
El carnicero… que era médico
Para escribir la novela, Joyce C. Oates buceó en las historias de varios doctores determinados a investigar y descubrir, más allá de consideraciones éticas, operando especialmente mujeres en las que realizaron cirugías vaginales experimentales, sin anestesia.
Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) escribe incansablemente y ha incursionado en todos los géneros: novelas, cuentos, ensayo, poesía, obras de teatro… Sin duda, es una de las voces más interesantes de los siglos XX y XXI, que ahora nos entrega esta novela de más de 400 páginas que despierta el asombro, el horror, la incredulidad, el interés creciente a medida que avanzamos por este camino cuyos personajes están en permanente transformación.
En la contratapa se nos dice que la novela está basada en hechos reales, la vida y acciones de médicos del siglo XIX, entre ellos el doctor Silas Weir, conocido como el padre de la neurología y la “gineco psiquiatría”.
En la vida real era también escritor -narrador y poeta- lo que agrega otra variante a su perfil profesional y su desempeño como “carnicero”, en este caso, de mujeres a las que operó múltiples veces, sin anestesia y animado por la necesidad de reconocimiento científico de sus habilidades quirúrgicas aplicadas a la vagina de mujeres que ni siquiera sabían las razones de estas verdaderas torturas.

Para escribir la novela, Joyce C. Oates buceó en las historias de varios doctores determinados a investigar y descubrir, más allá de consideraciones éticas, operando especialmente mujeres en las que realizaron cirugías vaginales experimentales, sin anestesia, para avanzar y conformar la especialidad que conocemos como ginecología, desnaturalizándolas y tratándolas como “conejillos” de libre experimentación.
Claramente, la metodología científica utilizada era “ensayo y error”, con bajísimos resultados positivos tanto en el cuerpo como en la mente, en el caso de mujeres abandonadas en centros psiquiátricos y sobre las cuales ningún familiar reclamaría.
El narrador principal es el hijo mayor de Weir, horrorizado por lo que ha hecho su padre y que siente que debe denunciarlo, pero van surgiendo también otras voces narradoras que apuntan a nuevas versiones, interpretaciones, apreciaciones personales. El doctor Weir es descrito como un mediocre que sabe que lo es, pero decidido a ´descubrir´ y sorprender al mundo científico mediante los artículos que documentan su talento.
Por fin, encuentra un soñado paraíso-laboratorio que le garantiza impunidad: el “Manicomio estatal de lunáticas de Trenton”, del cual será nombrado director. Ahí encontrará a Brigit Kinealy, joven albina y muda, al parecer, sirvienta, a quien asiste en un parto muy complicado y con la cual se obsesiona; este personaje es la figura central que ilustra la portada de la novela, con toda razón, diremos al final de las 400 páginas.
En este camino de “carnicero y médico” cuenta a su favor el convencimiento de que “la Providencia ha guiado mi carrera, a menudo sin que yo comprendiera la senda que me ponía por delante, pero sin perder la fe en Dios y sabiendo que mis decisiones seguían los designios del Señor (…). Así, lo que suceda nunca será su culpa. Sorprendentemente, Brigit irá tomando un rol muy protagónico, que sorprenderá a los lectores, pero que es parte del gran talento de J. C. Oates de ir moldeando sus personajes a medida que van participando de nuevos sucesos, los va transformando acorde a sus nuevos roles, como si todo esto fuera parte de una vida real que transcurre ante nuestros ojos.
Conoceremos también algunos de los inventos geniales del doctor Weir: la “camisa de fuerza” -la ‘camisa Weir’- en realidad, con la que buscaba inmovilizar a sus pacientes en situación de crisis; y el “espéculo Weir” para explorar “el interior umbrío de la vagina”. Después de este extenso camino de violencia y muerte, escucharemos a Brigit decir que “Poesía es lo que me leía mi amigo bajo la tenue luz del farol” (…) “La poesía es el discurso del alma. Despertaba esperanza en mi corazón” (…). Y ese amigo es el hijo mayor de Silas Weir.
Los personajes son múltiples y variados, se transforman página a página sorprendiéndonos con nuevos lenguajes. Es el tipo de novela que no puede dejar de leerse; es acuciante, hace imposible abandonarla y no saber qué va a pasar a continuación, como si en ello fueran nuestras vidas las concernidas. Es terrible, sobrecogedor, violento, pero claramente expresa de manera magistral ese irrefrenable deseo de sobrevivir a lo que sea, y que explica que aún seamos pobladores de la Tierra.
Y si pensamos en la situación hoy, sin duda ya no se habla de “carniceros”, pero sí del “encarnizamiento” médico: ese loable propósito de mantener vivos a los pacientes (porque ellos mismos desean la eternidad), sin importar a costa de qué y sin cuestionarse si esa sobrevivencia puede llamarse vida.
Ficha técnica:
“Carnicero”, de Joyce Carol Oates
Alfaguara, Madrid, 2024, 415 páginas
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