
Del chorreo al acuerdo: un pacto por el crecimiento y por un salario digno de $750.000
Bien podría reemplazarse el deporte de los Chile Day –esas giras de élite, y a veces de impostura, donde algunos hablan mal del país desde Londres, Madrid o Nueva York– por un Puente Alto Day, un Valparaíso Day o un Concepción Day.
Es una gran bandera del programa de gobierno de Jeannette Jara la propuesta de un ingreso digno de 750 mil pesos. Y como era de esperar, recibió el portazo inmediato de los de siempre: los neoliberales y sus colonos mentales, que han hecho de la descalificación automática una rutina tan predecible como aburrida.
Lo suyo no es debate, es reflejo condicionado. Apenas alguien habla de dignidad, responden con las mismas letanías: que se destruirán empleos, que será inflacionario, que no hay cómo financiarlo. A falta de ideas nuevas, repiten la vieja cantinela como si fuera dogma. Descalifican y se niegan a discutir, como un exministro de Hacienda que se molestó porque los impuestos no se podían discutir entre varios, es decir, no se podían discutir sino solo por los iluminados.
Con gesto grave, alguno de ellos preguntó: “¿Y cuántos economistas tiene Jeannette en su equipo?”, como si el número de consultores fuera el nuevo test de validez democrática. El chiste es que fueron esos mismos gurús los que diseñaron el Transantiago sin plan B, los que no vieron venir la crisis subprime y los que todavía se justifican con el sobreajuste de la crisis asiática. Si esa es la vara, más vale no llenarse de economistas. De tanto errar, ya parecen médiums más que técnicos.
Lo que falta no es un ejército de expertos, que los hay, sino la voluntad política de encontrar juntos un camino común, porque esta no es una propuesta caprichosa ni sectaria: nace desde el corazón del pueblo de Chile, de millones que saben lo que cuesta llegar a fin de mes, que sienten que el país les exige todo y les devuelve poco.
Por eso el ingreso digno funciona como prueba de la blancura. Aquí veremos quiénes están por un acuerdo nacional y quiénes prefieren seguir en la lógica del conflicto. Quiénes siguen defendiendo el chorreo, como si el vaso fuera a rebalsar algún día, y quiénes entienden que crecer con equidad no es un lujo, sino la única forma de sostener el desarrollo en paz.
Y aquí conviene ser claros: ¿estamos o no estamos de acuerdo en que Chile necesita crecer sostenidamente a tasas sobre el 5% durante diez años, a lo menos? ¿Y estamos o no estamos de acuerdo en que ese crecimiento debe ir acompañado gradualmente de un incremento del ingreso digno?
Porque de eso se trata: de avanzar paso a paso, con seriedad y decisión, desde las tasas actuales hasta un 5% o más sostenido por una década, y, al mismo tiempo, fijar la meta de un salario digno que le devuelva estabilidad y esperanza a la vida de millones de familias. Crecer y distribuir no son caminos separados, sino una indisoluble unión que garantiza que la prosperidad no se convierta en frustración, y que la justicia social no se transforme en ilusión vacía.
El pacto social ex ante es el centro de todo este planteamiento. No se trata de crecer primero y repartir después, porque esa película ya la vimos y terminó mal. Se trata de fijar antes las reglas del juego: decidir con claridad a qué se va a destinar ese nuevo esfuerzo nacional y con qué plazos. Eso significa también establecer un pacto tributario estable por diez años, comprometerse a que una parte mayoritaria del nuevo espacio fiscal vaya a salud, educación, pensiones, cuidados y salarios, y garantizar que las reglas no cambien según el humor del Gobierno de turno.
Un pacto así no es tecnocracia, es política con fundamentos técnicos: la política y la economía bien integradas para darle a Chile un horizonte de crecimiento con equidad y estabilidad, donde nadie se quede atrás.
Bien podría reemplazarse el deporte de los Chile Day –esas giras de élite, y a veces de impostura, donde algunos hablan mal del país desde Londres, Madrid o Nueva York– por un Puente Alto Day, un Valparaíso Day o un Concepción Day, allí donde se siente la falta de un ingreso digno, allí donde los chilenos deben vivir con respeto y no con humillación. Porque el verdadero prestigio de Chile no se juega en los salones financieros de fuera, sino en la dignidad de su gente en casa.
Lo que propone Jeannette no es populismo ni demagogia. Es, al contrario, la más eficiente manera de reconciliar la política con la esperanza: crecer y distribuir al mismo tiempo, con un pacto social estable, con reglas conocidas y con la convicción de que este país merece algo más que la resignación a la mediocridad.
Ahora es el momento de decidir de qué lado está cada uno: con los que siguen apostando al chorreo y al privilegio, o con quienes creemos que Chile puede crecer y distribuir. Esa es la verdadera disyuntiva y ya no hay espacio para las evasivas.
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