
El harakiri de la derecha
Si lo analizamos estrictamente desde el pragmatismo, es como si la cercanía con el poder le desatara a la derecha un pensamiento obsesivo de quedarse con la torta completa. Todo o nada, si yo no puedo, prefiero que no esté ninguno. Suicidio político.
Confieso que el título original con que partí escribiendo esta columna era “El portazo de las derechas a la carta de los empresarios”, debido a la inscripción con bombos y platillos de la lista al Parlamento “Cambio por Chile”, conformada por Republicanos, Partido Nacional Libertario y el Partido Social Cristiano, la coalición de la llamada derecha dura, y que hizo oídos sordos a la misiva con que 160 personas, encabezadas por importantes empresarios, exigieron una lista única de la oposición. Entre ellos, directores y/o socios de empresas como Ultramar, AquaChile, Consalud, Falabella, Entel, Laboratorio Andrómaco, CCU-Control, además de Carlos Cardoen, Dan von Appen Burose y Juan Carlos Délano.
Unos días después, Nicolás Ibáñez remató –en entrevista a La Tercera–, señalando que “no es tan difícil, porque si no, no hay plata nomás”, con un tono amenazante, donde más duele en época de campaña: el bolsillo. Por lo visto, el peso de Ibáñez en el mundo político no es el de antes…
Sin embargo, más allá de que “Cambio por Chile” –originalmente se llamaría “Derecha Unida”, pero prevaleció la tónica de que a la derecha no le gusta que la identifiquen como tal– rechazó el ultimátum empresarial, de fondo, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué le pasa a la derecha chilena, que cuando tenía –en el papel– una oportunidad histórica de ganar holgadamente la elección presidencial y la parlamentaria, se está haciendo una especie de harakiri público a punta de peleas, desencuentros, recriminaciones y guerra “asquerosa”, que la tiene hoy con cuatro candidatos presidenciales –Kast, Kaiser, Matthei y Parisi– y dos listas parlamentarias, con un sistema electoral que hace imposible doblar a la centroizquierda?
Digno de un profundo análisis psicoanalítico es lo que estamos observando en el sector y que, por supuesto, no es nuevo. Sin ir más lejos, en la elección de 2021 se presentó casi calcada la misma situación, cuando Boric ganó gracias a que se dispersaron las fuerzas y votos entre el propio Kast y Sichel. Si lo analizamos estrictamente desde el pragmatismo, es como si la cercanía con el poder le desatara a la derecha un pensamiento obsesivo de quedarse con la torta completa. Todo o nada, si yo no puedo, prefiero que no esté ninguno. Suicidio político.
Porque, más allá de las diferencias, cuando existe la posibilidad de alcanzar un objetivo, el mundo político suele poner entre paréntesis sus discrepancias. Qué mejor ejemplo que lo que ocurre en la vereda de enfrente. Pese al entrecejo fruncido, la Democracia Cristiana validó la candidatura de Jeannette Jara, lo mismo que el PPD, el PS, el PL y el FA. Y la historia se ha repetido varias veces.
De hecho, por más que se haya desatado un duro anticomunismo en sectores de la sociedad y algunos pongan el grito en el cielo por la candidata comunista, lo cierto es que el PC ha formado parte de las coaliciones de la centroizquierda desde Bachelet en adelante. Es más, el Frente Amplio tuvo que aceptar, a regañadientes, formar parte de un Gobierno con los mismos que apuntó con el dedo por ser cómplices de los “treinta años”. Pragmatismo político le dicen.
Pero, sin duda, lo que ha quedado de manifiesto en estos últimos meses es que la división en la derecha es algo muchísimo más profundo. Tanto es así que ni el pragmatismo, ni el riesgo de que se pierdan varios parlamentarios de Chile Vamos en ejercicio y que la centroizquierda pase a segunda vuelta –hasta hace poco, eso se veía casi imposible–, lograron lo que los empresarios anhelaban para el sector.
Creo que a la centroderecha –Chile Vamos– le pasó el mismo fenómeno que a la ex Concertación hace algunos años. Una crisis que se fue gestando de a poco, en la medida que tanto el mundo como la sociedad chilena iban cambiando, y que esta última exigía soluciones distintas, cansada de la política de los consensos, las negociaciones, de la cocina de la elite política de los primeros 25 años de la vuelta a la democracia. Un país con problemas distintos, aburrido de los partidos tradicionales, pero, por sobre todo, crítico de quien detente el poder, sea quien sea.
No es casualidad que los últimos once años –desde Bachelet II en adelante– los mandatarios tuvieran una caída brutal en el apoyo ciudadano en apenas un par de meses de estar en el poder. Fin a la llamada regla de la luna de miel que alcanzaba seis meses en los primeros veinte años de la vuelta a la democracia.
Porque, si hay algo que los candidatos –de todos los colores– deberían haber aprendido después de este zigzag que hemos vivido entre los 16 años con la polaridad Bachelet-Piñera, el estallido y los dos plebiscitos refundacionales, es que las soluciones mágicas y el populismo exacerbado que vemos en los eslóganes de campaña de hoy son un déjà vú de “la alegría ya viene”, “se le acabó la fiesta a la delincuencia” o del término de la “puerta giratoria”. Por cierto, ahora, aunque le prometan que se acabará la delincuencia o la migración ilegal en un dos por tres, no lo crea. Es publicidad engañosa.
Lo que existe de esta división autodestructiva en la derecha es un quiebre de fondo entre un proyecto político tradicional, que por supuesto debe adaptarse y modernizarse, pero que tiene bases sólidas en la sociedad chilena y definiciones claras en materia económica, cultural y social. La otra derecha, la de la promesa fácil, del retroceso cultural, contagiada con el populismo y el tono agresivo de los Milei o Trump, responde más a la oferta del que no ha estado en el gobierno, que no ha tocado la guitarra y que genera, por cierto, esperanzas que se frustrarán a los pocos meses de estar en el poder.
De ahí que un posible apoyo que se den mutuamente las derechas de Kast-Parisi-Kaiser y la centroderecha de Matthei en segunda vuelta, no será más que un acto de pragmatismo, que no garantizará –bajo ningún escenario– la gobernabilidad de lo que se podría etiquetar como la derecha chilena. Solo recordemos que José Antonio Kast se convirtió en un duro opositor de Sebastián Piñera y que, en el segundo plebiscito fallido, la centroderecha tampoco acompañó el intento refundacional de la derecha más extrema.
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