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Cultura y comunidad: el progreso pendiente de Chile Opinión

Cultura y comunidad: el progreso pendiente de Chile

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Es necesario dejar claro que el pueblo no puede vivir sonriendo y bailando como Zorba con la escasez en la que está sumido.


La dualidad de Chile es un fenómeno que se niega a conciliarse: una sociedad donde un sector exiguo goza de una vida plena, viviendo de lo que los demás producen, y una inmensa mayoría que existe en la precaria lucha por la supervivencia. Esta fractura se explica, en gran medida, por la errónea jerarquía de valores que ha imperado en el país: el Orden sobre la Cultura y la Economía sobre la Comunidad.

Si aceptamos que Filosofía es “ser” y Sociología es “convivencia”, la sociedad chilena revela su profundo atraso. El lema brasileño, “Orden y Progreso”, interpretado históricamente al igual que el “Por la razón o la fuerza” chileno, priorizó el orden a expensas de la justicia social y el progreso real (desarrollo humano). En Chile, esto se tradujo en una mano dura que ha consolidado una dualización social: dos tipos de sociedades coexistiendo separadamente, con un sector que obstaculiza la plena inclusión de la ciudadanía en los beneficios del desarrollo.

La derecha chilena, al reducir su programa de gobierno a tres temas (delincuencia, migración y crecimiento económico) cuya solución se limita a la “mano dura”, ignora la lección fundamental: el orden no es progreso si la desigualdad es estructural. El problema no es solo económico, sino cultural y ético.

La obsesión por el crecimiento económico ha llevado a muchos economistas a medir el desarrollo únicamente en términos de acumulación de capital, ignorando que la acumulación cultural es tan o más importante. La cultura —entendida como el conjunto de modos de vida, ética y valores— afecta profundamente los asuntos de Estado. Cuando el tono mercantil se impone como modo de vida y supraestructura, como ocurre en la sociedad individualista chilena, la convivencia democrática se resiente.

Para revertir esta desigualdad histórica, Chile debe reorientar su brújula moral. Esto implica sustituir el individualismo por la comunidad y la acumulación de capital por la acumulación de cultura.

La solución pasa por la articulación de un programa progresista que determine que el individuo se transforme en “alguien”, es decir, en persona, solo a través de su relación y organización con otros hombres, en una fusión moral y de amor universal. Como Galileo Galilei amo la simetría, y así como Moisés entregó la tabla del decálogo como un “programa a seguir”, el progresismo debe proponer un decálogo de convivencia que priorice:

  1. La Cultura sobre el Orden: Invertir en el espíritu colectivo, en el arte, la educación pública y los valores de comunidad, como pilares esenciales para el desarrollo humano.
  2. La Comunidad sobre la Economía: Romper con la dualización social garantizando el acceso universal a derechos básicos (salud, educación, pensiones), asegurando que los beneficios de la producción de unos se distribuyan en el bienestar de todos.

Es necesario dejar claro que el pueblo no puede vivir sonriendo y bailando como Zorba con la escasez en la que está sumido. Los gestos de felicidad no pueden ser un placebo ante la falta de justicia. El riesgo es que, si no se produce este cambio de filosofía fundacional, se dé un nuevo estallido social, pero ahora con el singular marco musical del tercer movimiento de Claro de Luna de Beethoven, que resuena con la enorme ira del compositor ante la miseria del mundo, coreando la ironía de un progreso que nunca llegó. Solo al cambiar esta filosofía fundacional, Chile dejará de ser un país desigual y garantizará que la existencia de todos sus ciudadanos se alce, por fin, a la categoría de vida digna.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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