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Ingobernabilidad: frente de saneamiento democrático

Daniel Hojman y Oscar Landerretche
Por : Daniel Hojman y Oscar Landerretche Economistas de la Universidad de Chile
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¿Cómo se hace para integrar en una coalición política a una gama tan amplia de movimientos, partidos y organizaciones? ¿Cómo se articula lo que hace la Confech (que tiene un carácter gremial) y lo que hace el Partido Socialista? ¿Cómo se coordina lo que hace Patagonia sin Represas y lo que hace el Partido Radical? ¿Cómo se relaciona lo que hace Iguales a lo que hace la Democracia Cristiana? No es obvio.


Carolina Tohá renunció a su turno en la vocería de la Concertación como forma de detonar la reforma política de la centro-izquierda. Su argumento era que no encontraba viable hacer de vocera de un conglomerado que en este momento no representaba el sentir de la abrumadora mayoría de quienes se sienten de oposición. Es difícil objetar que el canto pierde sentido y razón si el teatro se queda sin público. Como era de esperarse, este gesto ha generado tres tipos de reacciones: indignados que hubieran preferido que esto se negociara antes entre cuatro paredes; indignados que buscan contener el gesto de Tohá arropándola con los mullidos procedimientos del aparato; y ansiosos que sienten que se quedaron abajo del tren y que buscan subirse siendo aún más estridentes. Son el tipo de cosas que se detonan con este tipo de gestos políticos. Menos mal, como decía el Quijote: “ladran Sancho, es señal que cabalgamos”.

El gesto de Carolina Tohá simplemente refleja lo que la mayor parte de las personas de centro-izquierda harían si es que les tocara, por esas cosas de la vida, hacer de voceros de la Concertación un rato. ¿O no? Los partidos de la centro-izquierda, los que están dentro y fuera del conglomerado necesitan reformas profundas tanto en sus procedimientos internos y externos; necesitan abrirse a nuevos adherentes; nuevos líderes; nuevas ideas y nuevas formas de hacer política, más transparentes a los ojos de la gente. Durante los últimos meses cientos de miles de personas han participado en manifestaciones ciudadanas que muestran a lo menos tres cosas: si hay motivación política en la ciudadanía, no es cierto que tengamos un país de ciudadanos dóciles y conformistas, y no les gusta la oferta política que están haciendo los líderes de la centro-izquierda. Hay ingobernalibilidad en la centro-izquierda. No querer mirar esto en los ojos es absurdo… y suicida. El golpe de timón es bienvenido.

[cita]¿Cómo se hace para integrar en una coalición política a una gama tan amplia de movimientos, partidos y organizaciones? ¿Cómo se articula lo que hace la Confech (que tiene un carácter gremial) y lo que hace el Partido Socialista? ¿Cómo se coordina lo que hace Patagonia sin Represas y lo que hace el Partido Radical? ¿Cómo se relaciona lo que hace Iguales a lo que hace la Democracia Cristiana? No es obvio.[/cita]

Hay que reconocer que hay un problema, por cierto, consistente en la diferencia que existe entre los grupos que tienen, hoy, legitimación ciudadana en la ciudadanía progresista y los que tienen presencia en el parlamento. Es verdad que una de las razones que explica esta diferencia es el sistema binominal y la ausencia de un sistema de inscripción automática; pero no es cierto que sea la única razón. ¿Cómo se hace para integrar en una coalición política a una gama tan amplia de movimientos, partidos y organizaciones? ¿Cómo se articula lo que hace la Confech (que tiene un carácter gremial) y lo que hace el Partido Socialista? ¿Cómo se coordina lo que hace Patagonia sin Represas y lo que hace el Partido Radical? ¿Cómo se relaciona lo que hace Iguales a lo que hace la Democracia Cristiana? No es obvio.

Por eso es que lo sensato quizás sea plantearse una meta más modesta que “fundar una nueva coalición” que agrupe permanentemente a los opositores. Quizás es más sensato pensar en formas de coordinación más concretas y específicas, asociados a problemas reales y desafíos programáticos concretos. La posibilidad de hacerlo nos lo brinda la necesidad que tiene este país de una reforma política mayor.

En 1958, durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo operó una alianza política llamada el Bloque de Saneamiento Democrático. El Bloque fue constitutito por los partidos Demócrata Cristiano, Radical, Nacional Popular (Comunista), Agrario Laborista, Socialista y Democrático. El objetivo del Bloque era ejecutar un conjunto de reformas a instituciones que tenían enfermo al sistema democrático y podrido de corrupción al sistema electoral chileno de aquellos tiempos (de ahí el nombre “saneamiento”). El Bloque buscó y logró la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia (que proscribía al PC), el cierre de las secretarías políticas dos días antes de las elecciones (para limitar el intervencionismo electoral), la creación de la cédula única electoral y la impresión de un voto único oficial. Una vez logradas las reformas, el Bloque se disolvió. El objetivo del Bloque era incrementar la participación popular en las elecciones con el objeto de evitar la elección de Jorge Alessandri. En esto fracasó. Sin embargo, las reformas que implementó aumentaron dramáticamente la participación electoral y mejoraron el funcionamiento de la democracia electoral durante la siguiente década, contribuyendo a hacer posible la elección de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende.

Hoy en día necesitamos reformas políticas sustantivas que toda la oposición parece compartir: el reemplazo del sistema binominal por un mecanismo electoral que combine las virtudes competitivas de un sistema mayoritario con las virtudes representativas de un sistema proporcional; la implementación de un sistema de inscripción automática (que aún es mañosamente resistido); la regulación de las consultas populares, plebiscitos e iniciativas populares de ley; una ley de financiamiento de los partidos y una ley para regular el lobby; además de varias otras reformas constitucionales y electorales necesarias.

Es inviable impulsar estos cambios y otros como una reforma tributaria para financiar una reforma educacional en serio sin una mayoría parlamentaria potente. La ley que regula el sistema electoral tiene quórum calificado, de modo que reemplazar el binominal, requiere apoyo de dos tercios de los parlamentarios. Parte de las reformas que demandan los estudiantes –regular o terminar con el lucro en educación, fortalecer el rol de la educación pública y la carrera docente- requieren modificar la Ley General de Educación, otra ley de quórum calificado. Cambiar la Constitución también requeriría una súper-mayoría, entre cuatro séptimos (57%) y dos tercios dependiendo de los capítulos.

Muchas de estas reformas son cruciales para una democracia que hoy muestra alarmantes vacíos de representación y síntomas tempranos de ingobernabilidad, pero no ocurrirán en esta administración por su falta de voluntad. Así, lo esperable es que la mayor parte de estas reformas ocurrirían “dentro del binominal” en el próximo Parlamento –para empezar, el reemplazo del binominal mismo. ¿Es factible acercarse lo suficiente a las súper-mayorías necesarias?

A modo de ejemplo: el 2013 se eligen 18 senadores, 10 de los cuales hoy son de la oposición. En las elecciones del 2005 la Concertación fue en lista separada de otros partidos de izquierda que hoy también son parte de la oposición. Sumando los votos del 2005 de los que hoy están en la oposición, doblar a la derecha en a lo menos en cuatro regiones donde se obtuvo más del 65% -II,IV,VI,VIII- parece posible, lo que subiría el número de senadores de la actual oposición a 63%, haciendo factible una mayoría constitucional.

Un problema práctico no menor es que aún si la oposición convergiera en una lista unitaria para las parlamentarias del 2013, un acuerdo electoral dentro del binominal requerirá de algún grado de cuoteo. Sin parámetros medianamente legítimos para establecer dichas cuotas será difícil sostener un pacto unitario de oposición –y arriesga desprestigiar aún más nuestra aporreada democracia. Por ejemplo, si el PRO –o cualquier otro partido- estimara que su apoyo ciudadano es de un 10% y los otros partidos estuvieran dispuestos a darles cupos a un número de candidatos que hace impensable alcanzar esa cifra, el PRO podría armar una pataleta y preferir ir en una lista propia. Por esta razón, proponemos que las elecciones municipales del 2012 sirvan de primarias para medir fuerzas entre los distintos partidos de oposición, brindando así una calibración de fuerzas para determinar las candidaturas parlamentarias del 2013 en base a números indicativos del apoyo ciudadano. Así, si el PRO obtuviera el 12% en la elección de concejales del 2012, lo razonable sería que su cuota de candidatos para las parlamentarias del 2013 le permitiese alcanzar un número de representantes cercano a eso. Competir el 2012 para facilitar la unidad el 2013.

Usar las municipales del 2012 como primarias para el 2013 pone de relieve un punto extremadamente importante. Los electores jóvenes progresistas que se resisten a votar por “los mismos de siempre” mientras esté el binominal no tendrían excusa para abstenerse esta vez. Tienen la opción de potenciar a candidatos que hoy están en la Concertación, votar por candidatos de otros partidos o por liderazgos sociales que se integren a este nuevo referente. Al mismo tiempo esto fortalecería la opción de obtener una mayoría amplia el 2013 que permita impulsar cambios profundos que parecen apoyar. Estos cambios no se hacen en la calle, sino en el Parlamento y solo en la medida que estén los votos. Las fuerzas por separado no pueden lograrlo.

En vez de plantearnos una reforma súperescalifragilistocespiralidosa del bloque opositor quizás plantearnos algo más simple: un Bloque de Saneamiento Democrático 2.0 que busque una victoria electoral, primero en las elecciones locales del 2012 y luego en las parlamentarias del 2013, con el objeto de alcanzar los quórum para lograr estas reformas democratizadoras. Pónganle el nombre que quieran, pero coincidamos en que lo que necesita nuestra democracia representativa es eso: un saneamiento. Ese saneamiento solo lo podemos hacer todos juntos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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