
Deshacer el odio: cinco objeciones a la transfobia
Defender los derechos de las personas trans no es solo un acto de justicia; es un compromiso inquebrantable con nuestra humanidad común. Es hora de dejar de lado los prejuicios y construir un mundo donde cada persona sea respetada y valorada por quienes es, sin excepciones ni condicionamientos.
En un tiempo en el que la polarización busca fracturar los cimientos de nuestra convivencia, observamos con preocupación cómo ciertos sectores de la ultraderecha intensifican una agenda transfóbica. Esta narrativa, lejos de ser una diferencia de opinión, es una estrategia deliberada que deshumaniza a las personas transgénero, minando la dignidad y el respeto esenciales para cualquier sociedad democrática. A propósito de la reciente obra Deshacer el cuerpo de Josefina Araos, Daniel Mansuy, Catalina Siles y Manfred Svensson, el debate en torno a la identidad y el género es complejo y multifacético. Sin embargo, en el espíritu de una discusión seria y ética, podemos articular al menos cinco objeciones fundamentales a la transfobia, cimentadas en principios que nos definen como seres humanos.
Objeción ética: la dignidad humana
La ética nos convoca a reconocer la dignidad inherente de cada individuo. Negar la identidad de género de una persona trans no es solo un acto de descortesía, sino una profunda violación a su humanidad. Al reducir a las personas trans a objetos de burla o rechazo, se quiebra el principio fundamental de justicia que nos une. Siguiendo a Emmanuel Levinas, la ética emerge del reconocimiento del “otro” en su singularidad. Si nos negamos a ver la plena humanidad de alguien por su identidad de género, traicionamos los valores esenciales de una convivencia justa.
Objeción política: los derechos humanos son innegociables
En el terreno político, la transfobia se instrumentaliza para dividir a la sociedad y consolidar proyectos autoritarios. Los derechos humanos no son un menú a la carta; son universales e inalienables. Garantizarlos a todas las personas, sin importar su identidad de género, es una obligación de los Estados democráticos. La promoción de políticas discriminatorias que perpetúan la exclusión y la violencia no es una opción en sociedades que se precian de ser libres y justas. Reivindicar los derechos de las personas trans no es una concesión; es la reafirmación de nuestro compromiso con la igualdad ante la ley.
Objeción psicológica: el costo del rechazo es devastador
El impacto de la transfobia en la salud mental es innegable y devastador. Las personas trans enfrentan tasas alarmantes de depresión, ansiedad y suicidio, consecuencias directas del rechazo social y la discriminación. Negar su identidad o tratarlas con hostilidad no solo es cruel, sino que exacerba estos riesgos vitales. La psicología moderna es clara: la aceptación y el apoyo son factores protectores cruciales para el bienestar. Respetar y validar las identidades trans no es un capricho; es una medida fundamental para promover la salud mental de una parte vulnerable de nuestra población.
Objeción educativa: contra la ignorancia como política de Estado
La educación es la herramienta más potente para construir sociedades inclusivas, no para perpetuar prejuicios. Las narrativas transfóbicas que algunos sectores intentan imponer en los sistemas educativos distorsionan la realidad y fomentan la intolerancia. Educar sobre la diversidad de género no confunde ni “corrompe”; en cambio, enseña valores tan esenciales como la empatía, el respeto y la convivencia pacífica. Una agenda educativa que excluye o estigmatiza a las personas trans solo perpetúa la ignorancia y, en última instancia, alimenta el odio.
Objeción teológica: la espiritualidad auténtica abraza, no discrimina
Para aquellos que profesan una fe, es vital recordar que la espiritualidad genuina es incompatible con el odio. En la tradición cristiana, por ejemplo, el mensaje central de Jesús es el amor incondicional al prójimo. Cualquier intento de usar la religión para justificar la transfobia no solo traiciona este mensaje fundamental, sino que distorsiona la esencia de la fe. La teología contemporánea, en su mayoría, enfatiza que todas las personas son imagen de Dios; por lo tanto, negar la dignidad de cualquier individuo es un pecado contra la humanidad y contra lo divino.
La agenda transfóbica, impulsada por ciertos sectores, no es un problema exclusivo de las personas trans; es un ataque directo a los valores universales que sostienen nuestras sociedades. Frente a esta ofensiva, es nuestra responsabilidad articular una defensa integral que combine principios éticos, políticos, psicológicos, educativos y, para quienes resuenen con ella, teológicos.
Es tiempo de deshacer el odio desde la humanidad compartida. Necesitamos una reflexión profunda sobre las complejidades de la identidad. Sin embargo, esa reflexión no puede servir como pretexto para la discriminación. Defender los derechos de las personas trans no es solo un acto de justicia; es un compromiso inquebrantable con nuestra humanidad común. Es hora de dejar de lado los prejuicios y construir un mundo donde cada persona sea respetada y valorada por quien es, sin excepciones ni condicionamientos.
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