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La voluntad de creer Opinión

La voluntad de creer

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Camila Fernández
Por : Camila Fernández Directora del Centro de Investigación Oceanográfica COPAS Coastal Investigadora del Centro OCEANO Universidad de Concepción Investigadora del Observatoire océanologique de Banyuls sur Mer
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Llevando este escenario extremo al contexto Post-COP30, cabe preguntarse: ¿Somos hoy esclavos de los combustibles fósiles? ¿Cómo llevaremos a cabo la abolición planetaria de su uso para asegurar nuestra propia supervivencia? ¿Si lo logramos en otros 70 años, cuál será el escenario climático?


Hace unos días, ya de regreso de la COP30, escuché por primera vez a alguien hablar de la posibilidad de que futuras generaciones consideren la inacción climática actual como un crimen contra la humanidad. Fue impactante. Me hizo pensar si realmente mis nietos y bisnietos podrían ser testigos de un juicio generacional así. ¿Por qué, tras décadas de negociaciones, aún no es posible tener un plan de acción concreto para alejarnos de los combustibles fósiles?

La COP30 marcó el décimo aniversario del Acuerdo de París, firmado y ratificado por 193 países miembros como un pacto vinculante para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 1,5 °C.

Desde entonces ha habido avances y negociaciones, y llegamos a la COP30 en Belém do Pará con una lista de temas prioritarios. Entre ellos, por supuesto, destacaba la necesidad de generar un plan de acción que permita alejarnos definitivamente de los combustibles fósiles y así mantener la posibilidad de limitar el calentamiento global.

Es por ello que esta cumbre se conoció como la “COP de la implementación”. En términos de carbono, si el 70% del CO2 atmosférico que actualmente produce efectos adversos en la población mundial proviene de la quema de combustibles fósiles, la COP30 debía centrar la conversación en “cómo y cuándo” reducir ese porcentaje, y no en debatir si valía la pena hacerlo.

Diez años después del Acuerdo de París, vemos con impotencia que las emisiones siguen aumentando y están este año en su nivel más alto. Los extremos climáticos se hacen cada vez más palpables y el número de personas cuyas vidas se ven afectadas va también en aumento.

Desde mi perspectiva como científica, la COP30 fue una contradicción. Hubo mucha evidencia y una fuerte conexión entre ciencia y sociedad en los eventos paralelos (side events) de las zonas azul y verde. Sin embargo, la COP30 careció de ambición en las negociaciones formales y podría considerarse una oportunidad perdida para prestar oídos a la ciencia a nivel planetario. No obstante, la COP30 fue, sin duda, la COP de los pueblos originarios, dada su ubicación en la puerta de la Amazonía. La férrea determinación de las comunidades indígenas por obtener medidas concretas se hizo presente durante todo el desarrollo de la cumbre y dio frutos: se anunció la creación de 10 nuevos territorios indígenas, cuya designación implica la demarcación de áreas donde la cultura y el medioambiente serán legalmente preservados. (El propio presidente Lula da Silva ya había reconocido otros 11 territorios el año pasado). Ese fue un avance regional concreto y significativo.

Durante la COP se avanzó en al menos otros 3 ámbitos clave, como el plan de acción de género, la voluntad para combatir la desinformación climática y el financiamiento para la adaptación de los países más vulnerables. Esto implica un compromiso para triplicar la inversión en la adaptación de países en vías de desarrollo y un reconocimiento oficial de la vulnerabilidad de las minorías, incluyendo el género femenino.

Pero volvamos a la pregunta original.
¿Por qué es tan difícil tomar la decisión de poner fecha para la salida de los combustibles fósiles? Esto se puede analizar de varias formas.

El factor tiempo es, sin duda, relevante. La escala temporal de la acción climática no es lineal; dejar los combustibles fósiles en el pasado lleva décadas en la mesa de negociación (o bajo ella) y podría tomar otras décadas más en concretarse. La confianza parece ser otro punto importante. Para algunos actores, las energías renovables tienen una huella de carbono aún poco clara y se duda de su efectividad para asegurar que podamos mantener el ritmo de cada economía y el nivel de vida al que estamos acostumbrados. El problema es que el nivel de vida de los países más vulnerables está decayendo rápidamente, lo que limita la capacidad para modernizar economías emergentes, creando así un retroceso global en la acción climática.

 

Pensando en esto, se me viene a la mente otro momento en la historia de la humanidad en que el tiempo y la confianza en un “nuevo futuro” costaron la vida a millones de personas. La abolición de la esclavitud a nivel global comenzó durante el siglo XIX y tomó más de 100 años, desde que Grecia la aboliera en 1822 hasta que Mauritania lo hiciera en 1981 (Chile abolió la esclavitud en 1823). El proceso de abolición pasó por infinidad de obstáculos ideológicos, culturales, políticos y económicos y fue en esencia un “caso a caso” para cada estado. En ciertos casos, como en el Reino Unido, hubo compensaciones económicas no para los esclavos, sino para los propietarios por la pérdida de ingreso económico en plantaciones de caña. En Estados Unidos, la incapacidad de concebir un futuro diferente en los estados productores de algodón significó el inicio de la guerra civil. 

Llevando este escenario extremo al contexto Post-COP30, cabe preguntarse: ¿Somos hoy esclavos de los combustibles fósiles? ¿Cómo llevaremos a cabo la abolición planetaria de su uso para asegurar nuestra propia supervivencia? ¿Si lo logramos en otros 70 años, cuál será el escenario climático entonces?

Post-COP30 se ha hablado mucho del balance positivo o negativo de estas instancias y de si vale la pena mantener la confianza en el proceso. Creo que sí, el proceso de la Conferencia de las Partes es válido y debe seguir vigente. No solo porque es el único mecanismo que tenemos para enfrentar el riesgo climático de forma unida, sino porque la COP30 mostró que el multilateralismo ha funcionado y la evidencia científica es clara. Hubo al menos 80 países (entre ellos Colombia, Panamá y Chile) que empujaron por una hoja de ruta clara para la salida de los combustibles fósiles. Esas voces, incluida la nuestra, deben seguir presionando, creyendo en la evidencia científica y sumando esfuerzos para lograr que algún día la quema excesiva de combustibles fósiles y la muerte de personas por efectos del cambio climático global nos parezcan tan incomprensibles como considerar a seres humanos como propiedad privada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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