Opinión
Jaque al rey: la épica segunda vuelta en la democracia chilena
La pregunta que resuena no es solo quién perdió la elección, sino qué narrativa quedó derrotada: la de los partidos, la del Gobierno, la de la izquierda o la del país que creímos tener desde el retorno a la democracia.
Para algunos, la elección presidencial marcó el cierre definitivo de un ciclo político; para otros, apenas abrió un nuevo capítulo de disputa. Pero quizás para la mitad del país lo que dejó fue una sensación de extravío, entre los extremos políticos reinantes.
Las elecciones no son meros procedimientos, son rituales colectivos donde una sociedad proyecta sus miedos, memorias y aspiraciones. Esta vez, ese ritual estuvo atravesado por una fractura moral profunda, una ruptura simbólica entre ciudadanía y política.
La pregunta que resuena no es solo quién perdió la elección, sino qué narrativa quedó derrotada: la de los partidos, la del Gobierno, la de la izquierda o la del país que creímos tener desde el retorno a la democracia. El centro político prácticamente desapareció y los extremos se fortalecieron.
Cuando irrumpe una crisis política, emergen mecanismos que la antropología reconoce bien, la crisis como hecho simbólico: culpa compartida, búsqueda de responsables y necesidad de otorgar sentido al derrumbe. El “yo” se vuelve “nosotros”: “¿qué no vimos?”, “¿en qué momento perdimos la brújula?”. Ese ejercicio no es puramente político, es un acto ritual de reorganización identitaria, propio de sociedades que sienten que su relato común está en disputa o en peligro. Ante un voto obligatorio, los nulos y blancos solo alcanzaron un margen cercano al 3.7% de los votos emitidos.
La tensión profunda que se instaló entre los logros materiales exhibidos por el Gobierno y el malestar moral que se instaló en el país, se tradujo en que el relato gubernamental al final del día no calzó con la experiencia y la demanda emocional de la ciudadanía. Esta se sintió abandonada en el día a día y en sus proyectos futuros. Y lo que es peor, el futuro de sus hijos(as) y nietos(as).
El Gobierno no pudo con los Pardow, con los Jackson, con las imágenes de un embajador dando masajes en los pies en el auto oficial. No pudo con los Francisco Vidal, el rey de las sillas musicales, ni con las Adriana Delpiano, que se ha repetido en cargos que fácilmente los podían haber ocupado otras capacitadas mujeres chilenas.
La política no se gana solo con números, se gana con sentido compartido y la inseguridad otorgó el marco emocional del país, ya que esta no opera solo como dato delictual. Funciona como dispositivo emocional, un marco que define cómo se vive, cómo se vota y cómo se interpreta el presente. Portonazos, narcotráfico, balaceras, instituciones debilitadas, fiscalías desbordadas y una justicia percibida como desigual para ricos, poderosos o pobres, generan un clima de vulnerabilidad emocional cotidiana.
Si estas dolorosas situaciones se ven amplificadas por un periodismo militante, lo que se consigue es generar una amplificación de estos hechos y entrega así la idea de que estamos sumidos en un país sin dios ni ley y eso tampoco se condice con la realidad.
Este clima se amplificó con errores del oficialismo, desorden en las vocerías, fuego amigo y contradicciones internas que terminaron erosionando su capacidad narrativa, especialmente en los sectores de las clases medias que han visto amenazadas sus consecuciones económicas, lo cual tampoco es ajeno a los sectores populares, a los cuales todos los sectores políticos sin excepción dicen conocer e interpretar.
La narrativa de la derecha sí logró articular un relato coherente y emocionalmente eficaz, simple, repetido y directo, lo cual le ha traído frutos. La izquierda, en cambio, no consiguió ofrecer un marco simbólico alternativo que conectara con la experiencia real actual de la ciudadanía.
Chile vive un cansancio moral que atraviesa a todas las clases sociales y este cansancio moral se expresa contra las élites. La percepción de corrupción, privilegios y desconexión se volvió transversal. Mientras millones de chilenos y chilenas ajustan sus presupuestos mensuales, las élites políticas de todos los sectores exhiben viajes, propiedades y redes que hoy se leen como gestos de ostentación y que no provienen justamente como resultado del trabajo.
El Congreso Nacional, con una de las peores evaluaciones históricas, refuerza esa imagen con nepotismo, herencias políticas y “turismo electoral”, donde diversos candidatos cambian de distrito o región según conveniencia más que por vocación territorial con las comunidades locales y los cargos parlamentarios que pasan de padres a hijos, cónyuges y otros familiares dan cuenta de un nepotismo que no se esfuerza en ocultar por parte de los sectores dominantes de la sociedad. Esto, la población natural, la votante, aunque manipulada en muchos casos por informaciones intencionadas, lo condena cada día más.
La precarización no afecta solo a los sectores pobres. La clase media emergente, endeudada en educación, vivienda y salud, pierde el empleo y cae rápidamente en vulnerabilidad sin posibilidad de acceder a ayudas estatales por no pertenecer a los estratos mas vulnerables de la sociedad y porque un falso orgullo ante las dificultades le impide pedir ayuda.
La ultima elección encontró a un proyecto progresista derrotado en lo simbólico. La candidata de centroizquierda obtuvo un 26,45%, lejos del umbral psicológico del 30% que se esperaba. Kast alcanzó el 24,46%. Aunque la primaria oficialista logró reunir a ocho partidos, la unidad se quebró durante la definición parlamentaria, con la salida del FRVS y el Partido Humanista. Esto no solo significó tener que reconocer diferencias insalvables al interior de la coalición de gobierno, sino que en la práctica también perder alrededor de 5 escaños.
La derecha, en cambio, que usó la primera vuelta como una primaria interna efectiva, ordenó a sus equipos en tiempo récord después del triunfo de Kast.
Con trece partidos al borde de desaparecer, el sistema político chileno muestra un nivel de fragmentación que roza la ingobernabilidad representativa.
La centroizquierda enfrenta ahora un desafío monumental: reconstruir su relato, reorganizar su campo simbólico y evitar una derrota aún mayor en la segunda vuelta. Lo que las urnas dijeron es claro: la izquierda, la centroizquierda y el socialismo democrático fueron golpeados no solo en votos, sino también en sentido, en confianza y en narrativa, por lo tanto, le queda menos de un mes para recomponer con un sentido épico no solo electoral sino también de relato.
Y sin embargo, Chile sigue mostrando señales de institucionalidad fuerte: el conteo electoral estuvo listo en menos de cuatro horas; el IPSA subió cuatro puntos al día siguiente. Estabilidad electoral y tranquilidad de los mercados, dos pilares que muchos países en el mundo entero envidian.
Pero la recomposición del país no será únicamente programática. Será simbólica, narrativa y emocional. Chile no se ordena solo con cifras; se ordena con significados compartidos. Y esos significados hoy están erosionados, especialmente en el ámbito político.
La corrupción institucionalizada se veía muy lejos de la realidad del país, pero en los últimos 20 años los hechos ocurridos en las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial, en el ámbito municipal, por parte de miembros de los partidos políticos, como el caso SQM, los miles de millones de dólares defraudados al Estado por las colusiones de diversas empresas, cifras cercanas por el uso indiscriminado y fraudulento de licencias médicas de empleados(as) públicos(as) de distintos organismos públicos, los narcomilitares, las desvinculaciones de ministras y ministros del Poder Judicial por actos reñidos con su rol de otorgar justicia, nos hablan de algo peor que la inseguridad de la calle. Aquí están puestas en riesgo las bases morales del país.
En esa tensión emerge la figura de Parisi, convertido en una sorpresa electoral. Un candidato con denuncias por abuso en Estados Unidos, con deudas históricas de pensión alimenticia. Que un liderazgo así alcance centralidad política habla del vacío, pero también del desconcierto. Algo huele mal en el país más austral del mundo.
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