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De la antigua grandeza de la Democracia Cristiana y su triste presente Opinión Archivo

De la antigua grandeza de la Democracia Cristiana y su triste presente

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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La historia de la Democracia Cristiana no puede terminar así. Los que aún creemos en su legado, en su ética, en su esperanza, no tenemos derecho a callar. Y si callamos, que no sea por resignación, sino por el peso de la memoria que aún nos exige dignidad.


Hubo un tiempo en que la Democracia Cristiana no solo era el partido más grande de Chile. Era el alma de su tiempo. El partido que pensaba a Chile en grande y actuaba en consecuencia. El que transformó al país desde la raíz, sin complejos y sin miedo. Hoy, sin embargo, lo que queda de esa historia noble se arrastra sin rumbo, mendigando cupos en listas ajenas, a veces en el Partido Socialista, otras en el PPD, siempre como invitado de piedra. Lo digo con tristeza. Una tristeza que se ha ido volviendo enojo.

Un enojo con culpa, pero jamás con resignación.

No cuestiono la sensata decisión de apoyar a Carolina Tohá. Sería injusto hacerlo. Pero ni siquiera esa decisión, necesaria y correcta, fue tomada con la altura que el momento exigía.

Demoraron más allá de lo estético, más allá de lo político. Demoraron porque ya no saben quiénes son. En paralelo, justo es destacar que el presidente del partido ha actuado con un sentido de deber que merece un reconocimiento. En un rol casi imposible, ha mantenido el respeto por los símbolos y ha demostrado patriotismo.

Él no tiene la culpa.

Y sin embargo, cuesta no recordar. Porque sí, yo recuerdo.

Recuerdo que fueron los democratacristianos quienes hicieron la reforma agraria, y también la reforma educacional.

Los que impulsaron la jornada escolar completa, los que desarrollaron la promoción popular, y gran parte de la infraestructura pública de los años 70, y también la de los primeros diez años del nuevo siglo.

Fueron los que empujaron la reforma procesal penal, los que anticiparon la unidad política y social del pueblo, los que creían en el comunitarismo, no como eslogan sino como modo de vida.

Fueron los que metieron preso al jefe de la DINA y a sus secuaces, los que abrieron Chile al mundo construyendo acuerdos de libre comercio que aún hoy nos protegen, los que en seis años de Gobierno construyeron una escuela y media por cada día. Los que chilenizaron el cobre, los que encabezaron la lucha democrática contra la dictadura, los que defendieron a los perseguidos y sufrieron en carne propia el exilio.

Fueron los que crearon la Alianza Democrática, el Acuerdo Nacional y la Concertación. Los que legitimaron a todos los hijos nacidos fuera del matrimonio, los que lanzaron Chile Barrio para terminar con los campamentos, los que impulsaron cooperativas, los que crearon la CORVI, los que estimularon los asentamientos campesinos y por primera vez trataron al campesinado con dignidad.

Fueron los que se opusieron a la Constitución de Pinochet y por eso fueron asesinados. Los que le dieron soporte a la Justicia para no aplicar la amnistía con la figura del secuestro permanente, los que desarrollaron y concesionaron los puertos, los que hicieron posible el tratamiento de aguas servidas en todas las ciudades del país. Los que lograron las tasas de crecimiento e inversión más altas de nuestra historia.

Fueron los que supieron poner en su lugar al tirano hecho senador vitalicio, los que crearon las juntas de vecinos, los centros de madres, los que iniciaron y expandieron gran parte de la red de Metro de Santiago.

Fueron los que lucharon por una patria justa y buena para todos. Los que encabezaron una transición democrática ejemplar, sin revancha pero sin claudicaciones.

Y ahora, ¿qué queda?

Un puñado de dirigentes que parecen sobrevivientes de su propia historia, atrapados entre la irrelevancia electoral y la nostalgia. Un partido que fue columna vertebral del Chile moderno convertido en apéndice menor de otros proyectos, sin identidad ni norte.

Esto no tiene que ver con apoyar o no a Tohá. Tiene que ver con no aceptar –ni con resignación ni con indiferencia– que se desfigure así lo que fue una de las experiencias políticas más profundas, transformadoras y humanas que haya conocido Chile.

Lo que hoy se intenta, a veces con buena intención, no es una reedición de la Concertación. Es su parodia. Es una pobre réplica, un juguete rasca comprado en un mall chino. Sin alma, sin relato, sin épica.

La historia de la Democracia Cristiana no puede terminar así. Los que aún creemos en su legado, en su ética, en su esperanza, no tenemos derecho a callar. Y si callamos, que no sea por resignación, sino por el peso de la memoria que aún nos exige dignidad.

Los recuerdo, no para intentar refundar lo que ya no queda tiempo de salvar, sino para fundar una nueva fuerza política, honesta, ejemplar en el servicio público, donde jóvenes sean acogidos, formados y proyectados. Una fuerza política competente, que escuche lo que su pueblo demanda, humilde pero firme al defender sus convicciones, dialogante, sensata y rebelde frente a la injusticia y el abuso, como fueron los falangistas y los antiguos democratacristianos. Jamás convencida de una supuesta superioridad moral.

Esa fuerza política, si no la fundamos nosotros, los que aún creemos en la llama que dio origen al partido, tarde o temprano tendrá que levantarla alguien, Y lo hará, porque forma parte del alma de Chile.

Esa nueva fuerza política –humanista cristiana, democrática y comunitarista– seguramente hará revivir las palabras de Frei Montalva en la Marcha de la Patria Joven:

“En una hora en que muchos chilenos dudaban en el destino de su propia Patria, en una hora en que muchos creían que nuestra nación había perdido la vitalidad, y que no tenía mensaje que enseñar, en una hora en que muchos temblaban y comenzaban a preparar su fuga de Chile, en una hora en que parecía para muchos que este país se desintegraba y en el corazón de tantos y tantos pobres había como una especie de amargura y escepticismo sobre las instituciones, las leyes y los hombres que dirigían su Patria, Uds. han traído una respuesta, respuesta que es una afirmación de fe frente a la duda, que es una afirmación de valor frente a la cobardía. Y esta respuesta no podía darla un hombre. La tenía que dar Chile.

“Amigos del Norte y del Sur, ¿cómo pudiera decirles mi emoción? La emoción de los hombres junto a los cuales yo comencé mi vida y que están aquí en esta tribuna y que ustedes ven cómo decirles lo que ustedes son para mí. Yo me figuraba anoche o creí oírlo, ¡cómo podría saberlo! Yo veía que un niño venía corriendo y le decía a su padre:

“-¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen! ¡Vienen desde Arica! ¡Cruzan Tarapacá! ¡Van por Concón, por Placilla! ¡Miren cómo montan sobre la Cuesta de Chacabuco! ¡Miren los otros, cómo pasan por Cancha Rayada, por Rancagua y llegan a Maipú! Padre, ¿quiénes son? ¿Son los democratacristianos?
-No, son más que eso…
-¿Son los freístas?
-No, hijo, mucho más que eso…
-¿Qué son, padre?
-Hijo, ¿no ves las banderas? Son los mismos, los del año 1810, los de 1879, los de 1891. ¡Son la Patria!
-Sí, amigos míos, ustedes son eso. Son la Patria. ¡Son la Patria, gracias a Dios!”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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