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Miel, marca país Opinión

Miel, marca país

Juan Pablo Molina
Por : Juan Pablo Molina Gerente comercial de Terra Andes
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En Chile, más de 5.000 apicultores producen cerca de 10.000 toneladas de miel al año. De estas, un 80% se destina a exportación en formato granel, una salida al mundo silenciosa y sin denominación de origen que permita traspasar valor agregado que actualmente es aprovechado por las empresas extranjeras que compran nuestra materia prima.

Claro, Chile no es un país top ten en volumen de producción de miel -como China, México, Brasil u otros- y así como la miel existen otros innumerables productos nacionales que se exportan simplemente como materia prima… entonces ¿por qué entrar en el análisis?

Pues bien, aunque Chile está muy lejos de los rankings internacionales de producción, la conversación cambia cuando el referente es la calidad.

Ya sabemos que somos un país con una privilegiada ubicación geográfica. Contamos con más de 1.000 kilómetros productivos entre la quinta a la décima región, zona que esconde en sus bosques y montañas una amplia variedad y calidad floral con capacidad para producir una de las mieles más únicas -y medicinales- del planeta.

Sí, así es. No lo sabemos pero la miel chilena es un producto de lujo, que no solo podría liderar cómodamente el mercado internacional, sino que convertirse también en uno de los productos representativos de nuestra marca país.

De hecho, hay estudios que están ad portas de acreditar no solo su pureza y calidad, si no también su inigualable capacidad medicinal.

Algo así, podría posicionarla sobre mieles tan cotizadas como la miel de Manuka (producto neozelandés que hoy supera los USD $100 por Kilogramo en una góndola en el mercado internacional).

Pero en los 30 años que nosotros hemos estado en el rubro, hemos visto a la industria pasar de un estado precario a un creciente desarrollo profesional necesario para hacer frente a la evidente tendencia alimentaria mundial por el consumo de productos sanos, naturales y orgánicos.

Hace dos años, en Terra Andes comenzamos el camino de posicionar la miel chilena en el mundo como un producto de alta calidad. Para eso, se tuvo que trabajar en un producto diferenciador, desarrollando diferentes variedades monoflorales que además fueron certificadas para insertarse en los mercados más exigentes.

Así, en poco tiempo estábamos en importantes tiendas en Estados Unidos, Canadá, Europa, Tailandia, Taiwán y Malasia, a los que en 2019 se sumarán otros países como China, Hong Kong y Medio Oriente.

Todo este prometedor escenario –sumado a la evidente tendencia mundial por el consumo de productos sanos, naturales y orgánico– es la gran oportunidad que tiene la industria apícola chilena de tomar esta tarea pendiente, y seguir el ejemplo de sectores como el vino, las cerezas o la palta, que han aprovechando su supremacía en calidad y valor agregado para posicionar a Chile como un gran productor de alimentos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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