
Volver a creer, un imperativo para Chile
La próxima elección presidencial debe marcar un punto de quiebre. No se trata solo de elegir entre este o aquel nombre, sino de decidir si queremos un país donde el empleo, la educación, la salud mental y la protección de los niños y niñas sean prioridades concretas, no solo accesorios del discurso.
Chile ha atravesado años difíciles. Desde el 18 de octubre de 2019, vivimos una crisis social y política que removió las bases de nuestra convivencia. A la polarización, la desconfianza y el desencanto, se sumaron el estancamiento económico, la falta de oportunidades y el desempleo.
La tasa nacional de desocupación se ha mantenido cerca del 8,8% en los últimos trimestres móviles, según el INE, un nivel que refleja la dificultad de absorber a quienes buscan trabajo, especialmente jóvenes, mujeres y personas que ingresan por primera vez al mercado laboral.
Y no es solo el empleo: en el ámbito educativo, la deserción escolar alcanzó un peak alarmante: más de 50 mil estudiantes desvinculados en 2023. Aunque en 2024 hubo una reducción leve, a 47.509 desvinculados, esa cifra sigue siendo muy alta, concentrándose en los estratos socioeconómicos más vulnerables.
Son motivos suficientes para sentirse abrumados, desilusionados, para pensar que el futuro está marcado por la incertidumbre. Muchos líderes han ofrecido extremos, procesos constitucionales fallidos, recortes de gasto fiscal espectaculares, pero en lo concreto han quedado cortos, los plazos se han estirado, y los acuerdos se disuelven antes de nacer.
Pero sin duda ese es uno de los caminos. El otro, el que realmente puedo creer que nos puede sacar del pantano, es tomar las riendas. Ejercer responsablemente el derecho al voto. Ver quién promueve responsabilidad fiscal, quién da señales de gobernabilidad, quién propone medidas que trasciendan la retórica.
Porque esperanza no es optimismo ingenuo: es compromiso y responsabilidad política. Y ahora más que nunca necesitamos liderazgos que acompañen con hechos, que propongan políticas claras, que sepan hacer de la infancia, de la equidad y de la justicia social no solo promesas bonitas, sino compromisos concretos, con presupuestos claros y sin challa.
La próxima elección presidencial debe marcar un punto de quiebre. No se trata solo de elegir entre este o aquel nombre, sino de decidir si queremos un país donde el empleo, la educación, la salud mental y la protección de los niños y niñas sean prioridades concretas, no solo accesorios del discurso electoral.
Volver a creer es posible si elegimos con convicción, si exigimos coherencia y si apostamos por la esperanza como principio político. No basta con protestar; hay que votar. No basta con lamentar; hay que exigir. No basta con soñar; hay que construir.
Chile lo ha hecho antes. Hoy estamos llamados a hacerlo de nuevo.
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