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La maternidad que no se ve Yo opino Créditos: El Mostrador.

La maternidad que no se ve

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Leslie Power
Por : Leslie Power Psicóloga Clínica.
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Paola, de 38 años, llega a la consulta con su hija de tres meses en brazos. Sus ojos, rodeados de ojeras, reflejan una fatiga que no se disimula. Se sienta en silencio y, luego de unos minutos, pronuncia palabras que condensan una experiencia común: se siente sola, irreconocible, extenuada. Ama a su hija, pero por momentos desearía que se la llevaran. La sostiene, la amamanta, la duerme, y después se culpa. Su testimonio no es un caso aislado. Es el de muchas mujeres que atraviesan el puerperio sin acompañamiento y bajo el peso de una exigencia que las desborda.

Aunque el postnatal en Chile se extiende por poco más de cinco meses, el puerperio real dura al menos dos años. Se trata de una etapa crítica, en la que la mujer se vincula profundamente con su hijo, reorganiza su estructura emocional y enfrenta transformaciones fisiológicas y psíquicas que han sido ampliamente documentadas por la neurociencia. No es solo un momento de cuidados intensivos hacia el recién nacido, sino también de redefinición identitaria para la madre. Cada llanto activa memorias, cada caricia remueve huellas. La maternidad no es una tarea puntual. Es un proceso de tránsito y reconfiguración.

El problema es que este proceso ocurre en soledad. La cultura contemporánea celebra la productividad, el rendimiento y la independencia, pero desvaloriza el cuidado, el tiempo detenido y la necesidad de compañía. Las madres recientes quedan recluidas en sus hogares, aisladas, muchas veces sin redes afectivas activas ni contención institucional. Los controles pediátricos breves y la presión por “hacerlo bien” sustituyen la presencia, la palabra y el sostén. Mientras otras mujeres alcanzan metas laborales o acumulan reconocimientos, ellas contabilizan llantos, pañales, horas sin dormir y una culpa persistente por sentirse felices cuando su hijo por fin se duerme.

Las políticas públicas disponibles no logran responder a esta realidad. La existencia de permisos postnatales o normas como la Ley de Conciliación, que permite adaptar la jornada laboral o solicitar modalidades flexibles de trabajo, no cambia el hecho de que muchas mujeres transitan esta etapa sin compañía, sin espacios para pensarse, sin poder hablar con alguien que no juzgue. La ley no alcanza cuando la maternidad se vive como un encierro y el puerperio como una carga silenciosa.

La sociedad premia a la empresaria destacada, a la profesional eficiente, a la mujer disponible. Pero no reconoce el valor de criar, ni el impacto que tiene una maternidad acompañada en la salud física y mental de la madre y el desarrollo integral del hijo. Hablar de maternidad sigue siendo incómodo. “No vende”, repiten quienes administran contenidos en medios femeninos, como si nombrarla fuese un acto menor, como si maternar no fuera una de las experiencias más radicales de transformación individual y colectiva.

El puerperio existe aunque no se vea, y su invisibilidad no es solo un problema simbólico, sino una deuda concreta. Sin políticas de acompañamiento sostenido, sin espacios comunitarios en cada comuna donde las mujeres puedan encontrarse, escucharse y validarse, muchas seguirán atravesando esta etapa con angustia, temor y aislamiento. Ningún ser humano debería vivir así, menos aún quien acaba de dar a luz. La madre también nace, y todo nacimiento, para ser posible, necesita abrigo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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