
Las ruinas también dicen
Habrá quien crea que es demasiado y que todo ese pasado debe ser enterrado para siempre. Yo creo que es bueno tener ese pasado bien presente, y sacar a la luz lo que esté en las sombras Y honrar la vida de quienes allí padecieron. Las ruinas dicen cosas, y hay que entenderlas.
Durante varios años estuve en contacto con personas, tanto chilenas como de otras nacionalidades, con el objetivo de investigar en detalle lo ocurrido con unos compatriotas míos que, después del golpe de Estado de 1973, fueron desaparecidos por militares en el Regimiento de Ferrocarrileros de Puente Alto, por aquel entonces en las afueras de Santiago.
El resultado final de esa investigación ha sido el libro “Nosotros los vencidos”, que cuenta la odisea de nueve uruguayos en el Cajón del Maipo en aquel fatídico septiembre, y da noticias de la desaparición de tres de ellos: Ariel Arcos, Juan Povaschuk y Enrique Pagardoy, jóvenes refugiados en Chile tras la embestida militar en Uruguay.

Ellos no fueron los únicos represaliados. En esa unidad militar, de nombre más bien anodino y escaso ardor guerrero, hubo más de quinientas personas detenidas y torturadas, hubo por lo menos dos fusilados y siete desaparecidos. El terror se impuso en toda la zona de la entonces provincia Cordillera con un gran despliegue de armamento, helicópteros y camiones con soldados y carabineros armados a guerra.
El primer fusilamiento incluso fue publicitado a través de una red de parlantes situados en la plaza central de Puente Alto. La idea propagandística para contribuir al terror fue del sacerdote Manuel Villaseca, quien era un gran amigo de los militares. El ejecutado se llamaba José Eusebio Rodríguez, y era un albañil vecino del campamento Nueva Habana. Lo detuvieron a las ocho y media de la mañana del 14 de septiembre de 1973 en la zona oriente de Lo Cañas, a unos seis kilómetros del cuartel. Lo fusilaron cuatro horas después, acusado de terrorismo. La sentencia la dictó en tiempo récord un tribunal de guerra inexistente, presidido e integrado únicamente por el jefe del regimiento, el comandante Mateo Durruty Blanco.
Horrores como ese se sucedieron en Puente Alto durante toda la dictadura. Por eso resultaba afrentosa la demolición de los edificios que habían estado integrados al cuartel. En la esquina de Eyzaguirre y Balmaceda se llevó adelante, en nombre del progreso comercial de la zona, una política de tierra arrasada y olvido. Lo que allí había ya no estaba más. Era un mensaje: lo que pasó aquí, en realidad no pasó en ninguna parte.
Ha sido una conducta de todas las dictaduras del Cono Sur: la eliminación de los lugares donde se cometieron los delitos más atroces de lesa humanidad. En Argentina se salvó la antigua Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), y algunos otros sitios de represión clandestina. En Uruguay casi no se han tocado, pese al esfuerzo de muchas organizaciones. Los sitios siguen allí, aunque mudos o casi mudos. Poca o ninguna referencia específica hay en muchos lugares donde ocurrieron crímenes.
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Por eso es de gran importancia la decisión tomada por el Consejo de Monumentos Nacionales de Chile (CMN), que acogió por unanimidad la solicitud de declaratoria como Monumento Histórico del Sitio de Memoria “Vestigios del Ex Regimiento Militar de Puente Alto”, en la Región Metropolitana. Porque pone en valor la memoria material, los lugares, los ladrillos y paredes, los agujeros. En el caso del regimiento de Puente Alto, bien lo dice la resolución, se trata de “vestigios”. Después de la dictadura hubo un hipermercado, un estacionamiento de buses, yuyos, mugre, abandono.
De todas formas, hasta ese lugar que no era sino un baldío con escombros, año tras año fueron militantes por la memoria, se congregaron junto a la cerca de alambre que delimita una parte del terreno (loteado, por cierto, con el auxilio administrativo del gobierno), y realizaron actos sencillos y entrañables, como cantar, encender velas y colocar retratos de papel con las fotografías de los desaparecidos. Mantuvieron viva la memoria.
Ahora hay algo más. Tal vez sea poco, o mucho. Habrá quien crea que es demasiado y que todo ese pasado debe ser enterrado para siempre. Yo creo que es bueno tener ese pasado bien presente, y sacar a la luz lo que esté en las sombras y honrar la vida de quienes allí padecieron. Las ruinas dicen cosas, y hay que entenderlas.
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