Opinión
El espejismo de las regulaciones
La elección presidencial debería ser una conversación sobre cómo aumentar la capacidad productiva del país, no sobre cómo maquillar precios que, tarde o temprano, vuelven a mostrar su verdadera cara.
En economía, pocas ideas reaparecen con tanta persistencia y tan malos resultados como el control de precios. Congelar precios puede sonar compasivo, pero termina generando escasez, colas, mercados negros y, sobre todo, una peligrosa ilusión de que los costos desaparecen por decreto. La experiencia internacional es clara y la chilena también: cuando se fuerza el termómetro, no baja la fiebre; simplemente se deja de medir.
Este debate, aunque más sutil, vuelve a resonar en los programas presidenciales de José Antonio Kast y Jeannette Jara, aunque de maneras que evidencian las diferencias en sus visiones del país que proponen. Kast, en línea con una visión más ortodoxa de la economía, descarta cualquier forma de control directo y apuesta por aumentar la competencia, reducir los trámites y eliminar las distorsiones regulatorias. Su diagnóstico coincide con la advertencia clásica de los economistas: los precios altos suelen reflejar mercados poco competitivos, estructuras rígidas o costos globales.
Jara, en cambio, abre la puerta a mecanismos de regulación más activa en sectores estratégicos, especialmente en alimentos, vivienda y energía, junto con el fortalecimiento de las empresas públicas y la coordinación de precios de referencia. Aunque no propone controles de precios propiamente dichos, la lógica subyacente es similar: crear observatorios estatales, aumentar los requisitos legales y negociar con la intervención del Estado para aliviar a las personas. En la práctica, suena muy similar a la sobrerregulación y la historia es terca. Cuando se intervienen mercados sin resolver los cuellos de botella productivos, logísticos o regulatorios, el resultado es un equilibrio más pobre: menos oferta, peor calidad y mayor informalidad.
La discusión no es ideológica; es práctica. Chile enfrenta costos altos en energía, salud y vivienda. Pero la solución pasa por más competencia, mayor productividad y una regulación inteligente que dinamice mercados clave como el arriendo de viviendas, y no por revivir mecanismos que ya demostraron su fracaso. La elección presidencial debería ser una conversación sobre cómo aumentar la capacidad productiva del país, no sobre cómo maquillar precios que, tarde o temprano, vuelven a mostrar su verdadera cara.
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