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Alertas que alarman pero no protegen: el eslabón  roto de la confianza pública Opinión Crédito imagen: ISP Chile

Alertas que alarman pero no protegen: el eslabón roto de la confianza pública

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Mauricio Sepúlveda Galeas
Por : Mauricio Sepúlveda Galeas Psicólogo, Doctor en Antropología Médica y experto en Políticas de drogas y reducción de daños.
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La comunicación oficial difundida el 25 de septiembre para advertir sobre la circulación de supuestos “stickers psicoactivos” mostró, otra vez, un patrón que se repite en Chile: la alerta no redujo el riesgo y sí estimuló el pánico.


No es un problema de intención sino de diseño. Las alertas tempranas salvan vidas solo si cumplen estándares básicos de comunicación de riesgo y participación comunitaria: escuchar, verificar, canalizar y cerrar. Cuando fallan en cualquiera de esos eslabones, transforman la precaución en espectáculo y minan la  confianza pública.

La alerta temprana: más allá de la alarma y del pánico 

La comunicación de riesgos es avisar a tiempo y con evidencia qué amenaza existe, a quién afecta, por qué vía y qué hacer para proteger la salud. En el campo de las drogas significa alertar sobre sustancias peligrosas, explicar prácticas de reducción de daños y entregar instrucciones claras y aplicables. A diferencia de las campañas  generales, trabaja con riesgos específicos e inminentes y busca respuestas inmediatas. La confianza es decisiva por el estigma que rodea al consumo: se construye escuchando a las comunidades y pares con experiencia vivida, verificando la información con laboratorios y servicios clínicos, y comunicando sin juicios en un lenguaje simple.

Cuando falta alguno de estos eslabones, la alerta hace ruido, pero no cuida; cuando están presentes, transforma la información en decisiones seguras y en salud pública efectiva. 

La comunicación del 25/09 se agotó en los titulares: sin canales directos hacia redes comunitarias, pares, ONG de reducción de daños, SAPU, urgencias, municipalidades, escuelas y centros juveniles. El resultado fue previsible: maximización del pánico moral y mínima eficacia sanitaria. 

Una alerta que no viaja por los circuitos donde se toman las decisiones cotidianas –familias, colegios, salas de urgencias, servicios locales– pierde su sentido  preventivo. Y, en lugar de orientar conductas, alimenta rumor y desconfianza.

El riesgo de confundir peligro con riesgo 

El primer error fue sobredimensionar el contacto cutáneo. El mensaje público describió el soporte como “altamente peligroso”, sin diferenciar entre presencia de sustancia y riesgo real por vías plausibles de exposición. Además, se presentó como “nueva droga” lo que, en rigor, eran mezclas en un soporte: un encuadre impreciso  que confunde el riesgo y desordena la respuesta sanitaria. 

Riesgo no es un adjetivo alarmista: es la combinación entre probabilidad y consecuencia en un contexto específico. En este caso, la vía relevante es oral/sublingual o por mucosas. Insinuar que el simple contacto con la piel intacta conlleva el mismo peligro no solo confunde prioridades: erosiona credibilidad. 

Sin arquitectura comunitaria, no hay alerta efectiva 

Un sistema de alerta temprana no se reduce al laboratorio ni al comunicado. Requiere arquitectura de base: protocolos que definan quién recibe, adapta, codiseña el mensaje, lo redistribuye y recoge retroalimentación. 

Experiencias internacionales muestran que los circuitos de alerta que incluyen equipos comunitarios, servicios clínicos y canales digitales claros y operables –con  información sobre síntomas, qué hacer, no criminalización– logran que el mensaje sea preventivo y no solo reactivo. 

Chile carece de esa arquitectura. Por eso, las alertas se lanzan desde el centro a los medios, pero no viajan hacia los territorios donde deben convertirse en acción. 

La triangulación que nunca llegó 

El tercer déficit es la falta de triangulación de fuentes. Un sistema de alerta serio –como los europeos de EMCDDA/EUDA– exige doble confirmación analítica (laboratorio de referencia + secundario o Early Warning System regional),  triangulación epidemiológica (urgencias, toxicología, pares), validación clínica antes de comunicar al público y consulta a usuarios y pares. 

Emitir un mensaje con base en un solo hallazgo de laboratorio es invitar a errores  de proporcionalidad y credibilidad. 

Más que un problema técnico: un dilema de gobernanza 

Las fallas de esta alerta no son solo de procedimiento, sino de también de gobernanza. El sistema se orienta a emitir comunicados rápidos que demuestren control, pero no a construir redes y confianza. En un escenario de mercados de drogas más inestables y de circulación de compuestos sintéticos, la confianza pública es el  recurso más escaso y más valioso.

Hacia un estándar mínimo: proporcionalidad y acción 

La solución no es más sirenas ni más adjetivos, sino mensajes proporcionales y  accionables, y un sistema de alerta que cumpla con tres requisitos básicos: 

  1. Escucha territorial –incluir a comunidades y redes de pares desde el inicio–.
  2. Verificación y triangulación –doble confirmación analítica, contraste  epidemiológico y validación clínica–. 
  3. Arquitectura comunitaria –canales que traduzcan el mensaje para entornos diversos: clínico, escolar, comunitario, nocturno, carcelario–. 

El pánico puede estallar en segundos; la confianza se construye a cuentagotas y se pierde con facilidad. Hay una verdad incómoda que preferimos olvidar cada vez que suena una sirena institucional: en Chile, demasiadas veces la alerta termina siendo parte del problema. 27/F lo recordó con crudeza: el mar se recogía y las comunidades costeras leyeron la señal con precisión, pero el sistema no integró a  tiempo ese saber territorial ni articuló salidas seguras.

Hubo zonas no evacuadas arrasadas por la ola. No fue solo una falla técnica; fue política. Cuando el dispositivo ignora la inteligencia local, la alerta se vuelve megáfono del peligro, no puente para la acción protegida. 

También ocurrió en los megaincendios de la Región de Valparaíso: la orden de evacuar llegó, pero sin rutas, sin gestión de flujos, sin priorización. Decenas de personas murieron atrapadas en embudos de fuego dentro de sus vehículos. La alerta  instruyó moverse sin habilitar por dónde moverse. Un mensaje sin logística transfiere la responsabilidad al ciudadano, que después es culpado por “no  obedecer”. 

Y se repitió con la precaución por tsunami tras un sismo lejano: la activación inicial pudo ser pertinente, pero lo que falló fue el cierre. Sin actualización oportuna y proporcional, la confianza pública se erosiona. La siguiente alerta –aunque sea  correcta– encontrará oídos fatigados. La credibilidad es un bien finito: se gasta con cada ambigüedad y se recupera muy lentamente. 

Una alerta responsable no busca alarmar, sino prevenir daños y habilitar decisiones seguras. Esa es la única manera de honrar el derecho a la salud y fortalecer el vínculo entre instituciones y ciudadanía. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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