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El garrote de Trump y la pasividad de América Latina Opinión

El garrote de Trump y la pasividad de América Latina

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Roberto Pizarro Hofer
Por : Roberto Pizarro Hofer Economista. exdecano de la Facultad de Economía Política de la Universidad de Chile.
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La pasividad y la complacencia de nuestros gobiernos ante la agresividad de Trump difícilmente darán buenos resultados y menos actuando divididos.


Vivimos tiempos difíciles, con cambios sustantivos en la geopolítica mundial y el orden comercial liberal. Con el presidente Trump, Estados Unidos ha retornado a la doctrina Monroe y también a su secuela, el gran garrote de Roosevelt, con preocupantes impactos en los países latinoamericanos.

A diferencia de gobiernos anteriores, Trump ha puesto atención en Latinoamérica, aunque no para bien. Ha sido muy agresivo en los planos militar y comercial, y su política tiene una doble referencia. Por una parte, la Doctrina Monroe, que el presidente James Monroe presentó por primera vez en 1823 (Discurso sobre el Estado de la Unión, 02.12.1823). Doctrina que sostiene que cualquier intervención en América de potencias extranjeras provenientes de otros continentes se considera un acto hostil contra Estados Unidos, el que tendría derecho a ejercer acción militar.

Por otra parte, en 1904 el presidente Theodore Roosevelt complementó la Doctrina Monroe con el argumento relativo a que EE.UU. tenía el derecho a ejercer la fuerza militar, no solo frente a países de otros continentes sino que también podía intervenir como policía en los países latinoamericanos cuando estos no mantuvieran el orden interno o no cumplieran con sus obligaciones internacionales. Es una enmienda a la doctrina Monroe, denominada el Corolario de Roosevelt (en Discurso sobre el Estado de la Unión, del 6 de diciembre de 1904), que se popularizó como la política del gran garrote. Esta es la segunda referencia de Trump en su política hacia Latinoamérica. 

Tal concepción, basada en la utilización del poderío militar, se ha traducido a lo largo del siglo XX en sucesivas intervenciones estadounidenses y apoyo a golpes militares en América Latina y el Caribe, con graves consecuencias para sus pueblos. Entonces, la Doctrina Monroe y su Corolario Roosevelt constituyen lo que califica de imperialista a la política exterior de Estados Unidos.

Hoy día, las amenazas de Trump, de su secretario de Estado, Marco Rubio, y también de su secretario de Guerra, Pete Hegsethson muy similares a la retórica que utilizaba Theodore Roosevelt. En efecto, Trump, en su discurso de nombramiento de Mauricio Claver-Carone, representante especial para Latinoamérica, señaló sin vacilaciones: “En los últimos cuatro años, el caos y la anarquía han invadido nuestras fronteras. Es hora de restablecer el orden en nuestro propio hemisferio”. Pero, junto a esta retórica, el accionar militar y comercial durante sus meses de Gobierno ha sido muy agresivo.

En efecto, Trump no ha vacilado en aplicar la vieja Doctrina Monroe, al exigir el retiro de la presencia comercial e inversionista china en nuestra región y, muy especialmente, ha cuestionado la eventual incorporación de países de Latinoamérica a los BRICS y a la Ruta de la Seda, promovida por China. Pero, adicionalmente, utiliza el garrote de Roosevelt para atacar con cañoneras el mar Caribe, cerca de las fronteras de Venezuela y Colombia, con el argumento de enfrentar el narcotráfico, pero sobre todo para presionar por el término de los gobiernos de Maduro y Petro. 

El rechazo a la presencia china en Latinoamérica quedó en evidencia a pocos días de la instalación de Trump y de su secretario de Estado, los que exigieron al presidente panameño que pidiera la salida de la empresa de capitales chinos CK Hutchison Holdings y, de no hacerlo, EE.UU. intervendría militarmente el canal. Adicionalmente, se le demandó el retiro de Panamá del proyecto “la Ruta de la Seda”, que previamente había acordado con el Gobierno chino. El Gobierno panameño no resistió las presiones y aceptó las exigencias de Trump.

A ese accionar se agrega recientemente el condicionamiento de la asistencia financiera estadounidense a Javier Milei a la contraprestación consistente en que Argentina debe reducir sus vínculos con China. Así lo dejaron en claro tanto el secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, como el encargado para la región, Claver-Carone. 

Por su parte, la política del garrote se ha expresado en el bombardeo de la marinería estadounidense a embarcaciones, las que, sin pruebas, son presentadas como tráfico de narcoterroristas, y que contabilizan a la fecha en el Atlántico y Pacífico 13 operaciones con un estimado de 57 víctimas, lo que ha sido calificado por Naciones Unidas como asesinatos extrajudiciales. A ello se agrega recientemente una orden del presidente Trump para que la CIA pueda desarrollar acciones letales contra Maduro y su entorno, y quizás también contra Petro.

El presidente Petro de Colombia ha reclamado, y con razón, por el silencio que han mantenido los presidentes de América Latina y el Caribe ante el retorno de la diplomacia de las cañoneras de EE.UU., que tanto sufrió nuestra región en el siglo pasado.

Y, respecto de las agresiones arancelarias, los gobiernos de la región han optado por la complacencia. Trump ha impulsado una elevación generalizada de aranceles a las exportaciones de todos los países de América Latina, incluso a los que tienen suscritos Tratados de Libre Comercio (TLC) con EE.UU.; y, también, agregó un 50% de arancel a las exportaciones brasileñas, como represalia política por la condena que impuso la Justicia al expresidente Bolsonaro, comprometido en un golpe de Estado contra Lula. 

Así las cosas, Estados Unidos define a su antojo las reglas del comercio y su poder dominante decide cuándo le conviene el libre comercio o cuándo opta por el proteccionismo. Y, ante la elevación de aranceles, la respuesta regional ha sido claudicante, aceptando las exigencias de renegociación impuestas por Trump, incluso de países que, como Chile, tienen TLC suscritos hace muchos años. 

Por cierto, parte de esas nuevas exigencias es la disminución o retiro de la actividad económica china en nuestra región y el rechazo a eventuales incorporaciones a los BRICS. Por tanto, el comercio e inversiones, sobre el cobre, litio, petróleo y tierras raras, existentes en abundancia en nuestra región, intenta monopolizarlos EE.UU. para alimentar su industria militar y tecnológica. Por cierto, esto no resultará tan fácil por el elevado grado de comercio de gran parte de los países de nuestra región con China. 

En consecuencia, la nueva diplomacia de Trump apunta no solo a frenar la oferta de narcóticos y de los procesos migratorios, para ganar apoyo político interno e incluso desestabilizar a los gobiernos de Maduro y Petro, sino sobre todo le interesa recuperar el predominio estratégico de Estados Unidos perdido ante China, su principal competidor internacional. 

La pasividad y la complacencia de nuestros gobiernos ante la agresividad de Trump difícilmente darán buenos resultados y menos actuando divididos. Los países de la región, que defienden su autonomía nacional, deberán trabajar en conjunto para construir una estrategia común, que responda con firmeza frente al accionar militar y comercial estadounidense. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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