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Una librería de barrio CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

Una librería de barrio

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Ignacio de Ferari Vial
Por : Ignacio de Ferari Vial Abogado, U. de Chile
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Es un lugar donde las personas se encuentran y comparten; es un espacio abierto a la alegría y la hospitalidad, virtud esta última tan apreciada por los griegos. No recuerdo a cuántas actividades he ido durante estos años.


Hace un par de semanas conversé con la librera de Qué Leo Tobalaba Mil (Av. Tobalaba N° 5151, L. 108). Fue por casualidad, hacía hora para ir a buscar a mi hija menor, así que aproveché de pasar. Atiborrada de libros, nada más fascinante que escudriñar en cada rincón de ella, en cada estante, sin ningún título en mente, con la sola disposición de estar abierto al hallazgo. Por ejemplo, a fines del año pasado encontré un librito de la Editorial Acantilado, cuyas primeras páginas me sorprendieron mucho. El rostro y sus máscaras, de Mario Satz. Una prosa que explora la dinámica del yo y del otro con imágenes muy bellas. Con mucho gusto se lo regalé en Navidad a una gran amiga.

No recuerdo cuántos libros he comprado o conocido gracias a Qué Leo Tobalaba desde que ella abrió sus puertas, en 2016. Sé que soy de esa clase de lectores complicada para un librero; de aquellos de entrar a mirar, de pasar mucho rato, horas quizás, absorto en los libros y salir sin comprar ninguno.

En Buenos Aires, por ejemplo, lectores como nosotros son habituales en las librerías; los libreros no se incomodan en lo más mínimo; sabiamente, al lector lo dejan ser pues tarde o temprano comprará el libro que busca o el que encontró sin saber que lo estaba buscando. A libreros y lectores los aúna la pasión y el amor por los libros; y cómo no, ellos son fuentes de experiencias y vivencias, de aventuras, de conocimiento.

En Santiago, en cambio, muchas veces somos una suerte de úlcera para quien atiende la librería. Por lo demás, cuando no puede reprimir la molestia, se encarga de transmitirla o hacerla sentir. El saludo entusiasta es “cuál libro está buscando” y la respuesta -casi obscena- “sólo paso a mirar” dibuja decepción o suscita un incómodo silencio. He tenido que preguntar seguidamente, más de una vez, “¿se puede?”.

No es inusual que algunas librerías se administren como un store de productos de lectura, es decir, como una ferretería de libros. Prima la visión del shopping. Ni la lectura ni el lector importan mucho, lo preponderante es el consumo, que compres, que vendan.

Obviamente, sin ventas no se sostiene económicamente una librería, sea en Mendoza, Buenos Aires, Rancagua o Santiago, pero no con la lógica de estar vendiendo repuestos de autos. Un libro, a diferencia de una bujía, tiene ánima. Una de las acepciones de la palabra es aquélla que dice que es una “cosa que se mete en el hueco de algunas piezas para darles solidez”. El ánima del libro es la propia de cada uno, que se hace presente a través de aquél.

Afortunadamente, hay librerías distintas.

La Qué Leo Tobalaba es de las distintas. Además, es del barrio. En ella no está prohibido buscar y sí está permitido encontrar. Es una casa para escritores y hogar de lectores. A su alero, se han celebrado ágapes en que se brinda por la literatura, se han lanzado libros de poesía o se han dado conferencias sobre rock chileno. QLT es más que una librería.

Es un lugar donde las personas se encuentran y comparten; es un espacio abierto a la alegría y la hospitalidad, virtud esta última tan apreciada por los griegos. No recuerdo a cuántas actividades he ido durante estos años. Siempre de sorpresa, pues nunca sabía de antemano que algo se había organizado el día que pasaba por ahí. Por pura suerte nomás, aunque también me he perdido bastantes.

Por puro azar, también, hace un par de semanas conocí a la librera. Su nombre es Anita Barra. (Cuando conversé con Anita Barra no sabía que, además de librera, es periodista con una destacada trayectoria. Tampoco sabía que ella comenta y recomienda libros en el programa La Hora del Taco, de Radio Universo).

Al finalizar la tarde, mientras hacía hora para ir a buscar a mi hija a la casa de una amiga, entré a Qué Leo Tobalaba. Fue como conocer al dueño de una casa, dueña en este caso, luego de haber ido por años a visitarla, pasarlo bien, sorprenderte sin haber tenido la menor idea de su existencia, nombre y apariencia. Entonces, más que saber, a la vuelta de los años, quién es la dueña -me enteré en ese momento, además, que era una ella y no un él-, conocí a quien hace posible tantos hitos en la vida cotidiana de personas comunes y corrientes: adultos, niños, adolescentes, ancianos, jóvenes y también guaguas que se congregan en su librería por distintos encuentros y circunstancias. Por supuesto, no compré ningún libro pero la conversación fue memorable.

Hace unos días pasé de nuevo. Buscaba una novela que quería leer mi hijo mayor. Estaba. La compré encantado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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