
Dos mundos irreconciliables: humanidades y ciencias
Nadie reclamaría la necesidad de aumentar la distancia entre estos dos mundos. Todos parecen estar subidos al carro de la inter, multi y transdisciplina, como un “desde” donde hacer ciencia hoy en día.
Tenemos la idea de que en el saber humano existen dos mundos aparentemente irreconciliables, por un lado la cultura de las humanidades y por otro la cultura científica. Esto nos lo enseñan desde temprano en los colegios, cuando, en algunos casos, se habla de orientación “científico-humanista” como queriendo decir que se trata de un intento por reunir dos mundos, pero que nominal, o al menos semiótica o simbólicamente, se encuentran separados. Muchas de los test vocacionales aplicados en los colegios separan a los estudiantes en científicos o humanistas, o algunos más avezados crean otras categorías.
La bibliotecología actual tampoco corrige estos errores. La clasificación de disciplinas OCDE es clarísima al respecto, por una parte las ciencias naturales y la ingeniería, y subdisciplinas como ciencias de la salud o tecnología, caben perfectamente o se vinculan con estas otras, sin embargo, al final de toda tabla, catálogo o listado aparecen la psicología, el derecho, y las ciencias sociales, y más hacia el final, historia, idiomas, literatura, filosofía, ética y religión, y la curiosa categoría de “otras humanidades”, sean lo que sean.
El precio o valor que el propio mercado asigna a quienes ostentan estudios en unas disciplinas o en otras es también reflejo de una distancia entre estas dos culturas, como hizo notar en 1959 Charles Percy Snow en su conocido discurso en la Universidad de Cambridge, “Las dos culturas”. Ironiza Snow cuando señala que las humanidades tienen la ventaja de estar relacionadas con lo culto y el cultivo de lo humano, pero que es igualmente bruto quien no ha leído La guerra y la paz como el que no conoce la segunda ley de la termodinámica.
Se reconocen los ingentes esfuerzos por una sociedad que intenta reunir y amistar a ambas culturas. Ya desde 1937 el sociólogo Louis Wirth intenta una síntesis epistemológica en medio de la especialización que azotaba los inicios del siglo XX. Filósofos como Edgar Morin y su teoría de sistemas en la década de los 50 también significó un esfuerzo por salir de los compartimentos estancos en que se encontraban las disciplinas científicas para poder entregar una visión omnicomprensiva de los problemas que atañen al ser humano.
Según la RAE, las humanidades son aquellas disciplinas que centran su estudios en el ser humano. Pero ¿acaso no es un problema humano el espacio que habitamos diariamente y que el arquitecto debe resolver para que nuestro hogar esté a la altura y dignidad del ser humano? ¿No es de interés humano el necesario cálculo estocástico que requiere el ingeniero que calcula los cimientos o fundaciones del edifico donde se erigirá la compañía de seguros? ¿No es un humanista Alexander Fleming por haber descubierto la penicilina que nos permitió extender la esperanza de vida y la reducción de enfermedades graves?
Cuando reaparecen en la órbita social las discusiones acerca de la diferencia de estos dos mundos, la supremacía de uno sobre el otro, o su utilidad en el plano social, siempre viene a la mente la figura de Da Vinci y la imagen del Hombre de Vitruvio. Un personaje admirado por todas las disciplinas y reclamado como propio por cada una. Lo mismo con el viejo Pitágoras, cuyo teorema parece ser el corazón del matemático o del ingeniero y al mismo tiempo el fundador de las academias y escuelas de filosofía.
Nadie en su sano juicio reclamará una necesaria división de ambas culturas, o mundos, ni nadie querrá que se mantengan separados radicalmente como lo están. Y sin embargo la cosa sigue así. Las facultades universitarias siguen prácticamente enfrentadas entre sí. Ciencias e ingeniería se extienden la mano con frecuencia. Las de educación, derecho y las de ciencias sociales (sociología, antropología, psicología), coquetean con las humanidades, pero nada más que eso.
Parece ser que cuando las ciencias sociales y el derecho quisieran ser tomados en serio, deben asistir a la fiesta acompañados de las ciencias o la ingeniería, como se ve en el apogeo que presenciamos a nivel de posgrados en neuroeducación, análisis de datos para la toma de decisión en educación; lo mismo la psicología, que interiormente está más dividida en apreciaciones científicas como sinónimo de seria, donde se incorporan fuertemente la neurología y el análisis conductual de las decisiones, de la psicología “hippie”, que ya no solo se refiere a la llamada “psicología alternativa”, sino a toda psicología que no tenga una conexión estrecha con elementos científicos, incluso a nivel de psicoterapia.
Por último, ocurre algo similar con el derecho. Atrás va quedando la formación del abogado “humanista”, que lee mucho, tiene oratoria, maneja la retórica, funda su argumentación en la filosofía y la literatura, conoce de historia para contextualizar casos comparados. Cada vez se asoma con mayor fuerza ese abogado positivista que, incluso en su análisis normativo, aplica criterios científicos o de una sociología científica, para analizar jueces, casos, sistemas y legislación, dejando atrás al normativista que era capaz de describir el ethos de una cultura histórica determinada para establecer su análisis legal.
Nadie reclamaría la necesidad de aumentar la distancia entre estos dos mundos. Todos parecen estar subidos al carro de la inter, multi y transdisciplina, como un “desde” donde hacer ciencia hoy en día. Pero el mercado sigue valorándolos de manera distinta. Qué explicaría, entonces, esta distancia que persiste una y otra vez entre estas dos culturas, la humanista por una parte y la científica por otra, pese a que todo sentido común indica que forman parte del saber humano.
Esta insistencia de mantenerlos separados nos recuerda –y quizás esto mismo explica la razón de la separación– cuando Dante visita el cuarto círculo del Infierno, donde están los avaros y los derrochadores o malgastadores de fortuna.
Dante pone a ambos en el mismo lugar del infierno. Condenados. Su castigo es subir por una colina empinada un peso que apenas pueden soportar, en forma de unas enormes y perfectamente redondeadas piedras. Unos en un sentido y los otros en el otro, lo que produce intencionadamente que choquen y, cuando lo hacen, Dante observa que, repetidamente ad infinitum, se reprochan: “¿Por qué malgastas tanto”, dice el avaro al pródigo, y este le reprocha: “¿Por qué acaparas y no repartes?”. Ante el asombro de Dante, Virgilio le dice que es imposible hablar con ellos, porque ya son “irreconciliables”, porque a ambos los ha consumido el egoísmo.
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