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¡Silencio y respeto! Opinión Víctor Huenante/AgenciaUno

¡Silencio y respeto!

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Fernando Balcells Daniels
Por : Fernando Balcells Daniels Director Ejecutivo Fundación Chile Ciudadano
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Si el próximo Presidente quiere ser fiel a las promesas y al tono de su discurso de victoria, si se abstiene de autoritarismos y, sobre todo, de usos desmedidos de la fuerza, su Gobierno puede hacer un aporte en los clivajes de la cultura política contemporánea.


El público intuyó que Kast iba a agradecer la visita de Jeannette Jara y se preparaba para pifiar. “¡Silencio y respeto!”, repitió tres veces el orador y en la tercera el silencio no fue pedido sino ordenado, alzando la voz y dándole un tono imperioso. El silencio se produjo y mostró las capacidades de liderazgo del próximo Presidente. El público entendió su papel y de ahí en adelante todo fue más ordenado y menos entusiasta.

El discurso de José Antonio Kast tuvo momentos destacados y un tono general a la altura de las circunstancias. Habló de cosas importantes e insistió en que su Gobierno sería el de todos los chilenos. Afirmó con énfasis su apego a la democracia y, con menos pasión, a la república. Pudo creer que el nombre de su partido hacía irrelevante ese acto de fe, pero balbuceó la necesidad de una mayor reflexión sobre la república.

El compromiso con la democracia, la república y un Gobierno para todos marcó los énfasis de alguien que ha alcanzado la madurez política y se expone a la responsabilidad de gobernar. La repetición a lo largo del discurso de un propósito de unidad en el respeto no solo es loable, sino que entrega a la futura oposición un reconocimiento explícito para hacer valer sus puntos de vista y conversar.

El discurso fue un impecable ejercicio de equilibrio entre autoridad y humildad. Faltó que dijera una palabra sobre el conflicto mapuche. Tampoco habló de la necesidad de contención y de reglas del uso de la fuerza. Tuvo un giro importante en la dignificación los inmigrantes y agradeció el aporte de los que trabajan legalmente en el país. Fue un buen inicio, amable y bastante consciente de las aprensiones que su figura y su movimiento despiertan entre los que votamos por Jara.

El Presidente electo sabe que hay tensiones difíciles de superar en las definiciones claves del respeto. Fue importante que declarara que en Chile no hay enemigos, sino solo adversarios políticos. Esa afirmación tan banal es a la vez una corrección potente de las tendencias más arraigadas en el movimiento que lo apoya. Un adversario que es identificado como alguien que amenaza tu existencia se transforma de inmediato en un enemigo. Si quiere ser convincente en esta transformación, desde la enemistad a la legitimidad de los opositores, tendrá que ser consistente y perseverar en el respeto a las divergencias.

Todo esto tiene que ver con las encrucijadas del respeto, en las que se jugará el destino del próximo Gobierno. En el respeto no está en juego tratar al otro como quisiera que me trataran a mí, sino como el otro quisiera ser tratado. El respeto a los semejantes es fácil; el respeto que importa es el que se debe a los extraños. Estamos, como de costumbre, ante el dilema constitucional, en el punto en el que nos necesitamos todos y debemos encontrar las reglas para una convivencia amable.

En su afirmación de la democracia, Kast negó enfáticamente que el suyo fuera a convertirse en un Gobierno autoritario. Ese es justamente el temor de muchos. Él deberá aclarar que cuando habla de un Gobierno de emergencia no lo hace pensando en adquirir poderes suplementarios que le permitirían eludir los controles parlamentarios y manejar la justicia como un poder dependiente. Si Kast, como sus votantes lo piden, se propone restaurar la autoridad y el orden, deberá hacerlo respetando las limitaciones republicanas –que impiden la concentración del poder en el Gobierno– y las limitaciones democráticas que piden minimizar la potestad administrativa y hacer pasar sus iniciativas por el control y la sanción parlamentaria.

Un Gobierno para todos va a tener que responder a los apremios de los informales, los inmigrantes, los indígenas, los presidiarios y los pobladores de campamentos que necesitan ser formalizados –no reprimidos y erradicados– para reintegrarse a la sociedad. Los ancianos, los niños, los consumidores y las mujeres exigirán seguridad contra los abusos y certeza sobre la exigibilidad de sus derechos.

El desafío del próximo Gobierno va a ser el de situar con prudencia y con visión de unidad las líneas del orden, del cumplimiento de la ley y de los usos de la fuerza, teniendo en cuenta las exigencias de inclusión implícitas en la promesa de gobernar para todos.

Los desafíos de Kast son los mismos que le habrían tocado a Jara. No se trata de enfrentar a la delincuencia en busca de su eliminación, sino de enfrentar la inseguridad que experimenta la ciudadanía en las múltiples dimensiones que tiene. No se van a suprimir ni los robos ni los asaltos, y una baja en las estadísticas no constituye una solución duradera. Esto no impide ser intransigente con el delito y en especial con el narco. La inseguridad se enfrenta junto con la relegitimación de las instituciones y de la autoridad.

El empeño en la seguridad tiene que ver con la cultura política y con las conversaciones públicas que nos debemos sobre los objetivos del progreso, sobre el respeto a las diferencias, sobre nuestras derrotas y frustraciones (que las tenemos todos los chilenos), sobre la distribución del poder entre el Estado y la sociedad civil, entre la metrópolis y las regiones, sobre las libertades y la igualdad ante las libertades.

Si el próximo Presidente quiere ser fiel a las promesas y al tono de su discurso de victoria, si se abstiene de autoritarismos y, sobre todo, de usos desmedidos de la fuerza, su Gobierno puede hacer un aporte en los clivajes de la cultura política contemporánea. En la medida en que se mantenga respetuoso con los adversarios y severo con sus partidarios tendrá la oportunidad de hacer una contribución al futuro de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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