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El elefante en la sala

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Por: Ruth Espinosa


Señor director: 

La escuela es un espacio diseñado para la adquisición de nuestra segunda naturaleza (la cultura), el cultivo del espíritu, el desarrollo de los talentos, la transmisión y construcción de valores, normas e idearios, y la reflexión crítica sobre lo que somos y cómo nos proyectamos al porvenir. La educación provee a las comunidades humanas el sustrato inmaterial que otorga a una sociedad una identidad que pervive al paso del tiempo, sostiene su cohesión social, nutre el sentido de pertenencia y posibilita la formación de la propia subjetividad. El espacio escolar es, entonces, aquel donde ocurre el hecho invisible del espíritu.

La atención, como sugiere el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, es enemiga de la voracidad con que hoy se consumen los contenidos digitales. La tiranía del estímulo y la gratificación inmediata nos convierte en un puro apetito insaciable, incapaz de cultivar las virtudes más esenciales de la paciencia, la curiosidad y la contemplación: “Solo el alma que ayuna puede mirar, contemplar” (2025, 14).

La entrada sin invitación del teléfono inteligente en los colegios ha sido, por mucho tiempo, el elefante en la sala: ese que incomoda a todos, pero del que nadie habla. El quiebre en el delicado y frágil diseño de la enseñanza ha acarreado consecuencias nefastas en la formación de niños, niñas y adolescentes. Pero, después de todo, ¿qué se hace con un elefante en una sala?

Afortunadamente, nuestro legislador eligió no hacer la vista gorda. Esperemos que el ayuno del alma y un diseño de la enseñanza que incluya la tecnología con propósito pedagógico devuelva a las escuelas miradas ávidas de sentido.

Ruth Espinosa

Decana Facultad de Educación y Ciencias Sociales UNAB

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