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El dilema entre la ciencia por sí misma o al servicio del capital

Mientras el Estado apuesta por centros de investigaciones a largo plazo, los privados rentabilizan sus conocimientos. La matriz productiva del país, centrada en materias primas, sin mayor elaboración, y la ausencia de inversión privada y sectores industriales más sofisticados, como farmacéuticos o aeronáuticos, dificulta ir mucho más allá.


Una serendipia es un descubrimiento o hallazgo inesperado mientras se investigan cosas distintas. Este concepto es un buen ejemplo del dilema que enfrenta la ciencia chilena entre investigaciones prolongadas, que pueden tomar lustros o décadas (la llamada ciencia básica), y soluciones concretas para problemas específicos (la «ciencia aplicada»), ligada usualmente a la rentabilización de productos.

En Chile, ambas suelen ser llevadas a cabo mayormente con fondos públicos. La Iniciativa Milenio, un programa de apoyo del Ministerio de Economía a grupos científicos, es un buen ejemplo. Milenio fomenta y gestiona 36 centros de investigación de excelencia, cuyas líneas de investigación las definen los propios científicos. Cuenta con un presupuesto anual de 10.085 millones de pesos.

«La ciencia básica (de Chile) a nivel latinoamericano está bien, pero según el estándar mundial estamos muy atrás, y en la parte aplicada mucho más atrás todavía», señala Andrés Weintraub, Premio Nacional de Ciencias Aplicadas 2000.

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«Me aventuro a decir que la ciencia en Chile es fundamentalmente financiada con recursos públicos a instituciones académicas, aún cuando termine siendo ‘apropiada’ por privados», sentencia el químico Iván Salinas, un doctor en Educación que ha estudiado mucho el tema de la ciencia básica aplicada desde lo teórico, y que hoy se dedica a la investigación en educación en la Universidad de Chile.

Sin divisiones

Los científicos, sin embargo, se resisten a señalar una división clara entre «ciencia básica» y «ciencia aplicada». «Es un continuo», coinciden Weintraub y Alexis Kalergis, director del Instituto Milenio en Inmunología e Inmunoterapia (IMII).

Weintraub es un buen ejemplo. Él, además de una vasta carrera académica, ha apoyado en el desarrollo de proyectos para ENTEL, CORFO, CODELCO y CONAF, entre otros. Una historia clásica de su entorno podría ser un matemático que descubre una nueva fórmula durante una investigación teórica, la cual luego puede ser aplicada para resolver el problema logístico de una minera.

Como director del Instituto Sistemas Complejos de Ingeniería (ISCI) señala que «tienes que tener gente en todo este continuo si quiere hacer ciencia aplicada». De lo que sí está seguro en que en general en Chile «la ciencia básica es más fuerte que la ciencia aplicada» y que «la ciencia aplicada no la puede hacer realmente bien si no tiene bien sólida la parte teórica».

En Chile «hay más ciencia teórica porque donde hay ciencia aplicada usualmente es en la industria, y la investigación en la industria en Chile es muy baja», dice.

Salinas señala que aunque los fondos públicos no hacen una diferencia entre ciencia básica y aplicada al momento de ser destinados, en su experiencia «me parece justo decir que hay una estructura que favorece el financiamiento público a la ciencia básica por sobre la ciencia aplicada».

Algunos ejemplos

El ISCI, que funciona al interior de la Universidad de Chile, es un modelo de cómo funciona el sistema. «Toma problemas reales, difíciles, y los resuelve usando sistemas bastante sofisticados», explica Weintraub. Sus proyectos pueden durar entre uno y cinco años. Este instituto ha trabajado con empresas del sector minero, forestal y del transporte, aunque también entidades públicas como Junaeb. A modo de ejemplo, sólo en 2010 le ahorraron a sus clientes unos 300 millones de dólares. «Uno puede hacer cosas de mucho impacto, pero que son ciencia», sintetiza.

«Esto es un continuo, desde la investigación básica hasta el beneficio social con algún resultado concreto», coincide Kalergis. «Siempre la ciencia, que tiene un fundamento en la curiosidad, tiene la posibilidad de ser aplicada en algún minuto». Tanto básica como aplicada «son una sola cosa, son ciencia».

Y si bien tradicionalmente los científicos se han desempeñado en la primera, en los últimos diez años «ha habido un énfasis hacia la aplicación», un proceso que Kalergis no duda en calificar de «exitoso».

Pone como ejemplo la vacuna contra el virus sincicial, desarrollada por el IMII. «El conocimiento que sostiene a la vacuna es básico. Sin él, no podríamos haber hecho la vacuna. Pero nosotros, cuando empezamos a estudiar el virus sincicial, lo hicimos desde la curiosidad, para entender cómo el virus causaba la enfermedad, y ese conocimiento nos condujo a una vacuna».

Para Kalergis a pesar de esto faltan científicos, tanto en la ciencia básica como aplicada. «Creo que el Estado debe fortalecer el desarrollo científico básico, como ocurrió en países como Finlandia o Corea del Sur, porque finalmente así se desarrolla tecnología que puede generar industria, empleo, etc.».

Salinas sintetiza la relación existente entre la investigación con fondos públicos y aplicaciones privadas bajo el concepto de «capitalismo académico».

«El fenómeno consiste en que en los instersticios de las instituciones, fundamentalmente públicas, comienzan a convivir funciones propias de la acumulación de capital privado», explica. «El ejemplo más notable puede ser el patentamiento de invenciones y procesos en el seno de instituciones públicas: una persona, natural o jurídica, acumula mediante renta sobre el conocimiento y formación académica realizada con fondos públicos. Se me vienen a la mente, por ejemplo, estudios financiados por corporaciones privadas que se realizan en universidades públicas por investigadores que luego deben guardar reserva de resultados y descubrimientos ¿De quién es esa ciencia entonces? ¿Quiénes son responsables de ella? Es difícil precisarlo».

Influencia de matriz productiva

Lo cierto es que la matriz productiva influye tanto en la ciencia básica como la ciencia aplicada. En los países desarrollados, la ciencia básica se aplica en soluciones concretas como la informática, la química, los fármacos, la aviación o la industria. Incluso Brasil aplica ciencia a sectores propios como el petrolero o la aeronáutica. En Chile, en cambio, se limita a sectores primarios, como las mineras y forestales.

¿Donde se aplica la ciencia en Chile? Las cifras son claras. Salinas cita los datos de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt), que muestran que esta productividad se realiza en más de un 50% en las ciencias naturales, donde la astronomía y la bioquímica y biología molecular lideran la productividad.

En contraste, casi un 11% de esa productividad ocurre en las ingenierías, donde la ingeniería eléctrica y la biotecnología lideran las cifras. Aún más bajo se encuentran las Humanidades, con un 5% de la productividad, «lo que más bien puede reflejar que hay otras formas de valorar el trabajo sistemático de generación de conocimientos en esos campos».

Poca innovación

A esta característica primaria de las empresas se suma que ellas, en sí mismas, son pocos innovadoras. «¿Qué industria innovativa hay en Chile?», pregunta Weintraub. «Hay un poco en biotecnología, con Pablo Valenzuela y un par más, y Crystal Lagoons», una empresa del científico Fernando Fischmann que se dedica a crear lagunas artificiales para la recreación en desiertos o ciudades, como la de San Alfonso del Mar, y hoy con proyectos en 60 países.

«Para mí es lo único innovativo que ha sido de Chile al mundo», asegura. «Pero hay muy pocas cosas como ésas, y por eso nos estamos quedando atrás en crecimiento, en parte. Por ejemplo, tenemos tremenda minería, ¿por qué no fabricamos maquinaria minera? Tenemos grandes complejos astronómicos, que gastan 500 millones de dólares al año en repuestos. ¿Por qué nada de eso se hace en Chile? Porque requiere de ciencia avanzada, que mezcla la teoría con la práctica».

¿Por qué es importante hacer ciencia básica? «La ciencia como actividad es importante porque en sus prácticas más auténticas hay un trabajo humano acumulado que es invaluable, es liberador, y debiese estar disponible abiertamente para toda la humanidad, en particular a las nuevas generaciones», responde Salinas. «La ciencia no es un mero objeto de estudio y rentabilidad, sino más bien es una actitud de indagación sistemática de la realidad, sea ésta física, corporal, social, o abstracta».

«La ciencia, o más bien el conocimiento, constituye hoy un ‘objeto inmaterial’ que restituye el valor de lo humano en una sociedad consumida por considerar a los humanos como ‘capital'», dice. «La innovación no surge del financiamiento diferenciado, sino que surge de la confluencia de conocimiento, relaciones sociales, y lo fundamental: un problema que resolver, sea éste teórico, experimental, o aplicado. De allí que la importancia de la ciencia también deba estar asociada a las preguntas con que la sociedad se pretende construir. Esas preguntas son quizá lo más relevante de la ciencia, y son las que tienen la capacidad de orientar lo que debiese hacer el Estado para fomentarla».

Soluciones

¿Cuál es la solución? En todos los países del mundo, la ciencia es impulsada por fondos públicos y privados. En el caso de la ciencia básica y aplicada en Chile, ambos resultan insuficientes. Prácticamente tampoco hay filantropía, como en Estados Unidos. Weintraub cree que hace falta un lugar como Silicon Valley, donde jóvenes investigadores proponen iniciativas que son financiadas por inversionistas privados para ganar dinero.

«Algunos científicos chilenos han logrado atraer inversión privada, debido a que sus descubrimientos tienen un potencial industrial, pero la mayoría depende de los fondos públicos concursables. Prácticamente no hay investigación científica en la empresa», dice Kalergis.

Por lo mismo, al igual que Weintraub, cree que los centros bien evaluados, con financiamiento por tiempo limitado, como cinco o diez años, debieran tener recursos de forma permanente, «fundamental para hacer ciencia tanto básica como aplicada». Igual que las universidades, remata el Premio Nacional.

 

 

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