
Ciencia desde las regiones: consolidar lo construido, apostar por lo emergente
No basta con mejorar los procesos de evaluación; es urgente aumentar el financiamiento basal, generar líneas para temáticas emergentes y garantizar la continuidad de iniciativas consolidadas, especialmente aquellas que nacen y crecen en regiones.
Desde la Universidad Austral de Chile, profundamente comprometida con el desarrollo del sur austral del país, observamos con preocupación las recientes controversias en torno a los procesos de adjudicación de los grandes proyectos asociativos de investigación. Más allá de lo específico, aparece una señal preocupante: Chile sigue sin dar un salto sustantivo en inversión pública en ciencia, tecnología e innovación, lo que está poniendo en riesgo no solo capacidades consolidadas, sino también la posibilidad de responder a los temas emergentes de nuestro tiempo.
En estas convocatorias se vislumbra una tensión que no es nueva: la necesidad de consolidar centros de excelencia que han mostrado resultados concretos en productividad científica, formación de capital humano y vinculación territorial; y al mismo tiempo, abrir espacio a nuevas temáticas interdisciplinares y urgentes, como la crisis climática, la transición energética, la inteligencia artificial, la salud mental, las economías creativas o la seguridad alimentaria. No debiéramos escoger entre una u otra. Un país que invierte seriamente en conocimiento debe ser capaz de sostener lo que funciona y de apostar por lo que viene.
El verdadero problema de fondo es que seguimos operando bajo un marco presupuestario insuficiente. Chile continúa invirtiendo menos del 0.6% PIB en I+D, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE. En este escenario, el sistema se ve forzado a competir por recursos escasos, se toman decisiones difíciles no siempre en función de la excelencia o la pertinencia, sino de presupuestos limitados. Esto no solo es injusto: es estratégicamente erróneo, en especial para un país que aspira a un desarrollo sostenible, inclusivo y territorialmente equilibrado.
Desde las regiones, hemos demostrado que es posible hacer ciencia de nivel internacional con impacto local. Los centros regionales no solo producen conocimiento; también forman personas, vinculan saberes con comunidades, diversifican la matriz productiva y fortalecen la identidad y autonomía territorial. Esos logros no pueden quedar a merced de la inestabilidad presupuestaria o de criterios que no consideran adecuadamente la trayectoria, el arraigo y el impacto regional.
Hacemos un llamado a revisar el modelo de financiamiento científico con una mirada estructural y de largo plazo. No basta con mejorar los procesos de evaluación; es urgente aumentar el financiamiento basal, generar líneas para temáticas emergentes y garantizar la continuidad de iniciativas consolidadas, especialmente aquellas que nacen y crecen en regiones.
Chile necesita más ciencia, más capacidades distribuidas en el territorio y más compromiso político con el conocimiento como herramienta de futuro. Desde las universidades regionales, seguiremos aportando con convicción, pero también levantando la voz cuando vemos que se pone en riesgo lo construido.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.