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Ideas para una izquierda optimista Opinión efe

Ideas para una izquierda optimista

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Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAcademia). Teólogo, doctor en filosofía
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En estos días decisivos, no nos quedemos en la crítica. Salgamos a las calles, a las plazas, a conversar con nuestros vecinos. Demostremos que nuestro optimismo es más fuerte que su miedo. Que no nos robe un voto más el pesimismo.


La izquierda ha mirado tradicionalmente con recelo al optimismo, tachándolo de ingenuo o contrario al pensamiento crítico. Este escepticismo se agudiza cuando atravesamos campañas electorales marcadas por la desilusión, derrotas políticas y un clima social de polarización y desconfianza institucional. Frente a este malestar, las tres candidaturas de derecha han capitalizado el miedo, prometiendo soluciones simplistas de orden y seguridad, mientras el progresismo parece condenado a una actitud defensiva.

Sin embargo, la pregunta central persiste: ¿puede la izquierda volver a ser un proyecto movilizador sin un mensaje optimista en una sociedad que parece haber renunciado al poder transformador de la política?

La célebre máxima de Antonio Gramsci, “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”, ofrece un marco fundamental para esta disyuntiva. No se trata de una fe ciega, sino de la capacidad de reconocer con lucidez los obstáculos (el pesimismo de la razón), sin renunciar por ello a la convicción de que es posible actuar para superarlos (el optimismo de la voluntad).

Desde Nueva York, el demócrata socialista Zohran Mamdani encarna este espíritu al afirmar que la izquierda no puede limitarse a resistir: debe ofrecer alegría, pertenencia y propósito. No basta con criticar lo que existe; hay que pintar un cuadro deseable del futuro. Su estrategia desde “el ala izquierda de lo posible” nace de la convicción de que se puede transformar lo que hoy parece inmutable. Esa mirada es la que Chile necesita recuperar.

Leyendo a la distancia el programa de Mamdami surgen algunas pistas. La primera tarea es reconstruir la confianza pública. La política se ha alejado de la vida cotidiana, erosionando su legitimidad. Recuperarla exige abrir la democracia con hechos concretos: confianza del Gobierno Central en las gestiones municipales, descentralización efectiva en los gobiernos regionales y transparencia real en las decisiones claves de los ministros.

Al mismo tiempo, es imprescindible reinstalar la promesa de seguridad económica. Tras la pandemia, la inflación y la precarización, muchos hogares sienten que el progreso se volvió inalcanzable. El Estado debe recuperar su papel de garante del bienestar a través de pensiones dignas, empleo de calidad, vivienda asequible y salud accesible. Pero sin desmerecer su rol estabilizador, con políticas anticíclicas y de estímulo al empleo. Una democracia sin justicia social es un terreno fértil para el autoritarismo. La estabilidad material no es un lujo, sino la base de la libertad real.

Frente a la demanda de orden y seguridad, la izquierda no puede replegarse. El orden democrático no se impone desde la fuerza bruta, sino desde la justicia social. Fortalecer las policías pero bajo control civil, profesionalizar la prevención integral del delito y garantizar los derechos humanos son caminos compatibles. La seguridad debe ser un derecho ciudadano, no un instrumento de miedo para ser manipulado por la derecha.

En el plano cultural, la reacción conservadora intenta revertir avances en igualdad de género, diversidad y memoria. Frente a ello, el optimismo de la voluntad se traduce en firmeza: los derechos conquistados no se negocian. Defender la igualdad no divide; amplía la libertad. En un país marcado por la desigualdad estructural, sostener una agenda inclusiva no es un capricho, sino una condición para una democracia madura.

Se debe abrazar con optimismo crítico la tecnología, presentándola no como amenaza sino como herramienta de liberación. Esto implica promover una transición digital pública que la regule, garantizando derechos y orientándola a reducir jornadas laborales y resolver problemas sociales.

También necesitamos un optimismo ecológico, que enmarque la transición verde no como sacrificio sino como mejora: ciudades más silenciosas, aire limpio, alimentos sanos y energía local accesible, así como generadores masivos de empleo.

Este optimismo se fortalece con un enfoque internacionalista, conectando luchas locales con movimientos globales que demuestran que el cambio no solo es necesario sino que ya está ocurriendo en múltiples lugares, aunque solo sea en la forma de la resistencia.

La izquierda a menudo minimiza sus logros. Un optimismo estratégico reconoce y celebra cada avance (una ley aprobada, un espacio social recuperado, una nueva política pública en marcha), creando una sensación de eficacia colectiva. La política debe recuperar su dimensión comunitaria y festiva, combinando reivindicación con la celebración, dando protagonismo a las artes y la cultura.

Una izquierda optimista en 2025 no es ingenua. Opera bajo la consigna gramsciana: analiza con fría razón los desafíos, pero moviliza una voluntad inquebrantable para superarlos. Sabe que el miedo es un recurso poderoso, pero también que la esperanza puede volver a ser mayoritaria si logra tocar la vida real de la gente. Frente a una derecha que promete orden y castigo, la alternativa sigue siendo la justicia y la dignidad.

Una izquierda optimista en 2025 no es ingenua. Opera bajo la consigna gramsciana: analiza con fría razón los desafíos, pero moviliza una voluntad inquebrantable para superarlos. Sabe que el miedo es un recurso poderoso, pero también que la esperanza puede volver a ser mayoritaria si logra tocar la vida real de la gente. Frente a una derecha que promete orden y castigo, nuestra alternativa sigue siendo la justicia y la dignidad.

Por eso, en estos días decisivos, no nos quedemos en la crítica. Salgamos a las calles, a las plazas, a conversar con nuestros vecinos. Demostremos que nuestro optimismo es más fuerte que su miedo. Que no nos robe un voto más el pesimismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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