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Amarillos por Matthei: el harakiri del micropartido de la elite Opinión

Amarillos por Matthei: el harakiri del micropartido de la elite

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Amarillos por Chile es hoy un partido político –en diciembre de 2023 registraba 2.300 militantes– que, de prosperar la reforma al sistema político, tendría que desarmarse de inmediato. Junto con Demócratas, no pasarían ningún filtro por los escasos militantes que tienen a nivel nacional.


En diciembre de 2023, Amarillos por Chile celebró su primera elección interna desde que, un año antes, fue fundado por un grupo de la elite intelectual y política, encabezado por el columnista y charlista de El Mercurio Cristián Warnken y algunos exdirigentes de la DC que abandonaron la falange, motivados por promover el Rechazo en el primer plebiscito constitucional. Lo cierto es que desde la creación del movimiento, en febrero de 2022, la amplia cobertura de prensa y los espacios ocupados en los medios tradicionales nunca guardaron proporción con lo diminuto de su estructura.

Sin ir más lejos, en esos comicios internos votaron 218 militantes y el presidente del partido, Andrés Jouannet, electo por tres años, obtuvo… 50 votos. Es decir, mucho menos que lo que necesita alguien para salir elegido en una junta de vecinos o un centro de alumnos de un colegio pequeño.

Pese a lo anterior y a constituir un grupo minúsculo, su participación en la agenda política y en el acuerdo que permitió el segundo plebiscito fue protagónica. De hecho, se convirtieron en artífices de la estructura técnica que elaboró las bases del nuevo intento de cambiar la Constitución –respaldada por el 80% de la población–. Junto a Ximena Rincón y Matías Walker –electos por la DC, pero que abandonaron la falange para fundar Demócratas–, los exconcertacionistas Isidro Solís, Ricardo Brodsky, Mariana Aylwin, Sergio Micco entre otros, pasaron a ocupar amplios espacios en la prensa, debates, paneles televisivos, columnas, etc. Si un extranjero que no conoce Chile revisara los medios, pensaría que Demócratas y Amarillos son dos de los partidos más grandes del país.

Siguiendo la lógica de todos los movimientos que han debutado con un discurso crítico de la política y los partidos, Amarillos pasó a constituirse como partido en septiembre de 2022 con el objetivo de rechazar el primer plebiscito. La derecha, sonriendo, entendió que no podía haber mejores voceros para liderar el Rechazo, por lo que les abrió todos los espacios posibles para que ocuparan la primera línea comunicacional, considerando que en su relato los intelectuales encabezados por Warnken –al igual que Demócratas– se autoclasificaban como “la izquierda del Rechazo”.

Así, Amarillos –ese color que en política desde los años 70 se identifica como en el medio, lo poco jugado y que Víctor Jara bautizó como “ni chicha ni limoná”– pasó a ser totalmente funcional a la estrategia de campaña de la derecha, quienes se frotaban las manos por el regalo recibido.

Amarillos por Chile es hoy un partido político –en diciembre de 2023 registraba 2.300 militantes– que, de prosperar la reforma al sistema político, tendría que desarmarse de inmediato. Junto con Demócratas, no pasarían ningún filtro por los escasos militantes que tienen a nivel nacional. Cuenta con un diputado, su presidente, quien fue electo en 2021 como… radical. Tiene solamente 3 concejales –de un total de 2.471–, electos en cupos PR y DC, y suma un consejero regional –de 302 que hay en el país–. Objetivamente, este es lo que podríamos llamar un micropartido o un pequeño movimiento político sobredimensionado política y comunicacionalmente.

Con este contexto, Amarillos por Chile anunció la semana pasada que apoyaría la campaña de Evelyn Matthei, algo que a esta altura no debería sorprender en lo absoluto, ya que, pese a su declaración inicial de constituir un partido de “centroizquierda” y “liberal”, se fue corriendo a la derecha, acercándose a Chile Vamos de manera sostenida.

Si algo les faltó, fue transparentar su mutación. Haber sido concertacionistas por 30 años y decepcionarse de ello es algo totalmente legítimo. El problema es cuando eso se transforma en una crisis de identidad, en una declaración esquizofrénica, mismo síntoma que experimenta Demócratas. Nunca, durante estos tres años en que participan de la política chilena, los dirigentes de estos partidos han sido capaces de reconocer lo obvio: que son de derecha. Como si los avergonzara.

Sin embargo, el pequeño partido sufrió un duro quiebre a las horas de la proclamación de la candidata de Chile Vamos. Tres de sus fundadores y rostros principales, los ex-DC Gutenberg Martínez, Soledad Alvear y Jorge Burgos anunciaron su renuncia a la tienda. La excanciller cuestionó ideológicamente la decisión y le puso una lápida al proyecto: “Tenemos una formación doctrinaria, un compromiso con los derechos humanos, con la democracia, con un centro con sentido social, y vamos a continuar en esa tarea a partir de esto que no resultó”. Burgos fue más allá, señalando que “Amarillos no fue lo que se creyó que iba a ser”, adelantando que una eventual fusión entre Amarillos y Demócratas “no tiene ningún futuro… la carta astral no le sale buena por el momento”.

No cabe duda de que esta era la prueba de fuego de la aventura iniciada por Warnken –quien volvió a dedicarse a sus charlas y columnas– para un objetivo específico, pero que luego siguió la ruta clásica: creer que, para influir en el país, hay que convertirse en partido.

Amarillos sucumbió entre sus propias contradicciones ideológicas, la frase condenatoria “la izquierda del Rechazo”, su romanticismo con el pasado, su visión intelectual y desfasada de la realidad del país, optando por el único camino que un partido “ni chicha ni limoná” podía tomar: matar el proyecto de centroizquierda con que querían transformar la política. La opción por Matthei fue el harakiri final de esta aventura de 218 electores, la mayoría protagonistas de la Concertación de los años 90, intelectuales, pero todos en retirada de la política.

Este nuevo fracaso político demuestra que los movimientos no necesariamente necesitan transformarse en partidos para pasar a ser un referente político, una lección que nuestros políticos no terminan de aprender. Si no, pregúntenle a Johannes Kaiser, que después de constituir el Partido Nacional Libertario comenzó su declive en la carrera presidencial. Mal que mal, los partidos –de todos los colores– ocupan el último lugar entre las instituciones en que la gente confía en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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