
¿Diplomacia en campaña?
La dura y peligrosa realidad que se vive en diversos puntos del planeta nos obliga a ser prudentes y, sobre todo, no perder de vista nunca cuál es el interés nacional y, por cierto, a no usar temas de Estado en el legítimo debate contingente.
Chile está ingresando de lleno a una fase electoral, que será la tónica dominante del proceso político de aquí a fin de año. Todo indica que iremos a una segunda vuelta y así, después de las primarias, tendremos la primera vuelta con los candidatos que logren cumplir con los requisitos. Esa será una de las columnas vertebrales de la coyuntura nacional.
Pero como Chile forma parte de la comunidad planetaria, también experimentará todos los influjos que provengan desde un convulso panorama internacional, donde –para decirlo en pocas palabras– entramos de lleno en una fase de recomposición del orden mundial, porque el que nos ordenó hasta hace poco ya no es capaz de garantizar la gobernabilidad del planeta.
Dos consideraciones sobre esto último, una de fondo y otra de tiempo. La principal es atender a la naturaleza de la nueva etapa. Esta no es otra que la recomposición de la hegemonía entre las principales potencias del planeta.
La irrupción de la administración Trump ha acelerado este proceso, porque en su afán de reconstruir el poderío americano está implementando políticas que afectan a los pilares de lo que fue su diplomacia durante décadas: ha desorganizado brutalmente el comercio internacional mediante la aplicación unilateral de aranceles y, al mismo tiempo, ha puesto en cuestión de una manera radical su alianza con varias potencias occidentales, especialmente europeas.
Es cierto que buena parte de Europa descansó en un “subsidio de seguridad” que EE.UU. le otorgó por décadas, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, y resta por ver qué sucede con este subsidio que otorga a sus aliados asiáticos: Japón, Corea del Sur, Taiwán, entre otros.
Si el conflicto en ciernes se explica por un reacomodo del poder global entre potencias, lo que debemos asumir es que esto no será de fácil ni pronta solución y el horizonte probable es que esta fase de inestabilidad e incertidumbre dure a lo mejor mucho más tiempo del que pensamos. Por cierto, tampoco podemos prever cuál será el final.
Atendiendo a ambas consideraciones, cabe preguntarse cuál será el mejor posicionamiento diplomático que el país debiera adoptar. Anticipo una conclusión: cualquiera sea, debe ser un posicionamiento que cuente con un amplio respaldo interno, de manera que sea un asunto de Estado y no solo del Gobierno de turno.
Los BRICS, Gaza, Israel
La realidad internacional, como era esperable, empieza a colarse en la contingencia. Algunos de los principales temas que han surgido son la conveniencia o no de ingresar a los BRICS, la reacción de Chile ante la masacre civil en Gaza y las relaciones con Israel, entre otras. Como es de entender, existe diversidad de posiciones al respecto, lo cual es legítimo y también es un síntoma para abordar estos temas de una manera no solo puntual, sino en el amplio contexto que reseñábamos anteriormente.
Pero lo que es necesario es que ese debate, además de las convicciones de las diversas partes, sea un debate informado, donde las afirmaciones rotundas puedan ser respaldadas por hechos también rotundos.
Los BRICS, grupo surgido el 2010, que inicialmente agrupaba a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, ha ido creciendo con nuevos miembros y la adhesión en diversos grados de otros países, como Irán, Arabia Saudita, Egipto, Bolivia, Cuba, aunque otros no han sido aceptados a la fecha (Venezuela, Nicaragua). Es un foro que para Chile cobra interés por la presencia de Brasil, de su principal socio comercial (China) y de otros con los cuales queremos estrechar lazos (como la India), por mencionar un dato duro que creo es compartido por la mayoría de las opiniones nacionales.
¿Entrar a los BRICS, o acercarse a ellos, o a algunos de ellos, implica abandonar Occidente? No necesariamente. A la fecha, Chile participa de foros muy disímiles, como los países de la OCDE y también del Movimiento de No Alineados. Estamos en la OEA y también en la CELAC (en la primera con EE.UU. y Canadá, y en el segundo sin países OTAN).
En lo personal soy de la opinión de que cualquier decisión sustantiva en materia de política exterior debe tener un amplio consenso interno. Como señalé anteriormente, es una decisión de consecuencias estatales, más allá de la fórmula política que gobierne en la coyuntura. Lo que no podemos hacer es lo que hizo Argentina, que pocos meses antes de concluir el mandato de Alberto Fernández ingresó a los BRICS, para luego, cuando asumió Milei, abandonarlos.
Esta alternativa, de ingresar o no, o bajo cuál modalidad, es un tema de Estado y no solo del Gobierno de turno. Por supuesto, demuestra en sí mismo que los desafíos diplomáticos del país no se reducen a temas arancelarios, aunque sí los comprenden, pero son ante todo temas estratégicos y geopolíticos.
Tampoco es un tema exclusivamente de carácter moral, como algunas opiniones sostienen que Chile no puede ingresar a un organismo donde participa un país que invade a otro (aludiendo a la guerra en Ucrania). Este tipo de pronunciamientos choca con datos de la historia reciente: Chile firmó un TLC con EE.UU. cuando este invadía Irak, contraviniendo la normativa de Naciones Unidas.
Aprovechemos de resaltar que en esa misma oportunidad nuestro representante en el Consejo de Seguridad, el embajador Valdés, junto al entonces embajador de México, Adolfo Aguilar Zínser, destacaron por una férrea oposición a una invasión que trató de legitimarse por la supuesta existencia de armas químicas que nunca se encontraron. No siempre el principismo entrega herramientas útiles para afrontar la realidad, pero sí permite buenas cuñas.
Hoy en día ningún ser humano puede permanecer neutral ante el genocidio que Netanyahu lleva a cabo contra la población civil en Gaza, y al interior de la propia sociedad israelita surgen voces de protesta. El actual Gobierno ha llevado a un aislamiento extremo de Israel en la comunidad internacional y con esa lógica podrán destruir Gaza, pero la guerra continuará, porque las guerras se ganan no cuando se ocupa el territorio del adversario ni cuando se destruye su ejército, sino cuando se doblega la voluntad de combatir de alguna de las partes, y eso nadie lo puede garantizar hoy. Es probable que los niños palestinos que sobrevivan hoy, cuando crezcan, sean convencidos muyahidines.
¿Cuál es el propósito de nuestra maniobra diplomática ante esta tragedia? ¿Podemos influir para ello de manera unilateral o requerimos sumarnos a un movimiento más amplio, que involucre a otros gobiernos, otras cancillerías? ¿El único mecanismo es el envío unilateral de “señales”? ¿Son estas eficientes?
La diplomacia chilena desde hace tiempo ha señalado que el camino a la paz pasa por la existencia de un Estado palestino y un Israel con fronteras seguras, por lo cual ha buscado permanentemente, a lo largo de diversos gobiernos, el pleno empleo del multilateralismo para avanzar en las diversas fórmulas que se han intentado. Hemos condenado tanto el terrorismo como la violencia, en especial cuando se afecta a civiles indefensos. Nada más alejado a nuestra práctica diplomática avalar visiones basadas en fundamentalismos religiosos o en limpiezas étnicas.
La dura y peligrosa realidad que se vive en diversos puntos del planeta nos obliga a ser prudentes y sobre todo no perder de vista nunca cuál es el interés nacional y, por cierto, a no usar temas de Estado en el legítimo debate contingente.
¿Qué hacer?
No es fácil la respuesta, ni tampoco es atribución de un sector político. Es un tema nacional y un error en la apreciación puede acarrearnos difíciles consecuencias.
Es bueno que el país aborde estos desafíos, pero hagámoslo bien, en espacios institucionales, para empezar. Al respecto Chile posee: el Consejo de Seguridad Nacional, donde se puede construir una apreciación política estratégica del contexto global, de los desafíos para nuestro país y las principales recomendaciones que de ello se desprendan. Le servirá a Chile, a las actuales autoridades y a las que vengan, porque esta situación tiene para más de algún tiempo y no puede ser solo un tema de tiempos de campaña.
Hagámoslo bien, que participen quienes tienen que participar –su composición es bien precisa–, lo que no se respetó en la última convocatoria, donde se le otorgó presencia y voz a funcionarios de segunda línea y no se invitó al canciller. El desafío amerita el mejor esfuerzo de todos, porque las campañas pasan, pero la Historia prosigue.
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