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La Convención Constitucional: la gran oportunidad de justicia epistémica CULTURA|OPINIÓN Crédito: Aton

La Convención Constitucional: la gran oportunidad de justicia epistémica

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Un interesante e importante ejemplo de la injusticia epistémica es cuando la presidenta de la Convención Constitucional se ha dirigido en mapudungun y se han generado reclamos por no hablar en nuestra lengua castellanizada. Cuando se invita a alguien que solo habla inglés o francés nunca he escuchado reclamos en ninguna de las presentaciones en que he estado. O se escucha en el idioma o se hace una rápida gestión para intentar traducirlo. Este simple ejemplo muestra mucho más que la discriminación epistémica de las lenguas o idiomas, sino que nos muestra el “síntoma” de las inclinaciones que tenemos adoptadas como cultura demasiado educada en lo que, al final del día, defendemos como nuestro, como el Yo.


En el principio, o la base, colonialista, la educación es fundamental, es decir, la transmisión de las informaciones y los procesos de intercambio de los conocimientos se extendió (y aún ocurre) con una violencia verticalista. En una columna anterior, titulada «La importancia de la comisión de Conocimiento, Ciencia, Tecnología, Cultura, Arte y Patrimonio», entregué unas pinceladas de ciertos aspectos temáticos de importancia sobre esta comisión. En la presente columna me interesa agregar un concepto que no incorporé en la primera: la “justicia epistémica”, o, para el caso de la reflexión, también: la “injusticia epistémica”. Recordé este importante tema al ver el interesante podcast #7 de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades, donde participaron la filósofa Cecilia Sánchez y el sociólogo Jorge Gallardo.

La injusticia epistémica también es una violencia epistémica, transversal, a la no consideración o, de plano, “eliminación” de conocimientos y culturas que no forman parte de tradiciones o campos de centralización sobre lo que aprendemos o no, es decir, lo que se considera válido dentro de un debate de sociedad y/o cultura para perpetuar y proyectar, por ejemplo, conocimientos que se encuentran avalados por campos de validación institucional verticales y centrales.

Chile no ha sido la excepción a esto, por el contrario, la eliminación política sistemática de saberes que no se han correspondido a los eurocéntricos no se han puesto en un debate horizontal para intentar abarcar de qué maneras convivimos con multiplicidad de saberes y conocimientos que de principio no los comprendemos o descartamos de raíz por no tener bases dentro de una tradición de pensamiento que ya llevamos en nuestros cuerpos y defendemos como el parámetro desde el cual se emplazan y revisan las otras costumbres (porque de principio no se les llama conocimientos). La precarización de la educación ha ayudado a que la incorporación de la multiplicidad de saberes y conocimientos se hayan puesto en un plano de “folclore turístico” y no como importantes “modelos culturales” para abarcar el mundo no desde la estandarización de pocas consideraciones culturales.

La academia es un claro ejemplo de esto cuando, por ejemplo, vemos la (pre)ocupación de la mayoría de las investigadoras y los investigadores por las publicaciones de indexación más relevante, y sabemos que el 95% de esas revistas deben ser escritas en inglés (colonización académica).

[cita tipo=»destaque»]Si consideramos con alturas de miras la construcción de la comisión de Conocimiento, Ciencia, Tecnología, Cultura, Arte y Patrimonio, nos encontraremos con una crucial oportunidad de multiplicidad de convivencias epistémicas. Aquí, las instituciones debiesen dejar las quejas de años sobre la base de la productividad capitalista y atreverse a colaborar en este tipo de cambios, aun cuando se pierdan créditos internacionales, pues a largo plazo lo que se puede generar puede ser muchísimo más cualitativo que las seguridades del conocimiento adquirido y replicable.[/cita]

Un interesante e importante ejemplo es cuando la presidenta de la Convención Constitucional se ha dirigido en mapudungun y se han generado reclamos por no hablar en nuestra lengua castellanizada. Cuando se invita a alguien que solo habla inglés o francés nunca he escuchado reclamos en ninguna de las presentaciones en que he estado. O se escucha en el idioma o se hace una rápida gestión para intentar traducirlo. Este simple ejemplo muestra mucho más que la discriminación epistémica de las lenguas o idiomas, sino que nos muestra el “síntoma” de las inclinaciones que tenemos adoptadas como cultura demasiado educada en lo que, al final del día, defendemos como nuestro, como el Yo.

La comisión que refiero en la columna, que se votará la próxima semana, tiene un camino muy relevante y una gran oportunidad para intentar cambiar nuestra matriz unívoca con respecto a lo que consideramos las bases de ciertos conocimientos por sobre otros. Acá es importante mencionar que la búsqueda de una justicia epistémica no se centra solamente en lo que se puede haber leído acá, hasta ahora, sobre lo que la mayoría entiende como la plurinacionalidad, sino que abarca una cantidad ingente: feminismo, diversidad sexual, de género, generación de ficcionalizaciones comunitarias políticas en barrios o regiones y una lista que puede no acabar mientras existamos como “entes” no solo descubridores, sino también transformadores de la realidad.

Si consideramos con alturas de miras la construcción de la comisión de Conocimiento, Ciencia, Tecnología, Cultura, Arte y Patrimonio, nos encontraremos con una crucial oportunidad de multiplicidad de convivencias epistémicas. Aquí, las instituciones debiesen dejar las quejas de años sobre la base de la productividad capitalista y atreverse a colaborar en este tipo de cambios, aun cuando se pierdan créditos internacionales, pues a largo plazo lo que se puede generar puede ser muchísimo más cualitativo que las seguridades del conocimiento adquirido y replicable. Con esto último, no me refiero a descartar de raíz todo el conocimiento que nos precede como colonizados epistémicos, sino integrarlos a una convivencia de diferentes cosmos.

El mismo concepto de episteme puede ya ser un pie de tope, dados sus principios de racionalidad instaurados en los aprendizajes “tradicionales”, pero considero que, dentro de un principio  hermenéutico, puede ser un inicio, sobre todo para las y los constituyentes que trabajen en la mencionada comisión, a partir de la cual tenemos la gran oportunidad de cambiar la relevancia (o jerarquía) de unos conocimientos por otros; de unas culturas por otras y, quizá, más adelante, hasta evaluar, transversalmente, el propio significado del concepto de episteme.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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