
Chile y su acelerado ingreso al invierno demográfico
Chile puede elegir entre administrar un cada vez más gélido invierno demográfico o dar un giro sustantivo, a través del apoyo a la crianza con una oferta pública basada en evidencia, políticas serias, estables y medibles.
Chile es un país en canas, que envejece aceleradamente, con menos risas en los parques, con salas de párvulos más vacías. La tasa de fecundidad exhibe mínimos históricos, cayendo de 1.16 en 2023 (provisional) a 1.03 en 2024 (provisional), muy por debajo del reemplazo generacional (2.1). Salvo por el aporte de la migración, la población no crecerá en las próximas décadas a los ritmos de la tasa de reemplazo de generaciones anteriores, por lo cual se proyecta que cerca de un tercio de la población tendrá más de 60 años en 2050.
El costo habitacional, la precariedad laboral, con importantes aumentos en la informalidad, el alto precio del cuidado –evidenciado por Unicef, cercano a $600 mil por niño–, la ralentización de proyectos de vida y una cultura de crianza, sin herramientas y asimétrica en los roles parentales, transforman la vida en familia en un recurso escaso.
Vivir en pareja se hace complejo, cuando la jornada se disuelve en el día y no hay tiempo, y la sala cuna no está al alcance o ni siquiera existe en el barrio, donde en medio de la exclusión social que viven algunas familias, el primer hijo llega tarde y el segundo es un sueño imposible.
Chile no vive una realidad demográfica única, pues muchos países han transitado por esta. Los que resisten mejor la caída demográfica comparten un ecosistema que permite tener hijos sin penalizar la vida laboral ni empobrecer a las familias.
Sin embargo, no hay bala de plata ni respuesta única. Los incentivos económicos tienen efectos acotados y pasajeros, y son valiosos cuando son parte de un paquete coherente y estable en el tiempo, que incorpora adecuadas licencias parentales compartidas, cuidado infantil universal, modalidades contractuales flexibles y adaptables, como el desarrollo del teletrabajo efectivo, además de sostener políticas de apoyo a la primera vivienda familiar, entre otras medidas.
¿Cuántos de estos elementos son prioridades en nuestra política pública? Es evidente que nuestra velocidad de reacción ha sido superada por los cambios demográficos. Por tanto, se hace más necesario que nunca catalizar un conjunto de iniciativas en que, habiendo consenso, no se han materializado.
La cuestión de fondo es que, más allá de lo importante que es aumentar la natalidad, estamos hablando de proteger a la niñez, proveer a los niños de hogares con menos conflictos, con más tiempo de sus padres para establecer un vínculo sano y más oportunidades para su desarrollo emocional, físico y cognitivo. Estamos hablando de un país que puede crecer si aumenta la participación laboral femenina, creciendo en productividad e ingresos familiares, lo que redunda nuevamente en una menor pobreza infantil, la que precisamente hoy exhibe los mayores niveles entre distintos grupos etarios.
Chile puede elegir entre administrar un cada vez más gélido invierno demográfico o dar un giro sustantivo, a través del apoyo a la crianza con una oferta pública basada en evidencia, políticas serias, estables y medibles, para lo cual se requiere de una visión de Estado que apunte a fortalecer a la familia. Hacerlo requiere acuerdos y perseverancia, el futuro de nuestro país depende de ello.
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