
Chile: éxito y descontento
Como lo demuestra la campaña para las elecciones presidenciales de Chile este año, los países pueden volverse prósperos y, al mismo tiempo, cada vez más malhumorados. Por eso, la elección para los votantes podría estar entre una comunista y un aspirante a Trump.
Juguemos a las adivinanzas políticas. La primera: desde 1990, ¿qué país en desarrollo ha consolidado una floreciente democracia liberal, con elecciones libres y una prensa libre, casi triplicado el ingreso real per cápita, reducido notablemente su coeficiente de Gini (una medida de la desigualdad de ingresos) y subido rápidamente en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, de manera que hoy se lo clasifica como de muy Alto Desarrollo Humano?
Esta es la segunda adivinanza: ¿qué país en desarrollo vivió manifestaciones y disturbios masivos en 2019, sufre de una gran falta de confianza en sus instituciones, acaba de elegir a una militante del Partido Comunista como la abanderada de la coalición gobernante de centroizquierda y, si las encuestas tienen razón, probablemente elija presidente, en las elecciones que se celebrarán a fin de año, a un ultraderechista imitador de Trump?
Si tu respuesta a las dos adivinanzas es Chile, acertaste. El país es exitoso, pero sus ciudadanos están descontentos. Su democracia es la envidia de América Latina, pero los chilenos no se sienten particularmente orgullosos de ella. La volátil mezcla de fama y furia que se observa en el país encierra lecciones que son relevantes más allá de sus fronteras.
Las primarias de la centroizquierda, realizadas el 29 de junio, ilustran lo que está en juego. La favorita inicial era Carolina Tohá, una socialdemócrata capaz y experimentada que ha ejercido de diputada, alcaldesa de Santiago, la capital de Chile y, hasta hace poco, ministra del Interior en el gobierno del presidente Gabriel Boric. Uno de sus competidores fue Gonzalo Winter, un hipster de gran bigote que, al igual que Boric, pasó de activista estudiantil a líder nacional en solo pocos años.
A fin de cuentas, ninguno de estos dos candidatos logró seducir a los electores, que votaron masivamente por la carismática Jeanette Jara, exministra del Trabajo y militante comunista.
El Partido Comunista de Chile no es un partido de izquierda cualquiera. Hace casi medio siglo, cuando la centroizquierda derrotó al dictador Augusto Pinochet en un plebiscito, los comunistas se negaron a participar, argumentando que la única forma de derrocar el régimen era por la fuerza. A fines de 2019, cuando casi todos los partidos políticos firmaron un pacto de reforma constitucional para poner fin a las protestas callejeras, el Partido Comunista se mantuvo al margen una vez más. Se ha puesto del lado de Vladimir Putin en la guerra de Rusia contra Ucrania y ha elogiado a Cuba y Venezuela por desarrollar formas de democracia supuestamente novedosas.
No es exagerado afirmar que el Partido Comunista de Chile es estalinista. Sin embargo, el 60% de los votantes de la primaria prefirió a su candidata.
Las cosas no son muy diferentes al otro lado del espectro político. La candidata de la centroderecha, Evelyn Matthei, quien, al igual que Tohá, ha sido diputada, alcaldesa y ministra, se hunde rápidamente en los sondeos. El que sube rápidamente es José Antonio Kast, de la extrema derecha. A diferencia de Donald Trump, Kast habla de manera suave y medida pero, al igual que Trump, propugna una agenda populista, antiinmigrante y anti woke.
¿Qué aqueja a los chilenos? ¿Por qué votan por los populistas? La sabiduría convencional responde que la causa es la delincuencia y la inmigración. La población nacida en el extranjero ha aumentado a casi uno de cada diez, en un cambio que, predeciblemente, ha acarreado una fuerte reacción política. Además, los delitos violentos, a menudo perpetrados por pandilleros venezolanos, han ido en aumento.
Pero esta hipótesis no explica todo lo que hay que explicar. Comparadas con la mayoría de las urbes latinoamericanas, e incluso con algunas de los países desarrollados, las ciudades chilenas siguen siendo seguras. Además, la insatisfacción con la política y los políticos iba en aumento mucho antes de la oleada de inmigración legal e ilegal producida en la última década.
Frente a la pregunta de qué aqueja a los chilenos, la otra respuesta convencional es la caída en el crecimiento. La economía chilena, que alguna vez fue la maravilla de América Latina, apenas se ha expandido en los últimos años. El auge de las inversiones de la década de los ‘90 y de la primera de los 2000 se agotó hace tiempo.
Pero, una vez más, el menor crecimiento no alcanza como explicación. Chile no ha sufrido la inestabilidad económica de otros países de la región, los salarios reales han seguido aumentando (aunque más lentamente que en décadas pasadas), y también ha subido el consumo interno.
La verdad de lo que aqueja a los chilenos es más profunda y más escurridiza. Un primer componente es el antielitismo. Todo lo que huela a establishment, sea en el ámbito político o el empresarial, es automáticamente objeto de sospecha. Un atractivo principal de Jeanette Jara son sus raíces populares, que dejan muy claro que ella no pertenece a la clase política tradicional.
El populismo, sea de izquierda o de derecha, es un tipo de política identitaria: siempre se trata del conflicto de nosotros contra ellos. Chile no es la excepción. La política tribal ha convertido a unos pocos ciudadanos en airados personajes, célebres en las redes sociales, mientras el resto de la ciudadanía, que no puede soportar el ruido y la virulencia, ha perdido el interés.
A las reglas del juego político también les cabe cierta culpa del desencanto con la política. Chile combina un régimen presidencial al estilo estadounidense con un sistema electoral proporcional al estilo europeo. El resultado es que los presidentes rara vez tienen mayoría en el congreso, de manera que no pueden cumplir por la vía legislativa lo que prometieron en sus campañas. No es raro entonces que la ciudadanía crea, cada vez más, que los políticos son unos mentirosos: mucha palabrería y cero acción.
El antielitismo, la política tribal, y el congelamiento de la democracia ayudan a explicar el reciente aumento del populismo y la polarización en Chile. Pero tendencias similares también se observan en otros países latinoamericanos, en América del Norte, Europa y en partes de Asia. Hay que resistir la tentación de identificar solo causas locales para lo que resulta ser un fenómeno global.
Tolstoi se equivoca al principio de Anna Karenina: las familias desdichadas pueden ser desdichadas de maneras muy semejantes. Lo mismo vale para los países desdichados.
El descontento es político y, por lo tanto, exige soluciones políticas. No hay que hacerle caso a la ilusión tecnocrática, la cual promete que, si aumentamos un poco el crecimiento y reducimos una pizca la desigualdad, todo saldrá bien. Como Chile demuestra, en una nación puede aumentar la prosperidad al mismo tiempo que se incrementa la irritación. Para revertir esta tendencia preocupante, Chile va a precisar un liderazgo mucho más visionario del que pueden proporcionar Jeanette Jara o José Antonio Kast.
Copyright: Project Syndicate, 2025.
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