
¿Por qué Trump le teme a Harvard?
Trump sabe que el pensamiento no se destruye con bombas, que su peor enemigo no es Putin ni el Gobierno chino, sino sus propios ciudadanos, en la medida que sigan pensando y expresándose con libertad. La democracia solo es posible con un pensamiento crítico activo y sin complejos.
Algunos jueces federales han comenzado a frenar o al menos examinar las decisiones de Donald Trump en varias áreas, desde la expulsión de migrantes hasta los aranceles del comercio exterior, pasando por la cancelación de visas universitarias. Es, sin duda, un respiro para muchos.
En medio de estas políticas, con las que el presidente de Estados Unidos pretende cumplir su promesa de MAGA (Hacer América Grande Nuevamente), la universidad de Harvard, una de las más prestigiosas del mundo, se convirtió en un símbolo. Pero no es la única.
La primera en ser atacada por Trump fue la Universidad de Columbia en Nueva York. Utilizando como excusa las manifestaciones propalestinas, el Gobierno le congeló contratos y subvenciones por 400 millones de dólares, que se podría recuperar cumpliendo ciertas condiciones como la prohibición de usar máscaras, la contratación de agentes de seguridad en su campus y la supervisión externa de sus programas de estudios sobre el Medio Oriente.
La reacción inicial fue sorprendente, por no decir aterradoramente cobarde: Columbia bajó la cabeza y el resto de las universidades guardó silencio.
Harvard fue la que despertó más rápido. Era evidente que la política universitaria de Trump no se limitaría a Columbia y sus manifestantes propalestinos. A poco andar, el garrote cayó también en Cambridge, donde se encuentra su campus. El Gobierno le congeló 2.200 millones de dólares, amenazó con quitarle la exención tributaria que la beneficia históricamente y exigió un registro de “actividades ilegales y violentas” de los estudiantes extranjeros.
Con su prepotencia habitual, Trump en persona explicó las medidas: “Harvard es una institución antisemita y de extrema izquierda, al igual que muchas otras, donde se aceptan estudiantes de todo el mundo que quieren destrozar nuestro país.”
Harvard recurrió a la Justicia, mientras Trump ordenó a todos sus consulados negar visas para estudiantes.
La guerra de Trump contra las universidades afecta a miles de estudiantes de todo el mundo. Durante el año académico 24-25, que está terminando, más de 6.750 estudiantes extranjeros acudieron a sus aulas, la mitad de los cuales viene de China, Canadá, Reino Unido, India y Corea del Sur. En los últimos días, la lupa se apuntó a los jóvenes chinos, especialmente sobre aquellos que, según el secretario de Estado Marco Rubio, “tienen conexiones con el Partido Comunista de China o estudian en áreas críticas”. ¿Quedará alguno eximido?
Resulta evidente que estas medidas no están relacionadas con el conflicto del Medio Oriente, y que el antisemitismo es una excusa burda. Esta guerra apunta a terminar con el pensamiento crítico. El arma más peligrosa contra cualquier autoritarismo.
En un contexto en el que ya no se requieren golpes de Estado para destruir la democracia, las universidades que impulsan el debate y estimulan una mirada crítica sobre la realidad son un riesgo mayor para los poderosos.
Trump lo tiene más que claro. Durante su campaña electoral, mucho antes de llegar a la Casa Blanca, anunció la creación de la Academia Estadounidense, una universidad que será “estrictamente apolítica”. Es decir, como sabemos quienes hemos vivido la enseñanza “apolítica”, una institución que adoctrinará a sus jóvenes en la ideología del gobernante.
En un video de 2023, publicado en su manifiesto de campaña Agenda47, el entonces candidato anunciaba que el financiamiento de la nueva Academia vendría de “miles de millones de dólares que recaudaremos gravando, multando y demandando a los fondos patrimoniales excesivamente grandes de las universitarias privadas”.
Para Trump, las universidades de su país “están convirtiendo a los estudiantes en comunistas, terroristas y simpatizantes de muchas dimensiones diferentes”. El lector puede agregar cualquier causa o grupo humano que no agrade al presidente norteamericano.
La guerra contra Harvard no es una guerra localizada. Y así lo entendió su presidente, Alan M. Garber, al sostener lo siguiente: “Ningún Gobierno –independientemente del partido que esté en el poder– debe dictar lo que las universidades privadas pueden enseñar, a quién pueden admitir y contratar, y qué áreas de estudio e investigación pueden seguir”.
Trump sabe que el pensamiento no se destruye con bombas, que su peor enemigo no es Putin ni el Gobierno chino, sino sus propios ciudadanos, en la medida que sigan pensando y expresándose con libertad. La democracia solo es posible con un pensamiento crítico activo y sin complejos. A eso le teme Trump y está dispuesto a usar en su contra el arma que mejor conoce: el dinero.
El dinero, qué duda cabe, es una eficiente mordaza. Por eso, es indispensable movilizarse y solidarizar con quienes son silenciados primero. No serán los únicos.
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