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¿Un nuevo cleavage político en Chile? El significado del triunfo de Kast
El discurso de Kast apeló a la figura de un “padre estricto” que promete restablecer el orden perdido frente a una izquierda que ofrece una “familia protectora” a la incertidumbre social de las familias chilenas.
El resultado de la última elección presidencial celebrada en Chile, sin duda, admite múltiples interpretaciones. El candidato de la derecha conservadora, perteneciente al Partido Republicano, obtuvo un 58,1% de los votos, un resultado contundente que se replicó en todas las regiones del país y que resulta inédito en la historia electoral de la derecha. En contraste, la candidata Jeannette Jara, del Partido Comunista y respaldada por un amplio espectro de partidos de izquierda, alcanzó el 41,8%.
Lo primero que emerge es que se trata de la primera vez, desde el retorno a la democracia, que un candidato de derecha obtiene una victoria de esta magnitud. Es cierto que las segundas vueltas tienden a crear mayorías artificiales; sin embargo, ni Sebastián Piñera en sus gobiernos I y II (representante de una derecha más liberal y crítica de la dictadura) obtuvo un resultado cercano en esta segunda instancia.
Aquí se sugiere que este resultado electoral, sumado a los distintos procesos electorales ocurridos desde 2019, constituye un síntoma más de una reconfiguración del cleavage (“clivaje”, en su versión españolizada) político en Chile. Esta explicación realza la dimensión política y agencial del cleavage por sobre las dimensiones sociales, sosteniendo que estos se “construyen políticamente”.
Una de las preguntas centrales que uno debe hacerse, entonces, es: ¿qué significado tiene esta elección en el proceso político chileno?, ¿qué representa la elección de José Antonio Kast? Una de las ideas que comenzó a instalarse es si estos resultados, tanto los de las elecciones parlamentarias como los de la primera vuelta y la elección de Kast por una amplia mayoría, expresan la configuración de un nuevo cleavage político, desplazando el eje democracia-autoritarismo instalado desde fines de los años 80 y que, al menos, ordenó la discusión política hasta 2010.
En este sentido, la columna recoge interpretaciones que sugieren la posible configuración de un nuevo cleavage. Me adhiero a esta lectura a partir de un cambio epocal en la sociedad chilena y en sus vaivenes electorales, junto con la emergencia de ideas orientadas a definir los problemas públicos y reducir la incertidumbre de actores y electores. Este proceso también se expresa en el surgimiento y reordenamiento de las fuerzas partidarias, a partir de nuevos diagnósticos políticos difundidos por distintos agentes.
La noción de cleavage político fue propuesta por Seymour Lipset y Stein Rokkan en 1967, quienes sostenían que las sociedades presentan divisiones estructurales o sociológicas persistentes que organizan la competencia política. Para el caso chileno, entre otros, esta idea fue desarrollada por Mariano Torcal y Scott Mainwaring en 2003, para analizar los legados posautoritarios del sistema de partidos, particularmente el eje entre opositores y defensores del “régimen de Pinochet” (1973-1990). Estos autores agregan que los cleavages no solo derivan de divisiones sociales, sino que también son moldeados por la agencia política.
Los cambios ocurridos en las décadas de los ochenta y noventa transformaron profundamente la sociedad chilena. El proceso de modernización reconfiguró el Estado y su relación con el mercado, redujo la pobreza y fortaleció una clase media, pero distante del Estado. Paralelamente, se modificaron comportamientos sociales, privilegiando el consumo y el individualismo, debilitando el tejido social y los vínculos con los partidos, y favoreciendo en ciertos sectores valores más posmateriales e identitarios.
Este proceso alteró los horizontes de expectativa de la ciudadanía, que, pese a experimentar mejoras materiales, comenzó a manifestar signos de fatiga social y malestar. La educación, presentada como la principal vía de movilidad social, se transformó en una de los grandes triunfos y decepciones del modelo, según algunas interpretaciones. Las movilizaciones estudiantiles de 2006 y 2011 fueron señales tempranas de este agotamiento.
El diagnóstico sobre la crisis del “modelo neoliberal”, surgido desde el movimiento estudiantil de 2011, constituyó el sustento ideológico sobre el cual se consolidó el Frente Amplio como actor político relevante, hasta alcanzar la Presidencia de la República en el período 2022-2025. Este diagnóstico apuntó al modelo económico heredado de la dictadura y promovió una agenda de reformas estructurales, apoyando al Gobierno de la Nueva Mayoría (2014-2018) y, posteriormente, interpretando el estallido social de octubre de 2019 como un cuestionamiento integral al orden económico y político.
Sin embargo, la violencia asociada al “estallido social” (2019) y el impacto del fenómeno migratorio calaron profundamente en amplios sectores de la sociedad. La propuesta de la Convención Constitucional apoyada por el Presidente Gabriel Boric no logró incorporar adecuadamente estas preocupaciones y tendió a interpretar el malestar como una suma de demandas identitarias, lo que derivó en su rotundo rechazo en el plebiscito de 2022.
Por el lado de la derecha, la respuesta inicial fue limitada. La derecha tradicional, pese a alcanzar la Presidencia en 2018, sostuvo un discurso predominantemente tecnocrático que perdió capacidad explicativa tras la crisis de octubre de 2019. José Antonio Kast, escindido de la UDI, articuló desde 2017 un proyecto político alternativo, crítico de las reformas impulsadas durante el segundo Gobierno de Michelle Bachelet y de las políticas identitarias, bajo una narrativa de decadencia institucional con ribetes morales.
Este marco discursivo, inicialmente inmaduro (evidenciado en la derrota en la campaña presidencial de 2021 y en el fracaso de la segunda propuesta constitucional liderada por los republicanos el 2023) fue afinándose con el tiempo y ganó resonancia en un contexto marcado por la inseguridad, la migración y el estancamiento económico. En esta elección, Kast logró imponer un encuadre que desplazó el relato de la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, centrado en brechas sociales, amenazas a los derechos y riesgos autoritarios.
Parafraseando a George Lakoff, el discurso de Kast apeló a la figura de un “padre estricto” que promete restablecer el orden perdido frente a una izquierda que ofrece una “familia protectora” a la incertidumbre social de las familias chilenas. Este resultado muestra que Kast logró agenciar un conjunto de ideas que reordenaron a la derecha en torno a la noción de una “crisis del Estado”, cuya solución se plantea en términos de “esfuerzo”, “libertad” y “orden”.
Así pues, las transformaciones estructurales, el “estallido social” y los procesos constituyentes configuraron un período en el que se intensificó la discusión sobre los cambios sociales y valóricos de la sociedad chilena, conformando el marco dentro del cual se fue moldeando políticamente un nuevo cleavage.
El inédito éxito de Kast sugiere que, al menos por ahora, fue quien logró agenciarlo con mayor eficacia; ello, sin embargo, no está exento de riesgos, pues la narrativa de la decadencia deberá dar paso al reconocimiento de un Chile socialmente más complejo y a la construcción de un horizonte de futuro para su sector.
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