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Cuando se confunde el micrófono con el bombo
Chile no está descendiendo. Sigue en la cancha, jugando con altibajos, a veces sin brillo, y debemos mejorar mucho si queremos volver a competir internacionalmente y destacar en esas ligas, pero estamos lejos del abismo que algunos insisten en narrar desde la galería.
En los últimos meses se ha vuelto habitual escuchar diagnósticos apocalípticos sobre la economía chilena. Se habla de un país “que se cae a pedazos”, de una “economía quebrada”, de “emergencia económica”. Frases efectistas, sí, pero vacías de rigor. Podrían tener alguna explicación en boca de un político en campaña, empeñado en negar cualquier logro del Gobierno de turno, pero resultan inaceptables cuando provienen de quienes deberían fundar sus juicios en datos, no en consignas.
Un comentarista deportivo puede simpatizar con un equipo, pero se le exige que analice el partido con objetividad. Lo mismo debiera pedirse de quienes comentan la economía. No confundan la cancha con la barra brava.
Veamos los hechos. Desde marzo de 2022, fecha en que asumió el Presidente Boric –según algunos, el momento en que Chile habría iniciado su “camino al precipicio”–, el IPSA ha subido de unos 4.965 a cerca de 9.600 puntos, casi el doble. Las acciones que reflejan a las principales empresas del país no parecen compartir el pesimismo de los profetas del desastre. Si alguien está tan convencido de que la economía chilena se desploma, podría aceptar una apuesta simple: vender sus activos –acciones, terrenos, propiedades o ganado– al valor que tenían el 11 de marzo de 2022. Hasta ahora, no he encontrado un solo voluntario.
Las cifras de utilidades son igualmente elocuentes. El retail multiplicó sus ganancias por más de tres, las salmoneras por seis y la pesca pelágica por más de tres. La banca aumentó sus utilidades en un 75%. Difícil conciliar semejante dinamismo con la idea de una economía “en ruinas”.
¿Se debe esto al Gobierno de Boric? No. Y decirlo también es parte de la honestidad analítica. Buena parte del repunte responde a la recuperación pospandemia, a mejoras en la gestión empresarial y a una gobernanza corporativa más rigurosa. Pero tampoco se puede sostener que sea el fruto de un inminente “cambio de signo político” o de un “rearme de expectativas” ante un hipotético triunfo de la derecha, como algunos han sugerido con entusiasmo de hincha.
Si así fuera, el peso chileno estaría en franca apreciación y, sin embargo, se mantiene estable, siguiendo más bien la trayectoria del precio del cobre. Además, conviene recordar que el hecho de que gane la derecha no garantiza, por sí solo, mejores políticas económicas. Los retiros de fondos de pensiones, la medida más dañina de los últimos años, se implementaron bajo un Gobierno de derecha y contaron con el voto favorable de la gran mayoría de sus parlamentarios.
Lo cierto es que Chile sigue mostrando fundamentos sólidos. El precio del cobre pasa por un ciclo de alzas, mientras que el del petróleo se mantiene estable, con alguna perspectiva a la baja, lo que augura una mejora en los términos de intercambio para nuestro país. Si miramos el resto de los commodities que Chile exporta de manera importante, se esperan precios estables o incluso algunas mejoras.
Por lo mismo, las agencias de riesgo ubican a Chile entre los países más confiables de América Latina, con un riesgo país de apenas 118 puntos básicos, por debajo de México, Colombia o Brasil, y solo superado por Uruguay. La inversión extranjera directa continúa llegando y los bonos soberanos se transan sin sobresaltos. No hay indicios de colapso; sí de moderación y de madurez.
Eso no significa que todo marche bien. Los problemas estructurales están a la vista. La tasa de inversión se ha estancado en torno al 23% del PIB, lejos del 27% que impulsó el salto de productividad en los años 90. A ello se suman dificultades persistentes en el empleo, en especial la baja participación de las mujeres en la fuerza laboral, que sigue por debajo del nivel prepandemia –y que ya entonces era baja–, limitando el potencial de crecimiento y la equidad de ingresos.
También enfrentamos el invierno demográfico. Una población que envejece rápido, menos jóvenes ingresando al mercado laboral y una tasa de natalidad en mínimos históricos. Esa combinación reducirá gradualmente la fuerza de trabajo disponible y tensionará el sistema previsional.
Y justamente ahí radica el nudo. La productividad total de factores no crece hace más de una década. La economía chilena puede expandirse al 2%, incluso al 2,5%, pero no mucho más sin invertir más en ciencia, tecnología, educación y capacitación laboral. El milagro de los 90 fue la productividad; la trampa actual, su estancamiento. Y vale subrayarlo: crecer al 3,5% o 4% en lugar de 2% o 2,5% puede parecer una diferencia mínima, pero implica cerca de un 50% más de crecimiento, suficiente para duplicar el ingreso per cápita en una generación o quedarse a mitad de camino.
Otro desafío es el fiscal. Chile mantiene una deuda pública manejable –alrededor del 44% del PIB–, pero ha incumplido de manera persistente las metas que se autoimpuso. No es un problema hoy, pero lo sería si la tendencia continúa. Las tasas internacionales bajarán y endeudarse será más barato, pero conviene recordar que la prudencia fiscal es un activo acumulado durante décadas, y perderlo sería un error costoso. No se trata de que el 45% del PIB como tope de deuda sea, de por sí, inamovible, pero fue un compromiso asumido y merece ser respetado.
El balance general, con todo, es claro. Chile no está en crisis ni su economía se cae a pedazos. Tiene debilidades estructurales que requieren acuerdos amplios, pero también fortalezas que lo mantienen en una posición destacada en la región. Los comentaristas que se dejan llevar por la euforia o el despecho partidista degradan el debate público. No se trata de ser oficialista ni opositor, sino de tener rigor. La economía no se analiza con pancartas, sino con cifras.
Y si de metáforas deportivas se trata, Chile no está descendiendo. Sigue en la cancha, jugando con altibajos, a veces sin brillo, y debemos mejorar mucho si queremos volver a competir internacionalmente y destacar en esas ligas, pero estamos lejos del abismo que algunos insisten en narrar desde la galería. El problema es que demasiados comentaristas confunden el micrófono con el bombo.
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