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Una caída anunciada: cuando la discapacidad se enfrenta a la negligencia urbana Opinión imagen referencial

Una caída anunciada: cuando la discapacidad se enfrenta a la negligencia urbana

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José Ignacio Cuadra Verdejo
Por : José Ignacio Cuadra Verdejo Director del Departamento de Diversidad e Inclusión en Charlas Motivacionales Latinoamérica - Promotor de la Inclusión Laboral
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Ojalá este caso no quede solo como otra anécdota trágica que se disuelve en la rutina. Que sirva, de verdad, para iniciar un cambio real en cómo diseñamos y cuidamos nuestros espacios públicos. Volviendo a Orwell, es hora de dejar de pensar que hay personas “más iguales que otras”.


La mañana del domingo 8 de junio nos despertamos con una noticia que, para algunos, fue solo un titular más. Para otros, como yo, fue una bofetada con sabor a déjà vu: un hombre con discapacidad visual cayó a la ribera del río Mapocho, a la altura de José María Caro con Avenida Recoleta. Según Bomberos, “venía caminando por el costado de la reja del río y, como no estaba la reja, por razones obvias no se percató y cayó aproximadamente siete metros”, resultando con fracturas en ambas piernas. Una caída que no solo evidencia un accidente, sino que pone sobre la mesa –aunque sea a la fuerza– la precariedad de las políticas públicas en torno a la accesibilidad urbana. 

“Todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros”. Esta frase, tomada de Rebelión en la Granja de George Orwell, ilustra con precisión la desigualdad estructural que vivimos en Chile.

Si bien se cuenta con la Ley 20.422, que promueve la igualdad de oportunidades y la inclusión social de personas con discapacidad desde 2010, en la práctica seguimos siendo ciudadanos de segunda categoría. La ley habla de accesibilidad, diseño universal y eliminación de barreras, pero la distancia entre lo escrito y lo ejecutado es abismal: no hay cifras concretas que permitan indicar cuánto hemos avanzado en esta materia.

Es cierto que la Teletón ha visibilizado parte del problema, poniendo en agenda la necesidad de adaptar las ciudades para personas con movilidad reducida. Pero ese alcance mediático ha sido tan potente que ha instalado en el imaginario colectivo una visión reducida de la discapacidad, donde las sillas de ruedas ocupan el centro del relato y otras condiciones, como la ceguera o el autismo, quedan en segundo o tercer plano.

La Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones (OGUC) fue modificada para alinearse con la Ley 20.422. Exige, por ejemplo, estacionamientos exclusivos para personas con discapacidad. Pero en la práctica, ni se fiscaliza su uso ni se determina cuántos son necesarios. Es decir, otra norma que queda bien en el papel, pero no se respeta en la calle.

Un día cualquiera, con miedo 

Como persona con discapacidad visual, transitar por la ciudad es una batalla diaria. No solo por los vendedores ambulantes que tapan los escasos pisos podotáctiles con paños, cajas o cocinerías, sino porque los municipios tampoco cuentan con una política clara de accesibilidad.

En Providencia, por ejemplo, los semáforos sonoros se apagan los fines de semana y feriados, como si las personas ciegas solo circularan en horario hábil. En Viña del Mar, mi ciudad natal, he llegado a casa con heridas por espinas de árboles mal podados, me he caído en hoyos ocultos en las veredas, he chocado con autos mal estacionados en la acera.

Una vez, incluso, denuncié esta situación a Seguridad Ciudadana. Su respuesta fue notificar a los denunciados, informándoles que “un vecino ciego del sector” había hecho la queja. No tengo problema en dar la cara, pero aún conservo los mensajes que me enviaron los vecinos molestos. ¿Quién protege a quién?

Salir a la calle se convierte en un acto de valentía, y por eso lo ocurrido este domingo no me deja indiferente. ¿Cómo no indignarse? Una persona cayó al río Mapocho simplemente porque faltaba una reja, esa misma que usaba como guía. Esto no es un hecho fortuito. Es el resultado directo de una infraestructura pensada solo para algunos cuerpos, de un Estado ausente, de autoridades que no entienden que un árbol podado, una tapa de alcantarilla o una reja pueden marcar la diferencia entre la autonomía y el encierro, entre la vida y un accidente grave.

Hace unas semanas, cerca de mi casa robaron la tapa de una alcantarilla. Estuvo sin ser repuesta durante meses, pese a los reclamos. Tuve que dejar de pasar por esa vereda. ¿Es justo tener que modificar tu ruta porque el municipio no reacciona? No se trata solo de discapacidad. Hoy hablamos de una persona ciega. Mañana puede ser un adulto mayor, un niño o alguien caminando distraídamente con un coche. La falta de accesibilidad nos afecta a todos, tarde o temprano.

Ojalá este caso no quede solo como otra anécdota trágica que se disuelve en la rutina. Que sirva, de verdad, para iniciar un cambio real en cómo diseñamos y cuidamos nuestros espacios públicos. Volviendo a Orwell, es hora de dejar de pensar que hay personas “más iguales que otras”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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