
Libro “Estado Social. Orígenes, límites y desafíos”: algunas lecciones para Chile
Un libro oportuno, con una propuesta social seria y posible, que bien podría contribuir a despejar del debate público el exceso de ideología, voluntarismo e imaginación, que desfigura y distorsiona la realidad a que nos enfrentamos.
Recientemente, se ha publicado un libro de alto interés para el debate en nuestro país, en especial con ocasión de la campaña para las elecciones presidenciales que se realizarán en los próximos meses.
Se trata de la obra “Estado Social. Orígenes, límites y desafíos. Algunas lecciones para Chile”, cuyo autor es el destacado filósofo y académico Eugenio Yáñez Rojas (Konrad Adenauer Stiftung. Santiago, noviembre de 2024. 201 páginas), que enseña e ilustra sobre la noción de Estado social en su sentido auténtico, desmarcándose de las simplificaciones, falsificaciones y deformaciones de que ha sido objeto en Chile, y describe un modelo posible, realista y probado en sociedades que han alcanzado el desarrollo, para encarar en serio los desafíos de las próximas décadas.
El libro despliega una mirada retrospectiva para indagar en torno del nacimiento de lo que se conoce como Estado social. Explica las circunstancias y determinaciones históricas que hicieron posible su configuración, resaltando la visión y aporte de intelectuales, clérigos y políticos que contribuyeron a darle contenido teórico, doctrinal y práctico.

También ofrece una parte dedicada a exponer la doctrina que subyace a este planteamiento, en la cual explica con gran sentido pedagógico los fundamentos antropológicos, filosóficos, e incluso también podría decirse religiosos, de este tipo de desarrollo social, que exige de los ciudadanos una conciencia moral lúcida y comprometida, una alta catadura ética tanto pública como privada, que permita construir una verdadera comunidad, en la cual cada uno de sus integrantes sienta íntimamente que está ligado con los demás por vínculos trascendentes y, por lo tanto, todos los miembros de la sociedad son finalmente tributarios de un destino común.
De la lectura de esta obra, fluye con llaneza y nitidez que el verdadero Estado social viene a ser lo más ajeno y hasta refractario al colectivismo, en sus diferentes manifestaciones, que pudiera concebirse. Ello por una razón crucial e insoslayable: el Estado social, cuando verdaderamente es tal, coloca como centro de la sociedad a la persona humana con sus inagotables dimensiones; una realidad compleja dotada de facultades espirituales que la elevan por encima del mundo puramente material, en particular la inteligencia y la voluntad; constituida y estructurada con dignidad y libertad; que busca naturalmente su plenitud en el ambiente social y a través de los derroteros del amor, y cuya peripecia existencial se endereza y proyecta hacia un destino trascendente.
Entonces, si bien el Estado social se manifiesta en la historia contemporánea en formas concretas y reconocibles de organización de la sociedad, este particular diseño societal arranca de una visión de la persona humana, en decir, tiene una raíz eminentemente antropológica que informa la filosofía política, la doctrina, los proyectos históricos, los programas y los planes de acción concreta que orientan la gestión de los líderes y dirigentes.
Esta es una consideración importante, porque hace que la política, y en particular, la acción que ejercen los hombres políticos, se funde y responda a una inspiración íntimamente ligada con la ética, puesto que se trata de construir y conducir a una comunidad de personas, y no una mera agregación de individuos con vínculos contingentes o azarosos, hacia un estadio de convivencia que comprende bienes materiales, espirituales y morales.
En la concepción del Estado social, como lo han entendido las sociedades que han conseguido los más altos niveles de concreción histórica de este modelo, no es posible prescindir de la idea de bien común, esto es: aquel bien que desborda la mera suma cuantitativa de los bienes particulares y que, en cambio, apunta a crear las condiciones existenciales para la vida buena de todos y de cada uno de los integrantes de la sociedad.
Y ese bien común, que debiera ordenar y orientar los caminos concretos del desarrollo de la sociedad, no se explica ni se agota en el solo bienestar material, porque la persona es una entidad que constitutivamente desborda las limitadas fronteras de la materia.
El bien común se nutre también de los inagotables bienes de la cultura; el orgullo por la historia compartida y las hazañas de los grandes forjadores; el depósito de sabiduría atesorado en el crisol del tiempo y transmitida por las generaciones; el sentido de pertenencia a una comunidad nacional con identidad reconocible; un reportorio de valores morales compartidos que inspiran la vida en común; las posibilidades de profesar creencias religiosas y adoptar formas de vida diversas; el aprecio y compromiso con la democracia como régimen político y forma concreta de organizar la convivencia, entre otras realidades del espíritu que no pueden estas ausentes del desarrollo integral de una sociedad.
El Estado social, nos dice el profesor Yáñez, es el modelo de organización de la comunidad que consigue una combinación y complementación virtuosa de los principios de subsidiariedad y de solidaridad. Por una parte, resguardando a la sociedad del abandono y desprotección de las personas, cuando se enfatiza ruinosamente sólo el primero de ellos, como asimismo, por otra parte, protegiendo a los ciudadanos de la invasiva obsesión estatista, que amaga la vitalidad de la sociedad civil, cuando predomina de manera irreflexiva y ficcionalmente ideológica, sólo el segundo.
Entonces, ni Estado liberal extremo, o neoliberal, ni tampoco un Estado de bienestar improvisado, fundado más en la ideología que en la realidad; la orfandad moral de ambas recetas abona el terreno para el brote de la corrupción de las personas y las instituciones.
El Estado social se inclina por la senda del realismo, de lo posible, de aquello que está al alcance de las potencialidades de cada sociedad concreta y de las personas que la conforman. Se podría decir, por lo tanto, que el Estado social es una elaboración doctrinal que se ubica en las antípodas mismas de la imaginación ideológica, o de las utopías, sean estas del signo que fueren. El autor lo dice con claridad: “Adherir al Estado social exige ser realista, o sea, estar conscientes de los obstáculos, pero también de las oportunidades que presenta este Estado en la búsqueda del bien común”.
El libro, más adelante, hacer un balance de la situación de Chile en relación con el Estado social, más allá de las declaraciones, los discursos, los programas, el puro voluntarismo.
Desde la “Revolución en libertad” de la Democracia Cristiana encabezada por Eduardo Frei (1964-1970), la fracasada experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende (1970-1973), la larga y traumática regresión autoritaria (1973-1990), los gobiernos de la Concertación (1990-2010), el período de alternancia en el poder Bachelet – Piñera (2010-2022), hasta los arrestos de voluntarismo fundacional del gobierno en ejercicio; el autor hace una análisis minucioso sobre la forma en que nuestro país se ha acercado o alejado de la posibilidad de construir un Estado social.
Con avances y retrocesos, el resultado no es alentador, deja muchas tareas pendientes y una abundante acumulación de frustraciones. Esto no sólo por la gestión de los gobiernos, sino también porque, como afirma el autor, para lograr un Estado social “(…) es menester contar con autoridades, gobernantes, políticos, empresarios, ciudadanos prudentes, justos y honestos, vale decir, personas virtuosas”.
Un libro oportuno, con una propuesta social seria y posible, que bien podría contribuir a despejar del debate público el exceso de ideología, voluntarismo e imaginación, que desfigura y distorsiona la realidad a que nos enfrentamos. El país necesita verdaderos dirigentes, personas prudentes, honestas, virtuosas, éticas, conductores que le muestren un camino y lo orienten en una trayectoria realista como sociedad, y más bien lo que vemos y escuchamos son relatos, discursos, narrativas y palabras seductoras, pero con escaso sentido.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.