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                        Triunfo de las derechas, banalidad de los mensajes y urgencia de una renovación ideológica
Lo más seguro es que las derechas ganen el Senado y la Cámara, produciendo un hecho efectivamente nuevo: las derechas tendrán por primera vez en la nueva democracia el Gobierno y la mayoría en ambos cuerpos legislativos.
La mayoría de las miradas, la atención de los medios, el tronar de redes sociales, las opiniones de sobremesa, los ministros y hasta el Presidente, vuelcan su atención a la campaña presidencial. Campaña sosa. Carente de discusiones importantes. Muy versada en asuntos domésticos o vulgares: que si me pediste perdón o me hostigaste, que “Gobierno de atorrantes”, que si coseché frambuesas o guindas, que impostas la voz hasta el cansancio, que las canas nuevas son tan notorias. Que cámaras de vigilancia aquí, que darles más recursos a las policías municipales allá, gestión acá y acullá. Son programas pequeños, mezquinos, filisteos, rasantes, de la más inmediata contingencia; son tomas de posición que pintan demasiado a pose, a mentirilla, a mensaje vacío de TikTok.
Las candidaturas presidenciales son, en verdad, síntoma de la crisis en la que estamos: antes parte del problema que de la solución. Han sido incapaces de atender responsablemente a los desafíos fundamentales del país actual y de las décadas por venir, como los siguientes:
- La recuperación de la legitimidad de las instituciones políticas;
- El levantamiento de un auténtico ethos nacional compartido, de fondo, sobre principios robustos básicos respecto de los cuales a todos haya de exigírseles lealtad;
- El diálogo para reactivar la colaboración fructífera entre los poderes públicos;
- La revitalización de la productividad económica, en caída libre hace dos décadas, y
- La generación de condiciones para una economía y trabajos en los que la creación y la transformación efectiva de la realidad sean el centro de vidas laborales plenas.
Sin esas reformas, el país entrará en un proceso de decadencia intensificada. No hay sistemas viables donde la legitimidad institucional y la productividad se encuentren en el suelo y se carezca de formas de sentir y pensar básicas compartidas.
Una manifestación llamativa de la degradación en la que nos movemos es que prevalezca casi exclusivamente la cobertura al pulular de los candidatos presidenciales. La caravana mediática de insultos y frases vacuas que van y vienen ha terminado por opacar otra disputa, probablemente una que tendrá muchas más consecuencias que aquella por La Moneda.
Si lo más probable es que gane Kast (o quien de la derecha pase a segunda vuelta), frente a una candidata que ni ha sabido sacudirse el hedor a embuste ni explicar su leninismo y es mediocre al punto que se encuentra estancada en el tercio; si ya la disputa presidencial no ofrecerá novedades, hay otra lucha electoral donde los resultados serán menos esperados, pero contundentes. Ante nuestras narices está desatada una refriega cargada de destino y que quedará zanjada el mismo día 16 de noviembre: sin derecho a réplica, sin posibilidad de segunda parte.
Son las elecciones parlamentarias.
Esa lucha es decisiva y muy pocos la observan. A diferencia de lo que sucede en la campaña presidencial, allí las fuerzas de las derechas no se restan: se suman. Kaiser, Kast, Matthei, parte de Parisi y Mayne-Nicholls contribuyen en la misma dirección, como olas que se agregan produciendo una masa irrefrenable de energía. El contrapoder, lo que podría generar algún matiz, son grupos muy debilitados, que cargan los pesos muertos de un Gobierno decadente y el descrédito de una candidatura indigna de la propia izquierda.
Lo más seguro es que las derechas ganen el Senado y la Cámara, produciendo un hecho efectivamente nuevo: las derechas tendrán por primera vez en la nueva democracia el Gobierno y la mayoría en ambos cuerpos legislativos.
Ante ese hecho inminente, ¿hay alguien que esté pensando en las exigencias que le impondrá a ese sector político esa concentración de poder? ¿Alguien que se percate de que, allende la gestión o unos puntitos más de crecimiento y menos de inflación, el pueblo, ese que estalló en octubre de 2019, va a estar expectante respecto de las reformas fundamentales que requiere el país?: en seguridad pública (y gratuita, no de guardias municipales o privados); en productividad; en legitimación institucional.
Del grupo gobernante se esperará conducción, prudente, no aletazos de ave novata. El liderazgo que volverá a quicio los goznes desvencijados del país. Si han de sacarnos del marasmo, las derechas habrán de abandonar, de una vez por todas, sus vetas filisteas, sus vicios gestionalistas y economicistas, su cortedad de vista “Chicago-gremialista”, y asumir un compromiso auténticamente patriótico, una mirada de largo plazo.
¿Son capaces de eso las derechas actuales? A primera vista no.
Pero hay alguna esperanza, porque no siempre fue así.
La derecha se halla en decadencia, pero hubo un tiempo en el que dominaron en ella el genio de Portales y Bello, el carácter de Montt y Varas, los fundadores de instituciones, creadores del Estado; en el que rigieron los liderazgos presidencialistas de Pinto a Balmaceda; las fuerzas del socialcristianismo, desde Cifuentes, pasando por Pablo Marín, Emilio Cambié (creadores de la Gran Federación Obrera de Chile), hasta la ANEC y la Falange; también los caudillos, parteros de instituciones y constituciones, del Estado social: Ibáñez y Alessandri, así como el acompañamiento persistente de plétoras de intelectuales: la “Generación del Centenario”, de Encina, Edwards, los hermanos Pinochet, Darío Salas, Luis Galdames, etc.; la del 38, de Mario Góngora, Armando Roa, Frei Montalva, la juventud conservadora, y grupos políticos que aunque de corta duración contribuyeron con arrojo a brindarle dinamismo y gobernabilidad al país en momentos de crisis, como el PAL (Partido Agrario-Laborista).
Ante la ausencia de pensamiento político a la altura de la época presente, frente al economicismo y el gestionalismo, considerada la decadencia del orden social, todos los actuales sectores de derechas y del centro están convocados a una tarea pendiente pero urgente: los socialcristianos, en Amarillos, RN y Demócratas, en el PSC, en Solidaridad UC; los nacional-populares, en RN, con Desbordes, Monckeberg, Núñez, Balladares; los liberales laicos y liberales cristianos que aún siguen la veta de Jaime Guzmán, en la UDI y Republicanos
Solo de un diálogo franco y colaborativo, volcado sobre el interés nacional, antes que partidista, que redunde en una colaboración efectiva, leal y fructífera de esas cuatro tradiciones ideológicas, podremos abrigar alguna esperanza de comenzar a salir de una crisis que, por su estructura y talante, comienza a ser tan larga y profunda como la del Centenario (aquella duró de 1910 a 1932).
P.D.: Sobre la crisis ideológica de la derecha contemporánea y la necesidad de una renovación de su pensamiento a partir de la revitalización de sus cuatro tradiciones, puede consultarse un libro que escribí en 2014: La derecha en la Crisis del Bicentenario, que puede descargarse aquí.
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