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Inteligencia artificial, desigualdad real: el costo social de un acceso desigual a la IA Opinión Archivo

Inteligencia artificial, desigualdad real: el costo social de un acceso desigual a la IA

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Carlos Navarrete
Por : Carlos Navarrete Académico Facultad de Ingeniería Universidad de Concepción, Director de Inteligencia Artificial Streamdata, Investigador Núcleo Milenio MEPOP.
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si no abordamos esta discusión con ambición y políticas capaces de permear más allá de los nichos empresariales y académicos, la expansión de la IA corre el riesgo de convertirse en un amplificador de desigualdades: no naturales, sino producidas artificialmente por las mismas tecnologías que prometi


La promesa que nos cautivó de la inteligencia artificial (IA) fue su potencial de democratizar el conocimiento. En 2023, cuando el uso de ChatGPT se masificaba en entornos laborales y académicos de nuestro país, se instaló la idea de que la IA reduciría brechas de acceso al conocimiento y nivelaría los desempeños profesionales, creando un escenario donde el rendimiento individual dejaría de depender de ventajas de origen.

Hoy, la evidencia apunta en otra dirección. Estudios recientes muestran que la distancia entre profesionales se ha ampliado, pues quienes ya tenían un rendimiento alto previo al uso de IA lo han potenciado aún más, mientras que aquellos que partían con desventaja han visto profundizar su rezago. La razón es simple: la IA solo maximiza el desempeño cuando el usuario es capaz de distinguir entre respuestas válidas y contenido plausible pero incorrecto. Sin esa alfabetización de base, la herramienta deja de elevar el rendimiento y puede incluso deteriorarlo.

Esta desigualdad artificial surge de un doble fenómeno: por capacidad de pago y por capacidad de comprender cómo funciona la IA. Por una parte, los modelos disponibles en suscripciones premium no solo ofrecen más velocidad o funciones adicionales, sino también una calidad muy superior de razonamiento y precisión en las respuestas. Por otra parte, los profesionales de alto rendimiento suelen tener mayor formación conceptual y tecnológica para interpretar, validar y corregir los resultados que reciben.

Así, un grupo puede estudiar, trabajar, investigar o emprender con herramientas más precisas y consistentes, mientras la mayoría accede a versiones gratuitas que, aunque útiles, presentan limitaciones claras que frenan su rendimiento. El resultado es un mecanismo silencioso de ampliación de brechas, donde quienes pueden pagar acceden a una ventaja acumulativa en productividad, creatividad y oportunidades, y quienes no quedan atrapados en un ecosistema que premia justamente aquello a lo que no pueden acceder.

Esto no implica restringir el uso de IA, ni mucho menos. Significa reconocer que la tecnología no es neutra y que nos obliga a promover nuevas formas de alfabetización digital en el país, que excedan lo académico y lo laboral. Iniciativas como Hazlo con IA, que ofrece cursos gratuitos de inteligencia artificial generativa y es impulsada por el Centro Nacional de Inteligencia Artificial; la reciente Dirección de Inteligencia Artificial de la Pontificia Universidad Católica de Chile; o el programa de alfabetización en pensamiento computacional de la Universidad de Concepción, van en la dirección correcta.

Pero si no abordamos esta discusión con ambición y políticas capaces de permear más allá de los nichos empresariales y académicos, la expansión de la IA corre el riesgo de convertirse en un amplificador de desigualdades: no naturales, sino producidas artificialmente por las mismas tecnologías que prometieron reducirlas.



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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