La contraola democrática en América Latina

La estabilidad democrática en Latinoamérica siempre ha estado en tela de juicio, en gran parte por el constante surgimiento de figuras y/o partidos personalistas, autoritarias, populistas, que permean las instituciones que tienen como fin garantizar las condiciones óptimas para una democracia liberal.

Hoy en día somos testigos de una nueva contraola democrática, con regímenes que se escapan del tradicional autoritarismo de la región, siendo El Salvador, Nicaragua y Haití tres ejemplos claros de la metamorfosis que ha tenido el autoritarismo en nuestro continente.

En El Salvador, el carisma autoritario de Nayib Bukele ha redefinido el concepto de autoritarismo, combinando populismo digital, carisma mediático y una obsesión por el control. Elegido en 2019 con una campaña que prometía romper el ciclo de corrupción y violencia de las élites tradicionales, Bukele conquistó el corazón de un pueblo cansado de gobiernos ineficaces. Su guerra contra las pandillas, que inicio con el Estado de emergencia en 2022, redujo drásticamente las tasas de homicidio, encarcelando a más de 80 mil presuntos afiliados a las maras.

Pero el costo ha sido alto: Amnesty International y Human Rights Watch han denunciado abusos sistemáticos, detenciones masivas sin juicio y una erosión de las garantías constitucionales. Bukele ha consolidado el poder doblegando al Congreso y a la Corte Suprema, asegurándose una reforma constitucional que le permite volver a postularse, un golpe mortal a la democracia salvadoreña. Su habilidad para comunicarse directamente con los ciudadanos a través de X, eludiendo los medios tradicionales, le garantiza un apoyo popular cercano al 80%.

Nicaragua es un país que funciona como una protomonarquía que controla los 3 poderes del Estado, en suma al Ejército y Policía. Nicaragua es una expresión totalitaria, con un Daniel Ortega que controla los medios, encarcela opositores, reprime protestas, ha expulsado a 3 mil ONG y no permite elecciones transparentes. Todo pasa bajo el ojo de la familia Ortega-Murillo y se sostiene con el apoyo de las dictaduras de Cuba y Venezuela. Esta nueva expresión autoritaria es muy peligrosa por la concentración de poder que puede llegar a tener alguien cuya primera elección fue por la vía democrática, pero que por la falta de contrapeso ha llegado a ser un monarca con la única misión de perpetuar su persona en el primer mando de Nicaragua.

En Haití, el reino de las pandillas y el autoritarismo del caos. Haití representa un caso extremo de autoritarismo criminal, donde el poder está en manos de pandillas que gobiernan con el terror. Tras el asesinato del presidente Moïse en 2021, el país cayó en un vacío institucional que permitió a grupos como G9 y 400 Mawozo controlar la capital y más allá. Estas bandas no se limitan al narcotráfico: recaudan impuestos, gestionan mercados, imponen la ley en barrios enteros.

En un país donde el Estado está ausente y las fuerzas policiales son corruptas y desfinanciadas, las pandillas encarnan un autoritarismo criminal que prospera en la desesperación. La crisis humanitaria ha convertido a la población en rehén de un poder brutal que no responde a nadie. Los esfuerzos internacionales –como la misión de paz liderada por Kenia en 2024– han sido hasta ahora un fracaso, obstaculizados por divisiones políticas y la connivencia entre élites locales y criminalidad. Haití es el rostro más crudo de un autoritarismo fragmentado, donde la violencia no es una herramienta del poder, sino el poder mismo.