
Honrar la memoria a través de la antropología
No puedo dejar de referirme aquí a la memoria local de Isla de Maipo y que tiene que ver con los hornos de Lonquén, donde varios hermanos y familiares, los Maureira y los Astudillo mayoritariamente, habitantes de Isla de Maipo, todos ellos campesinos, fueron asesinados y enterrados en los hornos.
Quizás mi experiencia en temas de memoria no sea tan amplia como la de mi amigo y colega Elías Padilla, pero tuve la oportunidad, en el marco de ser el coordinador técnico del proyecto Circuito Metropolitano de la Memoria, financiado por Corfo y desarrollado por el instituto IDEA de la Universidad de Santiago, de que lleváramos a entidades como el Museo de la Memoria, Villa Grimaldi, Fundación Pablo Neruda, Memorial de Paine, entre otras instituciones de memoria chilenas, a visitar sitios de memoria en Holanda y Alemania.
Indudablemente que en términos personales esta comienza con los hechos acontecidos durante la dictadura militar y especialmente en mi ciudad de origen Iquique, en donde el Partido Socialista (PS) perdió a toda su dirigencia comunal y donde muchos otros fueron sometidos a torturas y apremios ilegítimos en Pisagua. Estos hechos se repitieron a lo largo de Chile y el año pasado se conmemoraron los 50 años de la desaparición forzada de toda la dirigencia clandestina del Partido Socialista de Chile.
Pero no solo los miembros del PS fueron los exterminados, sino que también gran parte del espectro de militantes de la izquierda que apoyaron al Gobierno de la Unidad Popular. Uno de los hechos más espeluznantes se produjo con la Caravana de la Muerte, que dirigió con poderes omnímodos dados personalmente por el dictador Pinochet al general Sergio Arellano Stark, hechos que han sido profundamente investigados por la periodista Patricia Verdugo en su libro Los zarpazos del Puma.
Pero fue en la gira mencionada que coordiné que me pude percatar de la importancia que se otorga en Europa en general a los hechos luctuosos que llevaron a la muerte a millones de personas en ese continente.
En este punto específico me quiero referir, en primer lugar, a nuestra visita a los sitios de memoria de Holanda. Primero, visitamos la casa de Ana Frank y por el hecho de pertenecer a organizaciones de memoria, además de visitar la casa pudimos trabajar durante un par de días con los equipos técnicos de dicho centro de memoria. Toda una actividad científica en torno al legado de la joven judía.
Posteriormente visitamos un campo de concentración en Herzogenbusch, el que contaba también con un centro de interpretación muy completo en donde se mostraban todas las infraestructuras del campo y donde se mantuvo prisioneros a judíos, gitanos y homosexuales y también discapacitados, todas minorías consideradas nefastas para el régimen nazi.
Ya en Ámsterdam pudimos apreciar un monumento de los nombres del Holocausto. Indudablemente que en aquel momento no pudimos apreciar en toda su dimensión el valor en la historia de la Segunda Guerra Mundial del Museo de la Resistencia.
Al estar ahí y aun a pesar de lo pedagógico del mismo, no fue sino a través de una película basada en hechos reales que me pude dar cuenta de la enorme valía de este proceso de resistencia a los nazis: El banquero de la resistencia. Asimismo, en esa ciudad pudimos visitar un Memorial a los Caídos, en donde estaban todos los apellidos de los judíos que sucumbieron ante la barbarie nazi.
Un país pequeño, con mentes y voluntades privilegiadas y que aún a costa de sus propias vidas no dudaron en desafiar al régimen nazi invasor.
En Alemania nos llamaron la atención principalmente no solo los centros de memoria, sino que el hecho de que la mayoría estaba bajo la tuición de universidades y la dirección de un académico de alta graduación.
En uno de los principales centros de memoria, el de Buchenwald, en Weimar, quien nos recibió fue un hombre alto y vestido de negro. Era un Profesor Dr., que se dirigió a nosotros con un breve discurso y nos dijo que para hombres como él la figura de Salvador Allende había sido fundamental en su formación. Indudablemente que los centros de memoria en ambos países no tienen los problemas de financiamiento que presentan actualmente sus pares chilenos. En este, las visitas de turistas se producían en gran número y eran conducidas por guías profesionales o los visitantes tenían acceso a aparatos de traducción.
Cuando visitábamos los hornos crematorios y el lugar donde colgaban a los prisioneros en ganchos, varias de las personas que componían la delegación salieron vomitando y llorando. Era algo muy intenso y tétrico.
Este sitio de memoria mantenía un centro de investigación y de enseñanza para que los jóvenes alemanes pudiesen aprender para un nunca más. Las fotografías que pudimos apreciar de los judíos sometidos a la barbarie nazi eran espantosas. Fue una experiencia para que nunca más la pudiésemos olvidar. Las posteriores visitas guiadas a la cárcel de la Stasi, guiados por exprisioneros de esta, después de un amable desayuno que nos ofreció su director, un joven doctor en política, y posteriormente la visita al Ministerio del Interior de la antigua República Democrática Alemana y recorrer cada una de sus dependencias, prácticamente fueron un juego de niños.
Sin embargo, no puedo dejar de referirme aquí a la memoria local de Isla de Maipo y que tiene que ver con los hornos de Lonquén, donde varios hermanos y familiares, los Maureira y los Astudillo mayoritariamente, habitantes de Isla de Maipo, todos ellos campesinos, fueron asesinados y enterrados en dichos hornos tras ser detenidos por carabineros en el año 1973. La historia es larga y conocida y, además de existir un memorial en los mismos hornos, también hay un memorial en el calabozo donde estuvieron detenidos 11 de los posteriormente asesinados y que se encuentra en la misma Municipalidad de Isla de Maipo.
Pude entrevistar a una de las familiares de la familia Maureira y a una de las directoras de la Corporación de la Memoria de Lonquén y estas me ilustraron no solo sobre los aciagos hechos que terminaron con la desaparición y muerte de los isleños sino además cómo estos hechos se inscribieron en un fenómeno mayor de la época, la reforma agraria, dirigida por mi fallecido amigo Jacques Chonchol. Los campesinos organizados en asentamientos comenzaron a entender las bondades de un cambio en la tenencia de la tierra, algo que recorrió el país en su conjunto, en donde existían grandes latifundios.
Bastó solo este elemento para que en el caso de los campesinos de Isla de Maipo fueran acusados de poseer armamento y de querer envenenar el agua en su propia comunidad.
Al padre de los Maureira se le encontró un viejo rifle Winchester y un revólver calibre 22. Ese era el nivel del armamento que poseían.
Conducido por el dueño del fundo y un cura de la comunidad a la tenencia de Carabineros de la época, primero con buenos modales, esto cambiaría con el correr de las horas y especialmente con sus hijos. La suerte estaba echada, pronto serían hechos desaparecer en los hornos de Lonquén.
Los deseos de algunas de las familias y de la Corporación, para no olvidar, es que el sitio de memoria que se encuentra al interior de la municipalidad pueda ser reconocido como tal por el Consejo de Monumentos Nacionales, de tal forma que en el sitio en que estuvieron por última vez con vida se les pueda honrar y recordar con actividades allí, de manera que la comunidad local conozca y no olvide a los campesinos asesinados.
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