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El retorno de los brujos Opinión Sebastián Beltrán/Luis Felipe Araya/Lukas Solís (AgenciaUno)

El retorno de los brujos

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Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado y profesor de Filosofía y Teoría Política. Universidad Diego Portales y Universidad de Valparaíso. https://orcid.org/0000-0002-4868-4072
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Se requerirá, nuevamente, lo que estuvo ausente para los gobiernos de Piñera 1 y 2: pensamiento político diferenciado, dotado de capacidades analíticas y argumentativas capaces de enfrentar versiones un poco más sofisticadas del marxismo que la del PC de Carmona y Jara.


No ha alcanzado a ser procesado el triunfo de José Antonio Kast en todos sus alcances. El casi 60 por ciento de los votos dejó a las izquierdas dando vueltas sin saber mucho qué pasaba. El gobierno tiende a agachar la cabeza, algunos empiezan a buscar trabajos y otros a intentar amarres obstructivos. Jara pasó a la historia. Kast impone la agenda cada día con algo nuevo: que Milei, que habitar La Moneda, que Frei, que Bachelet, que los posibles ministros.

Kast no es Piñera y se nota en su mayor consciencia de la importancia de los símbolos. Lo de La Moneda lo refleja. Es verdad que puede generar ahorros vivir ahí. Pero lo más importante es el significado hondo del palacio de Toesca. Bachelet lo pagó caro cuando para el terremoto se fue a una oscura oficina de la Onemi sin saber qué hacer, perdiendo toda prestancia, en vez de situarse en el honorable edificio. ¿Se imagina Ud. lector, si a Allende se le hubiera ocurrido quedarse en Tomás Moro para el 11 de septiembre? Los símbolos son la mitad o más en política.

Kast también exhibe los rudimentos de un pensamiento político. El asunto de la seguridad devela tal pensamiento: la cuestión política más básica -y no un mero asunto de gestión- es el de la protección que es capaz de prestarle el Estado a los ciudadanos. Ahí se juega el primer nivel de la legitimidad.

Sin embargo, aún con todo eso, no bastará.

Arriba, en la superficie, lucen los gestos y la prestancia, los pasos cuidadosos del presidente electo, que alejan los rumores de populismo o fascismo o extremismo que le han imputado al exmiembro de la UDI, al candidato que opera con apoyo de Rodrigo Álvarez, Pablo Longueira y Arturo Squella. Pero bajo los suelos se mueven sombras reptantes. Tras años de silencio, los responsables netos del rechazo del 62 por ciento al proceso constituyente, del fracaso de cualquier diálogo constructivo; en último término, de la parálisis del gobierno de Boric, engatusado por el discurso moralizante que lo llevó a apoyar el llamativo proyecto de la “Convención 1”, vuelven a aparecer.

Apenas anunciado el mazazo de las elecciones, dos de los cabecillas más radicalizados, cuestionados y de menor capacidad de autocrítica, aspirantes al título de Narcisos de la plaza, Jackson y Atria, salen de sus reductos.

¿Lo hacen para proponer caminos constructivos al país de las décadas por venir? ¿Para abrir las avenidas anchas a acuerdos grandes, generosos, profundos? ¿Para bregar por las reformas que necesitan las fatigadas capacidades institucionales de nuestro Estado y nuestra economía?

Nada de eso.

Se asoman como si casi nada hubiera pasado. Como si su proyecto se mantuviese intacto y la culpa la tuviera el empedrado. Como si los hechos de corrupción que rondan a uno y de responsabilidad grave en el fracaso del diálogo nacional que los tocan a ambos, no existieran.

El “profeta de cátedra” (como llamara Max Weber a esos profesores que pervierten sus cargos destinándolos a adoctrinar alumnos en vez de enseñarles a pensar), y el discípulo e incierto estratega electoral involucrado en las infames “fundaciones” (¿dónde está su computador?) hacen su aparición intempestiva simplemente para sacar cuentas, hacer análisis estratégicos concernientes a su bando, para denostar -¡otra vez!- al adversario.

El problema es que ya la izquierda le ha prestado oídos a esas cabezas radicalizadas y, a falta de mejores ideas, lo más probable es que vuelvan a alcanzar protagonismo en la oposición (ellos y otros que pasado el tiempo desde la Convención 1, ahora se acomodan en el Congreso).

Son mentes intolerantes. Atria, y en esto parece seguirlo su discípulo y quienes los rondan, declara “inaceptable” la posición del escéptico, de quien crea, incluso con buena consciencia, que “respecto de alguna cuestión” “hemos llegado al punto en el cual sólo puede decirse ‘esa es su opinión, yo tengo la mía’”. Quien duda, debe ser marginado del proceso democrático deliberativo (sobre la intolerancia de ese pensamiento, véase Razón bruta revolucionaria).

Esas serán las cabezas con las que deberá enfrentarse Kast, tal como otrora Piñera. No ya con las pachotadas toscas, las risas impostadas y las premuras retóricas de la excandidata comunista. Ahora volverá la izquierda ideológica. Para aquellas cabezas no basta la respuesta asertiva o la propuesta de medidas plausibles o de sentido común.

Se requerirá, nuevamente, lo que estuvo ausente para los gobiernos de Piñera 1 y 2: pensamiento político diferenciado, dotado de capacidades analíticas y argumentativas capaces de enfrentar versiones un poco más sofisticadas del marxismo que la del PC de Carmona y Jara. De que el presidente Kast cuente o no con las herramientas comprensivas mentadas, con una argumentación competente que dé base a su visión del país, dependerá que o bien se esté abriendo efectivamente un nuevo ciclo político e ideológico, o que caigamos en lo de siempre de la derecha del último tiempo: buena gestión, pero un discurso anquilosado, de Guerra Fría, ineficaz para la izquierda neomarxista que toma, nuevamente, posiciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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