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El desarrollo emocional de los niños, un aspecto clave para la equidad de género Yo opino Créditos: El Mostrador.

El desarrollo emocional de los niños, un aspecto clave para la equidad de género

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María Laura Ramírez
Por : María Laura Ramírez Ph.D. @draendiseno
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Creo que a estas alturas ya casi todos conocemos la serie Adolescence de Netflix. Aunque el boom inicial ya haya pasado, su impacto sigue presente. La serie generó un gran debate en redes sociales, no solo por lo potente de su trama, sino por la crudeza con la que expone una realidad que, en el fondo, ya intuíamos. Todos sabíamos, o sospechábamos, la verdad desde el inicio, pero aún así nos costaba creerla, quizás por lo inocente que parecía el personaje principal.

La serie sigue a Jamie Miller, un adolescente de 13 años arrestado por un crimen violento. Más allá del shock inicial, lo verdaderamente valioso es cómo explora su entorno psicológico y social. A través de Jamie y otros personajes, vemos cómo los adolescentes intentan sobrevivir a las presiones escolares, familiares, sexuales y sociales.

Pero también, y quizás más profundamente, se muestra algo más estructural y es que muchos niños no tienen las herramientas para expresar lo que sienten. En vez de comunicar dolor o tristeza, responden con silencio, sarcasmo o rebeldía. La serie deja claro que, igual que las niñas, los niños necesitan conexión, validación y comprensión. Sin embargo, son mucho más propensos a recibir respuestas que minimizan o ignoran sus emociones. Más que ser un recurso de la serie, esta es una realidad.

Desde muy pequeños, los niños son socializados para no expresar vulnerabilidad. Adolescence nos recuerda los efectos devastadores de presionarlos a ajustarse a las expectativas de una sociedad patriarcal y sexista. Sí, el patriarcado privilegia a los hombres sobre las mujeres, pero también favorece más a aquellos hombres que se alinean con sus reglas y roles. Es un sistema que encierra a los niños en una jaula emocional, donde sus necesidades afectivas son negadas. Porque en esta sociedad misógina, todo lo asociado con lo femenino, como sentir y expresar emociones, se considera débil o indeseable.

Pero los niños no son seres sin emociones. Nadie lo es. Todos sentimos. Lo que este sistema hace es permitirles solo ciertos sentimientos a los niños y a los hombres, la ira, la violencia, el enojo y lo confundimos con determinación, carácter. Lo demás queda reprimido, oculto, negado.

Recuerdo que esto me llamó profundamente la atención cuando viví en Turquía. Notaba que muchos hombres parecían más irritables, más agresivos, más tensos que lo que había visto en Chile, que de por sí es un país con alta violencia de género. En Turquía esto se intensificaba. Las sociedades más sexistas tienden a ser más violentas, y no creo que sea casualidad. Cuando se cría a los niños negándoles toda posibilidad de reconocer, entender o expresar sus emociones, el resultado es una masculinidad dañada, que daña.

Por cómo son socializados, los niños tienen más probabilidades que las niñas de sentirse solos, de tener amistades más superficiales, de desarrollar trastornos mentales y no pedir ayuda, incluso de suicidarse. No porque “sean así”, sino porque han sido desatendidos emocionalmente. Sí, el mundo de las niñas tiene sus propias complejidades. Esto no es una lucha de quién necesita más, sino de poner sobre la mesa otros aspectos críticos para la equidad de género.

Y esto me toca personalmente porque, cuando supe que mi hijo sería hombre, me enfrenté a una pregunta profunda ¿cómo criar a un niño que no reproduzca este sistema? Como mujer feminista que cree en la equidad de género; que cree en que las diferencias que se perciben en el comportamiento de niños y niñas son socializados, no naturales, creo que esto es un trabajo tanto familiar como colectivo. Las madres y padres tenemos que estar atentos para ofrecer la misma atención emocional a nuestros hijos que a nuestras hijas. Creo que eso es clave para aspirar a una transformación social real.

Durante generaciones hemos trabajado, y seguimos trabajando, por empoderar a las niñas, fortalecer su autoestima, abrir espacios para ellas, romper estereotipos, disminuir las brechas de género en las escuelas, universidades y lugares de trabajo. Hemos hecho bastante para poner a niñas en los espacios que previamente fueron habitados principalmente por niños, pero ¿qué pasa con los espacios habitados comúnmente por niñas que los niños necesitan habitar? Esta lucha no puede avanzar sin incluir también a los niños. Necesitamos trabajar en las nuevas masculinidades, más conscientes, más empáticas, más sanas, satisfechas emocionalmente. Masculinidades que conversen con la equidad de género.

Si no lo hacemos, seguiremos criando a otros Jamies. Y ya hay demasiados. Seguiremos celebrando a las niñas mientras dejamos a los niños emocionalmente desatendidos, sin guía, sin recursos, sin modelos. Seguiremos empujándolos hacia la única emoción que la sociedad les permite, la rabia.

Día a día intento educar a mi hijo para que vea a niñas, mujeres y personas no binarias como sus iguales. Pero en su socialización, me aterra que llegue un momento en que lo externo pese más y que piense que no puede hablar de lo que siente “porque no es de hombres”. Me entristece imaginarlo incapaz de formar amistades profundas, de esas donde se puede hablar de todo, como las que tengo yo con mis amigas. Es terrible imaginar a ese niño dulce, amoroso, como un hombre enojado, agresivo o molesto. No quiero que crezca en esa jaula.

Y para que no lo haga, necesitamos más que buenas intenciones. Necesitamos un compromiso colectivo de padres y madres conscientes, escuelas que abran espacios de conversación, académicos que estudien y promuevan nuevas masculinidades, un feminismo que incluya también a los niños. Solo así podremos imaginar un futuro realmente equitativo, donde todas las personas, independiente de su género, puedan sentir, expresarse y vivir con plenitud.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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