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El verdadero adversario Opinión AgenciaUno

El verdadero adversario

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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José Antonio Kast no representa una alternancia legítima. Representa una regresión autoritaria. Y si se lo subestima, si se lo normaliza, si se lo trata como un candidato más, el despertar puede ser demasiado tarde.


Hay ocasiones en que la política deja de ser una contienda entre proyectos y se convierte en una definición de fondo: si seguirá existiendo un marco común para disentir, protestar, informar, participar y convivir. En esas circunstancias, el verdadero adversario no es quien piensa distinto, sino quien busca clausurar la posibilidad misma del disenso. También lo encarna quien acepta gobernar sin mandar, asumiendo una Presidencia sin poder, subordinada al liderazgo real. Como dijo Evelyn Matthei: “En política, a veces hay que tragarse sapos”.

En Chile, ese adversario tiene nombre: José Antonio Kast.

Mientras muchos miran al desorden, la debilidad o al populismo progresista como amenazas, es Kast quien lidera un proyecto coherente, orgánico y determinado a utilizar el poder del Estado para restringir libertades civiles. Aunque Evelyn Matthei tenga respaldo en las encuestas, Kast controla la orientación del programa, su bancada y el tono del debate. No busca simplemente gobernar: quiere vaciar las instituciones desde dentro.

Esto no es una suposición de intenciones, ni una exageración o un ejercicio de futurismo alarmista. Basta mirar lo que ya ocurre en Estados Unidos desde que Donald Trump retomó la presidencia. En menos de seis meses ha comenzado una ofensiva sistemática contra los pilares de la democracia liberal. Ha instalado una lógica de revancha institucional: ha militarizado la seguridad pública en varias ciudades, debilitando el control civil y reforzando funciones represivas.

Ha intensificado la persecución política contra fiscales y jueces, ha aprobado normativas que restringen el acceso a libros en escuelas y universidades, y ha cancelado programas académicos sobre diversidad, justicia racial y derechos humanos.

Su Gobierno ha impuesto censura ideológica en centros de estudio y ha intervenido presupuestos de universidades que promueven pensamiento crítico. Además, ha reinstalado medidas de deportación masiva, ha perseguido a inmigrantes como enemigos internos y ha definido al disenso como una amenaza a la seguridad nacional.

Lo que en otro tiempo habría sido impensable, hoy se ejecuta con rapidez y eficacia. No necesita cerrar el Congreso ni abolir la Constitución: le basta con ocupar el Estado para imponer su orden.

Entonces, les pregunto a los escépticos de siempre, a los que no la ven venir, a los que todavía afirman que en Chile no pasan estas cosas: ¿es falso lo que estoy advirtiendo alarmado? ¿Es imposible que un Presidente, con mayoría en ambas Cámaras del Congreso, en nombre de recuperar la seguridad ciudadana decrete el Estado de Sitio, el toque de queda, la restricción del derecho a reunión y a la libertad de información?

¿Es fantasioso creer que podría hacerlo y nombrar como ministro de Seguridad a un general y designar como jefe de Zona bajo Estado de Sitio a otros tres generales o almirantes? ¿Y es irreal que podría sacar al Ejército a allanar poblaciones y barrios enteros? ¿No se acuerdan del almirante Gómez Carreño en Valparaíso, ordenando fusilar en el acto a quienes fueran sorprendidos violando el toque de queda? ¿Es imposible que construya cárceles como las de Bukele?

Y lo peor es que, durante un tiempo, que puede ser largo, cuente con el apoyo de una gran mayoría del país, hasta que los chilenos se den cuenta de que las promesas eran un show, como los fuegos artificiales de los narcos.

¿Con la mayoría en ambas Cámaras del Congreso no podría intentar reformar la Constitución para reelegirse?

Perdónenme, pero si en nuestro país para dar un golpe de Estado las Fuerzas Armadas bombardearon La Moneda, eso quiere decir que aquí puede pasar cualquier cosa, como el suicidio del Presidente y tener al dictador que se sublevó como senador designado, mirando a los ojos a los parlamentarios que exilió y persiguió.

Como los militares pueden leer esta columna, parece oportuno recordarles que todas las violaciones a los derechos humanos que se cometan tarde o temprano serán perseguidas y castigadas por la Justicia, igual como ha ocurrido con los violadores de los derechos humanos durante la dictadura. No caigan en la trampa de los políticos de derecha, que siempre quieren sacar las castañas con la mano del gato, pidiéndoles que repriman y que luego, cuando son juzgados, se lavan las manos y los dejan solos. Lo digo, entre otras cosas, como hijo de un general de Ejército que se los advirtió antes de que dieran el golpe de 1973.

No hay aquí un matiz ideológico entre demócratas. Hay una incompatibilidad moral con la democracia.

Kast propone gobernar desde el Estado de Excepción: “No me va a temblar la mano si hay alguien que muere… me hago responsable yo, no el carabinero”. Su idea de orden no protege, sino que más bien parece un cheque en blanco para salir a matar. Ha anunciado indultos a policías condenados por violencia, busca cerrar el INDH, exige que los periodistas revelen su “domicilio político” y ha sugerido expulsar del país a ambientalistas que critican inversiones. Esa no es retórica: es ideología con poder en expansión.

El fenómeno Kast no es un reflejo del pasado, sino una maquinaria contemporánea. Opera con eficacia donde imperan el miedo, el desencanto, el resentimiento y la inseguridad. No se trata solo de su liderazgo, sino del terreno fértil que encuentra en la desconfianza, la saturación y la ignorancia una justificación. Sus ideas ya dictan el tono político antes de alcanzar el poder. Como advirtió Carl Schmitt, filósofo político del nacionalsocialismo: “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”. No quien gana elecciones, sino quien suspende las reglas.

Algunos creen que votar por Evelyn Matthei puede contener a Kast. Pero la verdad es que elegir entre Matthei y Kast no es optar entre moderación y amenaza, sino entre distintas formas de sumisión al mismo proyecto autoritario. En ese contexto, votar por Matthei puede ser funcional a la consolidación de Kast.

José Antonio Kast no representa una alternancia legítima. Representa una regresión autoritaria. Y si se lo subestima, si se lo normaliza, si se lo trata como un candidato más, el despertar puede ser demasiado tarde.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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