Loreto Seguel: “La salmonicultura le cambió la cara al sur de Chile”
En La Mesa, la presidenta del Consejo del Salmón defendió el rol estratégico de la industria y destacó avances en sostenibilidad y tecnología, pero fue categórica respecto a nudos regulatorios y en particular a la Ley Lafkenche, que hoy genera una “conflictividad social insostenible”.
Pocas veces un gremio habla con franqueza sobre su historia, sus falencias y sus ambiciones. En La Mesa, Loreto Seguel, presidenta ejecutiva del Consejo del Salmón, dejó una hoja de ruta clara: la salmonicultura ya no es solo un sector productivo, es una industria clave para el desarrollo, que compite de igual a igual con Noruega y que hoy depende de decisiones políticas que definirán su futuro por décadas.
“El segundo producto más exportado del país le cambió la cara al sur de Chile”, dice Seguel, recordando que en algunas regiones la industria explica hasta el 30% del PIB. Pero el diagnóstico no es autocomplaciente: “Tenemos que ser una industria orgullosa de lo que ha construido, pero siempre consciente de sus desafíos. Producimos seres vivos en el mar”.
La comparación con Noruega –siempre el benchmark inevitable– llega rápido, pero con un giro inesperado. “Hoy, en muchos indicadores de sanidad, inocuidad y bienestar animal, Chile está mejor que Noruega”. Y aun así, la diferencia estructural pesa: “Lo que ellos tienen y nosotros no, es una política de Estado”. Punto para anotarlo en la pizarra del próximo Gobierno.
Seguel también entró de lleno en la controversia: antibióticos, reportajes externos, críticas ambientales. Su línea es clara: “Nosotros tenemos datos científicos, no ideología”. Y recuerda que el uso de antibióticos está estrictamente regulado y disminuye año a año. “El que calla otorga. Por mucho tiempo solo hablamos de lo bueno; hoy hablamos de lo bueno, lo malo, lo bonito y lo feo. Eso genera credibilidad”.
Donde más urgencia muestra es en la permisología. “Estamos estancados porque no podemos movernos. Relocalizar no es crecer por crecer: es reducir el impacto ambiental con tecnología que hoy sí existe”. Y suena casi optimista cuando admite que los dos candidatos presidenciales incluyeron la salmonicultura en sus programas. “Eso es un ganar para Chile”, dice.
El punto más político lo reserva para la Ley Lafkenche: “Hoy está generando un nivel de conflictividad social insostenible”. Habla de solicitudes desproporcionadas, territorios equivalentes a “40 islas de Pascua para 50 personas”, y de un país que olvidó lo esencial: legislar es el qué, pero la implementación es el cómo.
(NdR: este martes la Comisión Regional de Uso del Borde Costero –CRUBC– rechazó nuevamente dos solicitudes de Espacios Costeros Marinos de Pueblos Originarios –ECMPO–, que aspiraban a administrar 620 mil hectáreas en la Región de Aysén y tenían a la industria en vilo).
La frase más estratégica queda para el final: “No somos parte del problema: somos parte de la solución alimentaria global. La FAO lo dice claro: la acuicultura es clave para el futuro del planeta”. Para la industria que quiere crecer –y que el mundo está pidiendo que crezca–, la pregunta ya no es si puede: es si Chile le permitirá hacerlo.