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La propaganda política y el voto en tiempos hiperconectados Opinión

La propaganda política y el voto en tiempos hiperconectados

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Carol Frost
Por : Carol Frost Directora de la carrera de Publicidad de la Universidad Andrés Bello.
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En este escenario, la frontera entre información y manipulación es cada vez más difusa.


A dos días de las elecciones, las calles se llenan de brigadistas y las redes sociales de promesas. Pero, ¿qué tanto decide hoy la propaganda en nuestro voto? La pregunta es tan vieja como la política moderna, pero la respuesta cambia con cada clic.

Ya no somos los mismos ciudadanos de la era de Harold Lasswell, aquel que resumía la comunicación en cinco preguntas clásicas: “¿quién dice qué, por qué canal, a quién y con qué efecto?”. Hoy, la propaganda se despliega en un ecosistema digital que multiplica mensajes, emociones y sesgos con una fuerza inédita. Lo que antes dependía del mitin o del afiche, ahora se define en segundos, entre un scroll y otro.

El modelo de dos pasos de Paul Lazarsfeld —esa idea de que los líderes de opinión median la información— también mutó: hoy los “microinfluenciadores” digitales cumplen ese rol, amplificados por algoritmos que deciden lo que vemos y lo que ignoramos. La persuasión política ya no es solo retórica; es análisis de datos, segmentación psicográfica y estrategia emocional.

Las campañas no buscan tanto convencer a los indecisos como afianzar identidades, movilizar emociones y reforzar creencias. La política de los grandes relatos cedió paso a la política de los nichos: mensajes diseñados para audiencias específicas que habitan burbujas digitales y confirman sus propias verdades.

En ese contexto, el viejo “efecto agenda” adquiere nuevas dimensiones. Los temas que dominan la conversación —seguridad, economía, migración o identidad— no siempre lo hacen por urgencia real, sino por su persistencia en las narrativas de las campañas. La propaganda ya no impone ideas: define las preocupaciones del electorado.

Diversos estudios sobre los discursos electorales latinoamericanos coinciden en los mismos recursos: simplificación narrativa, apelación al miedo o a los valores patrios, promesas de liderazgo fuerte y polarización emocional. A eso se suman las encuestas falsas, presentadas como datos objetivos, que manipulan percepciones y crean un “clima electoral” favorable a ciertos candidatos.

En este escenario, la frontera entre información y manipulación es cada vez más difusa. El voto, más que una decisión racional, se vuelve una reacción emocional cuidadosamente inducida. Y mientras creemos elegir con libertad, nuestras convicciones ya fueron moldeadas mucho antes de marcar la papeleta.

Por eso, en tiempos hiperconectados, el desafío democrático no es solo votar, sino reconocer la arquitectura invisible del mensaje político: quién lo produce, con qué propósito y qué emociones busca activar. La propaganda no ha desaparecido; solo cambió de forma. Pasó de la plaza pública a la pantalla del celular, del altavoz al algoritmo.

La verdadera pregunta es si, como ciudadanos, aún somos capaces de distinguir entre convicción y persuasión. En la era de la propaganda digital, defender esa frontera es, quizás, el acto más político de todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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