
Envejecer con máquinas: IA y el cuidado de la demencia
Los extensores de IA cambian radicalmente las maneras del cuidado. Da la impresión de que lo hacen para bien. Los extensores de IA podrían demorar el paso al “cuidado formal” y así aliviar los sistemas de salud, al tiempo que liberan a los “cuidadores informales” para la ejecución de otras labores.
Interrumpo la escritura para ocuparme de mi madre. Cargarla a su silla, darle su sopa y ayudarle a recordar que el tipo que aparece en la tele es Clint Eastwood. Actualmente, más de 55 millones de personas viven con alguna forma de demencia. Se espera que esta cifra llegue a 139 millones para el año 2050. La mayoría en países de ingresos bajos o medios.
Así las cosas, la demanda de cuidado “no-informal” crecerá significativamente, especialmente en los países en los que se espera que la tasa de natalidad siga disminuyendo.
La investigación en ciencias cognitivas e inteligencia artificial comienza a esbozar una posible solución a este problema. Numerosas líneas de investigación sugieren que el cerebro construye modelos (bayesianos) de su entorno sobre la base de la evidencia que provee la actividad sensorial periférica. Lo hace análogamente a como lo hace una científica que, en base a los datos de sus instrumentos, construye un modelo del clima para predecir si va a llover el fin de semana.
Interesantemente, estos modelos pueden alojarse no solo dentro del cráneo, sino que pueden extenderse a trozos del ambiente físico y social. Esto ocurre en circunstancias en las que la persona se acopla con trozos del entorno mediante bucles de retroalimentación informacional. En estas circunstancias, los modelos acerca del entorno y de la persona misma se entienden como incluyendo elementos externos.
Ejemplos clásicos son la resolución de problemas numéricos mediante el uso de ábaco y la regulación de emociones mediante el uso experto de un instrumento musical. Interesantemente, se ha mostrado que, bajo ciertas condiciones, incluso otras personas pueden formar parte de los modelos responsables de la memoria.
La investigación sobre demencia no es ajena a este enfoque. Carolyn Baum encontró que una serie de pacientes con enfermedad de Alzheimer sorprendentemente lograban vivir solas sin mayores problemas, pese a que obtenían malos resultados en instrumentos estandarizados para la evaluación del alzhéimer (extraídos del protocolo CERAD). El truco es que estas pacientes explotaban su espacio de manera tal que este funcionaba como extensión o andamiaje de sus capacidades cognitivas.
Cosas y cajones con etiquetas, zonas abiertas para medicamentos, sectores con fotografías ordenadas sistemáticamente, zonas de mensajes y “libros de memoria”, etc. Los espacios y personas íntimas a los que las personas con demencia están acopladas pueden ser parte
constituyente de sus sistemas de memoria y de sus modelos del mundo y de sí mismas. Es por esto por lo que la transición a espacios no-familiares, como una “casa de reposo”, es cognitiva y afectivamente tan disruptiva para las personas mayores.
En considerables respectos su propia identidad queda atrás. Alarmantemente, las implicancias éticas de este fenómeno no han sido suficientemente discutidas.
Ahora bien, el hallazgo de Carolyn Baum es un caso realmente excepcional. Comúnmente, las personas con demencia difícilmente pueden arreglárselas solas de tal manera. El arreglo de objetos inertes como fotografías y etiquetas están lejos de poder satisfacer sus necesidades. No obstante, ya comienzan a aparecer tecnologías de inteligencia artificial (IA) que prometen constituirse en andamiajes multidimensionales y dinámicos para el cuidado –más ventajosos que las meras etiquetas y fotografías–.
Como señala Krueger, la noción de “extensores de IA” es particularmente relevante en este respecto. Toscamente, los extensores de IA son bots que instancian redes neurales con las que nos podemos acoplar y sin los cuales las tareas que nos permiten no serían posibles. Los extensores de IA pueden arreglarse de modo tal que constituyan un medioambiente inteligente (ambient smart environment).
En el caso de las tecnologías para la asistencia de la demencia, estos medioambientes consisten en un conjunto de bots sensibles al contexto. Cada uno de ellos está diseñado para un dominio en específico. Por ejemplo, el monitoreo de la ubicación de la persona, la toma de decisiones, detección de riesgos de caída, reconocimiento de caras e imágenes, reconocimiento y producción de lenguaje, etc.
La idea es que estos distintos bots estén integrados, en el sentido de que se comparten información y se coordinan en tiempo real. Esto con el fin de entregar soluciones finamente ajustadas a la forma de vida de la paciente, optimizar un modelo de su rutina y así poder corregir desviaciones de la conducta esperada. De este modo, los extensores de IA lograrían que las personas que sufren demencia puedan vivir independientemente.
Crucialmente, a diferencia de las estáticas etiquetas en los cajones y los inertes “libros de memoria”, los “extensores de IA” exhiben un importante grado de autonomía. Los “extensores de IA” son capaces de iniciar su acción sin que la usuaria tenga que intervenir. Es más, son capaces de aprendizaje no-supervisado, lo que les permite ajustar sus respuestas en segundo plano de manera tal de reflejar sus interacciones previas con la usuaria.
Esto es filosóficamente relevante. Tales dispositivos integrados son capaces de llevar a cabo el trabajo cognitivo por sí mismos, sin que la usuaria esté en el “asiento del piloto”.
Es decir, a diferencia de las pacientes descritas por Baum, la usuaria no determina qué es relevante y busca luego al artefacto para “descargar” el trabajo cognitivo, sino que es el artefacto mismo el que activamente se coordina con la usuaria y computa las soluciones que la situación demanda.
Los extensores de IA cambian radicalmente las maneras del cuidado. Da la impresión de que lo hacen para bien. Los extensores de IA podrían demorar el paso al “cuidado formal” y así aliviar los sistemas de salud, al tiempo que liberan a los “cuidadores informales” para la ejecución de otras labores. Por otro lado, es frecuente entre los pacientes con demencia reportar la pérdida de la sensación de estar anclados al mundo. La independencia en la realización de los trajines cotidianos que prometen los extensores de IA podría contribuir en este respecto.
Sin embargo, mi visión es pesimista. La utilidad de los extensores de IA descansa sobre la idea de que la usuaria no haya adquirido problemas significativos de movilidad, lo que probablemente ocurre con bastante frecuencia en la etapa previa a la necesidad de “cuidado formal”.
Así, la ventana de utilidad de los “extensores de IA” es limitada, lo que vuelve irracional su instalación, dado su altísimo costo. Aún en los casos en los que ni la movilidad reducida ni el costo sean un problema, su instalación implica problemas que a primera vista parecen severos.
La idea es la siguiente: dado que nuestro cuerpo e historia personal son parte de la red de causas del entorno, la persona misma también es modelada por el cerebro. El cerebro construye un modelo (generativo) del “yo”. En la medida en que nuestros modelos se acoplan con trozos del entorno, el modelo (bayesiano) del “yo” puede estar constituido también por trozos del ambiente extracraneal.
Ahora, el grado de autonomía de los extensores de IA es importante. Mientras se coordinan con las acciones de su usuaria, son los extensores de IA los que están en el “asiento del piloto”. En este escenario, el ambiente ocupa un lugar privilegiado respecto del modelamiento del “yo”. Así, el sentido de agencia y de identidad (i.e., el sentido de ser dueño y autor de nuestras acciones) es moldeado autónomamente no mayormente por la usuaria, sino que por la actividad de los extensores de IA.
De este modo, el sentido de agencia e identidad de las usuarias quedaría severamente dañado. Este problema es grave y no ha sido escasamente discutido. Interrumpo la escritura. Ya es hora de ir a ver a mi madre y apretujarle las mejillas mientras hago el sonido gutural que nos da risa.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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