
Uso de celulares en colegios: ¿Silenciar la señal o educar en la era digital?
En Lo Barnechea, la decisión de instalar inhibidores de señal en los colegios para frenar el uso de celulares en clases abrió un debate que cruza fronteras: ¿cómo convivir con la tecnología en la escuela sin renunciar al aprendizaje profundo? ¿Es el silencio digital la respuesta o apenas un espejismo?
Los datos son claros: La Unesco (2023) advierte que el uso excesivo de dispositivos móviles en el aula puede reducir la calidad del aprendizaje hasta en un 25 %. La OCDE (2022) confirma que la multitarea digital erosiona la concentración y afecta el rendimiento académico. Francia e Italia prohibieron los celulares en clases; Canadá y Australia optaron por restricciones parciales acompañadas de formación. Pero ninguna de estas políticas fue solo técnica: todas incorporaron diálogo y educación digital. Aquí está la clave: prohibir sin educar es, en el mejor de los casos, una solución a medias.
Porque el problema no es el aparato, sino la relación que construimos con él. El celular se ha vuelto compañero permanente, a veces sustituto de la conversación, y las aulas no son inmunes a esa adicción silenciosa. No basta con bloquear la señal si no enseñamos a regular el deseo de conexión. ¿Podemos formar ciudadanos críticos desconectándolos por decreto? ¿Qué pasará cuando vuelvan a encender el teléfono fuera del colegio?
El Mineduc (2024) ha sido prudente: recomienda limitar el uso no pedagógico, pero evita la prohibición total. Y tiene sentido. La tarea educativa no consiste en clausurar, sino en abrir posibilidades. Alfabetizar digitalmente significa enseñar a distinguir información, gestionar tiempos, asumir riesgos y oportunidades. Significa, en suma, dar herramientas para vivir en un mundo que no volverá a ser analógico.
El riesgo de la medida de Lo Barnechea es otro: profundizar la desigualdad. ¿Qué pasa si comunas con recursos pueden aplicar estas soluciones y otras no? ¿Tendremos escuelas libres de celulares y otras saturadas de pantallas? Las políticas educativas no pueden depender del presupuesto local, sino del derecho a aprender en condiciones equitativas.
Es comprensible la tentación del control: el celular distrae, interrumpe, fragmenta la atención. Pero la educación nunca ha sido tarea de atajos técnicos. La pregunta que deberíamos hacernos no es cómo silenciar el teléfono, sino cómo formar a quienes lo usan. Porque prohibir es fácil. Educar… ese es el verdadero desafío.
¿Queremos una escuela que apague la señal o una que encienda la conciencia digital?
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