confirmó con esta segunda vuelta electoral.

Hoy, sin duda alguna, existe “una influencia fundamental del bolsonarismo sobre todo el sistema político brasileño», indica Juliette Dumont, profesora de Historia Contemporánea en el Instituto de Estudios Avanzados de América Latina de Paris III (IHEAL), al medio HuffPost. Este tipo de bolsonarismo está ahora presente con fuerza en el Congreso de Brasil, donde ganó 99 escaños de 513 en la Cámara Baja del Congreso de dicho país, tres veces más que en 2017. El Partido Liberal (PL) de Bolsonaro le dio al sector ultraconservador su mejor resultado en más de cuarenta años. En el Senado, el PL de Bolsonaro obtuvo 14 escaños contra solo 8 del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y se convirtió así en la primera fuerza de la Cámara Alta. La ultraderecha también avanzó entre los gobernadores electos del país, en muchos estados del gigante sudamericano, empezando por el más rico, el de Sao Paulo –que representa un tercio del PIB total de Brasil y que ahora estará dirigido por un exministro del presidente derrotado–. Además, se debe recordar que Bolsonaro ha designado a muchos militares en la alta administración federal con los que Lula, ahora electo presidente, necesariamente tendrá que negociar para formar un nuevo gobierno.

Esta omnipresencia institucional es posible gracias a fuerzas conservadoras muy importantes que lo apoyan. Bolsonaro recibió el apoyo del poderoso lobby armamentístico tras haber hecho de la liberalización del porte de armas una prioridad. Consecuencia: el número de armas en circulación se ha cuadruplicado en cuatro años. La idea de usar la violencia para defender los derechos se ha difundido mucho en la sociedad brasileña. Los ganaderos y los cultivadores de soja también lo respaldan en gran medida, porque fueron favorecidos por el enfoque esencialmente económico que ha impulsado Bolsonaro en la industria de la agroalimentación, a expensas de la legislación ambiental y la deforestación.

Por otro lado, esta última campaña presidencial ha destacado la vulnerabilidad del país ante las falsedades (fake news) transmitidas por las redes sociales, así como la influencia de los pastores evangélicos ultraconservadores. En los hechos, los evangélicos han pasado de ser, en menos de tres décadas, el 5% de la población a más del 30%. Las iglesias evangélicas han adquirido así una gran influencia política y mediática en los últimos años, arraigando la moralidad religiosa y los valores conservadores en la sociedad. La mejor prueba de aquello fue la visita obligada del candidato progresista Lula a los representantes de la Iglesia evangélica, entre las dos vueltas, reafirmando su promesa en “contra del aborto”.

Durante el mandato del presidente Bolsonaro, se les ha otorgado a los evangélicos un acceso privilegiado a las emisoras de radio y exenciones de impuestos a la televisión evangélica. Indiscutiblemente, el “bolsonarismo” ha calado muy hondo en la sociedad brasileña y las redes sociales (RRSS) jugaron un rol en aquello. En Brasil, el 80% de la población tiene WhatsApp y/o Telegram y más del 40% de los brasileños solo obtiene información a través de estos medios, donde existe muy poco control. Esto representa un poder de obstrucción y de estorbo que perdurará más allá de la derrota de Bolsonaro, que no es para nada absoluta. Por el contrario, el logro alcanzado por Lula quizás se podría asimilar hasta con una victoria pírrica.

Algo debe tenerse claro. Sin el candidato Lula, Jair Bolsonaro probablemente habría ganado contra la izquierda, y eso, sin duda, desde primera vuelta. El “lulismo” todavía representa una poderosa corriente movilizadora dentro de la sociedad, pero hoy en día es mayoritario con solo unos pocos cientos de miles de votos… Ya no representa esa ola abrumadora de los años 2000, cuando Lula obtenía un 85% de popularidad y lograba una cierta unanimidad.

De hecho, la campaña de Lula ha mostrado sus debilidades estructurales: figuras de apoyo envejecidas, mucho desfase en el manejo de las redes sociales, dificultad y obligación de dirigirse a los evangélicos. La estrecha victoria de Lula suena como una advertencia para toda la izquierda, incluyendo la latinoamericana. Se debe iniciar un gran trabajo de reconstrucción. Si no, se corre el riesgo de ver a la extrema derecha volver al poder en cuatro años… en Brasil por lo menos. Y quizás, también, en otros países de América Latina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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